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Raúl estaba intentando convencer Alejandro que no era culpa suya si la noche de Martha había sido un fracaso, pero no lo conseguía. Ella estaba todavía dormida sobre el sofá y ellos seguía discutiendo en el comedor.
—Tenías que ver la manera en que la miraban y la tocaban esos dos niñatos.
—Ale, ella es major, puede decidir para si misma con quién ir a la cama.
—Si, pero sabía que se iba a arrepentir, he conocido un montón de chicas que sólo querían sexo, y ella no es así. Yo lo puedo ver, sólo está un poco perdida. No es fácil enfrentarse con el sufrimiento. Despertarse un día y darse cuenta que tu vida es una mentira. Mirarte al espejo y preguntarte quién eres y que vas a hacer.
—Pero tu eres la prueba que si, se puede cambiar.
—Si, pero si hubiera tenido alguien que me ayudara a elegir el camino, las cosas habrían ido de manera diferente.
—Pero quizás ese camino no te habría conducido hasta mi— Raúl acarició si mano y Alejandro lo miró con una sonrisa triste
—No podías obligarla a venir contigo.
—¡U si! Yo la traje a esa fiesta, tenía que cuidar de ella. Me siento culpable.
—No es tuya la culpa— Martha se había levantado y los miraba de la puerta.
—¡Martha! ¿Que tal?
—¿Donde estamos?
Raúl se levantó —Estás en mi casa. Soy Raúl...—Miró Alejandro, sin saber que decir.
—Es mi novio— dijo el rubio.
Raúl se quedó inmóvil. Él había dicho que era su novio. A otra persona. Sin problemas. Se sentía tan felíz que no podía creer en lo que pasaba. Tan felíz que ellos seguían hablando, pero él escuchaba sus voces muy lejanas, como si fueran en otro mundo. Sólo veía Ale sonriendo, Martha riéndose y podía sentir una sonrisita tonta sobre su rostro.

****

El sabato siguiente, Raúl estaba en casa, esperando Ale. No podía parar de pensar en Martha, en lo que le había ocurrido. Estaba claro que ese Diego le gustaba y que a él le gustaba ella. Pero esas fiestas y esa "amiga" de él, lo habían complicado todo. No habían tenido ni el tiempo de dar una oportunidad a sus sentimientos. Él no podía permitirlo, tenía hacer algo, intentarlo. Sabía que los demás pensaban a él como alguien frío y sin empatía, solo porque no lo demostraba mucho. Pero no era así, y sólo Alejandro se había dado cuenta de eso. Estaba intentando encontrar una solución cuando el timbre sonó.
—¡Hola, cariño!—Alejandro lo miraba con su sonrisa encantadora.
—H-hola...—todavía no conseguía acostumbrarse a la hermosura de esa sonrisa y a esa sensación de seguridad que tenía desde que Alejandro había dicho a Martha que él era su novio. Era como si el hecho de que otras personas supieran que eran novios lo convertiera en algo real. Además, Alejandro era tan guapo que todavía se preguntaba porque estuviera con él. Sus pensamientos empezaron a viajar hasta su cama.
—Cariño, si sigues mirandome de esa manera no podré controlarme.
Raúl sonrojò y miró el suelo —P-pasa.
—Gracias— entró y, cuando Raúl cerró la puerta, lo bloqueó y lo besó con lujuria. Raúl lo miró, quedándose sin aliento.
—Nunca tienes que darte vergüenza si te gusto. Ni te das cuenta de cuanto me gustas tu, de lo que siento. Me gustaría gritarlo a todos, pero creo que tendré que conformarme con decirlo a mis queridos.
—¿Que quieres decir?
—Quiero decirlo a mi abuela y, si todo va como pienso, quiero invitarte a cenar a su casa.
—¿En serio?— Raúl no podía creer a lo que le estaba pasando. Alejandro siempre hablaba de su abuela y era fácil entender cuanto fuera importante para él. Nunca nadie lo había presentado a su familia, si no como un amigo. Empezó a ponerse nervioso, y ¿si no le gustaba?
—Tendrías que ver tu cara, creo que nunca he visto todas esas emociones en una cara en tan poco tiempo— se acercó a él, suspirando —A veces pienso que voy a morir por eso que siento por tí, es tan indescriptible— acarició su mejilla, pasando a su mandibula, hasta llegar muy de espacio a su cintura —Cuando miré tus ojos, sabía que había mi mitad adentro de ellos— quitó la camiseta del chico —Pensé que había mi tranquilidad, pero me equivoqué— empezó a besar el hombro del chico— también hay mi infierno— empezó a abrir sus pantalones 
—porque cada vez que te veo no puedo no besarte, no tocarte— se acercó a él inspirando —Hasta tu olor me vuelve loco.
—Oh, Ale por favor...— Raúl no conseguía ni respirar.
—¿Que?

—Te necesito.

—No te preocupes, yo pensaré en tu bienestar.

La fuerza de tus palabras - Alejandro y RaúlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora