✕A Pete Wentz lo admiraban y temían con el mismo fervor todos sus compañeros, por ser guapo como el solo y por conocer la vida, a sus quince años, mejor que ninguno, o al menos por aparentarlo. Los lunes por la mañana, en el recreo, los chicos le hacían corro en su sitio y escuchaban con avidez su resumen del fin de semana, que la mayoría de las veces era una astuta versión de lo que Andrew, su hermano ocho años mayor, le había contado a su vez el día anterior. Pete se apropiaba de todo, aunque adobándolo con detalles sórdidos de su propia cosecha que a sus amigos les sonaban inquietantes y misteriosos. Hablaba, por ejemplo, de locales en los que nunca había estado, pero describiendo al detalle la iluminación psicodélica o la sonrisa maliciosa que le había dirigido el camarero al servirle un cubalibre.
En la mayoría de los casos acababa con el camarero en la cama, o en la trasera del bar, entre barriles de cerveza y cajas de vodka, donde él le daba por detrás tapándole la boca para que no chillara.
Pete Wentz sabía cómo contar una historia. Conocía lo expresivo que puede ser un detalle, y cómo dosificar el suspense para que el timbre de entrada a clase sonara cuando el camarero andaba a vueltas con la cremallera de sus vaqueros de marca: su entregado auditorio se dispersaba entonces lentamente, con las mejillas coloradas de envidia y frustración. Le hacían prometer que continuaría en el siguiente intervalo entre clases, aunque él era demasiado inteligente para cumplir la promesa: al final despachaba el asunto haciendo una mueca con su boca perfecta, dando a entender que no tenía importancia alguna: era un lance más de su extraordinaria vida y él lo tenía ya más que superado.
Sexo había practicado de verdad, como también había probado alguna de las drogas cuyos nombres tanto le gustaba pronunciar, aunque solamente con un chico y una sola vez. Ocurrió veraneando en el mar y él era un amigo de su hermano, que aquella noche bebió y fumó mucho y olvidó que un chiquillo de trece años es demasiado joven para ciertas cosas. Se lo folló deprisa y corriendo, detrás de un contenedor. Cuando los dos volvían cabizbajos con los otros, Pete le tomó la mano, pero él se soltó con desdén. A el le hormigueaba la cara y el calor que sentía entre su miembro lo hizo sentirse muy solo. En los días siguientes, el chico no volvió a hablarle y el se lo contó a su hermano, que riéndose de su ingenuidad le dijo: «tonto, ¿qué te creías?»
El devoto séquito de Pete estaba compuesto por Ray Toro, Mikey Way y Dan Powlovich. Formaban un grupo compacto y despiadado al que algunos en el colegio llamaban «los cuatro pavos». Pete los había escogido uno por uno y de todos exigió un pequeño sacrificio, porque su amistad debía uno ganársela. Era el que decidía por todos y sus decisiones eran oscuras e inequívocas.
Brendon observaba a Pete a hurtadillas. Desde su sitio, dos filas más allá, se nutría de frases sueltas y fragmentos de relatos, y luego, por la noche, solo en su cuarto, se recreaba con ello.
Antes de la mañana de aquel miércoles, Pete no le había dirigido la palabra. Fue una especie de iniciación y se hizo como era debido. Ninguno de las muchachos supo nunca si Pete improvisó aquella tortura o si fue algo largamente meditado, pero todas convinieron en que estuvo genial.
Brendon aborrecía los vestuarios. Sus compañeros de cuerpos perfectos se demoraban todo lo posible en boxers y camisetas para que los demás los envidiaran. Adoptaban posturas forzadas, hundían el estómago y adelantaban sus músculos, daban suspiros mirándose en el espejo agrietado que ocupaba uno de los tabiques, se decían «fíjate», y con las manos se medían sus bíceps que más proporcionados y atractivos no podían ser.
Los miércoles Brendon iba a clase con los pantalones cortos debajo de los vaqueros, para no tener que cambiarse. Los otros lo miraban con malicia y recelo, imaginándose la facha que debía de tener bajo aquellas ropas. Él se quitaba la camiseta vuelta de espaldas, para que no le vieran la barriga.
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La soledad de los números primos||Adaptación Ryden||
FanfictionEn una clase de primer curso Ryan Ross había estudiado que entre los números primos hay algunos aún más especiales. Los matemáticos los llaman números primos gemelos: son parejas de números primos que están juntos, o, mejor dicho, casi juntos, pues...