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—¡Alejandro!
Dos dias después, la pequeña Maria ya había aprendido su nomebre y le corría detrás jugando por la playa. Tenía que reconocerlo, esa niña era un espectáculo. Se había enamorado de ella, como si fuera su nieta. No podía no quererla. Era felíz, cariñosa, lo tenía todo. Empezaba a preguntarse como podía su madre estar tan deprimida con una niña tan linda.
No la juzgue, Ale. No sabes mucho de ella.
Sus abuelos se veían muy enamorados, pero un poco distraídos, probablemente por la preocupación por su hija.
Era la tercera mañana de vacaciones y como las primeras dos, estaban en la playa, tomando sol y jugando con la niña que había acabado desde media hora su curso de natación. A Alejandro todavía le parecía muy raro el hecho de que ella supiera nadar. Había salido las noches anteriores, mirado cada cara que cruzaba con mucha atención, para ver si encontraba la de Raúl. No se había puesto ni a pensar como podía buscarlo, no tenía idea de donde empezar.
—¿Cuanto te quedas, Ale?— preguntó su abuela mientras hablaba con su vecina.
—Otros tres dias abuela.
—Que lastima, te quedas tan poco...
—Lo se, volveré muy pronto, te lo prometo.
—Vale...però unos dias más podrías quedarte, ¿no?
—Y tengo el billete del avión.
—Podrías intentar cambiarlo— dijo su vecina —Unos edificios mas allá del nuestro hay una agencia de viajes. Puedes intentar pedirselo.
¡Una agencia de viajes! ¡Claro! Empezaré buscando por las agencias, encontraré la suya.
Si, creo que esta tarde daré una vuelta a ver que me dicen.

Esa tarde, Alejandro visitò unas agencias, pero no encontró Raúl, a lo mejor era su día libre. Estaba entrando en el portal del edificio de su abuela, cuando pensó a las palabras de la vecina, sobre la agencia de viajes cerca de su casa. Volvió en el paseo y siguió caminando. Algunos metros más allá, después de un reataurante chino, había la puerta de un agencia de viajes. Entró e se sentó, el ambiente estaba muy elegante. Miró los escritorios, pero no vio Raúl, aunque uno de los asientos estaba vacío. Había perdido todas las esperanzas y se había levantodo por salir, cuando vio Raúl llegar desde una puerta detras de los escritorio. Sobre su cara se dibujó una sonrisa y se acercó a él que nisiquiera lo había visto. Cuando se sentó, todavía estaba mirando la pantalla del ordenador.
—Digame.
—¿Nisiquiera un hola, un buena tardes mw dices?
Él volvió su cara hacía Alejandro y cuando se dio cuenta de quién era su cara se puso roja y sus ojos se abrieron más. Alejandro rio.
—Y-yo....t-tu...
—Intenta empezar con un hola Raúl, luego ya veremos...
Raúl suspiró y lo miró resignado.
—Hola.
—Hola....mira vine por este billete, puedo cambiar la fecha y retrasar mi vuelta a casa?
Él se quedó mirandolo por un segundo, pareció molestarse, pero no dijo nada y cogió su billete. Lo miró un minuto, escribió unas cosas al ordenador y volvió a mirarlo, aun más molesto.
—No, con esa tarifa no se puede.
—Claro, eso lo sabía desde cuando lo compré.
—¿Entonces para que has venido?
—Para ti— decidió arriesgarse y decir la verdad. No había hecho tantos kilómetros para jugar.
—Mira, Alejandro, si estás buscando alguien para divertirte y pasar tus vacaciones, no...
—Busco alguien para pasar mi vida.
Raúl se calló. Se miraron sin hablar por algunos minutos. Alejandro volvió a perderse en ese mar negro, tan tranquilo y dulce. Lo había echado de menos, pero sólo en ese momento se daba cuenta de cuanto lo había extrañado.
—Vale— dijo Raúl —A las ocho aquí afuera.
—¿Estás seguro? Porque ahí dice que cerrais a las siete y media.
—¡Que si!
—Bueno, yi me sentaré ahí afuera esperando.
—¿Pero que dices?— Raúl bajó su voz, sus compañeras de trabajo empezaban a mirarlos confundidas —Sólo son la cinco y media, vas a estar más de dos horas esperabdo ahí.
—En amor las esperas son los momentos más bonitos — sonrió divertido —Ahora que te encontré, no vas a liberarte de mi tan simplemente. Además, vine por ti desde la península, así que esperar sólo es un efecto colateral.
Raúl lo miró salir y luego sentarse sobre un banco y esperar. Volvió su mirada a sus compañeras de trabajo que lo miraban maliciosas.
—Ni una pregunta— dijo él volviendo a su trabajo.

La fuerza de tus palabras - Alejandro y RaúlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora