Brendon se retiró el pelo de su rostro. La hoja del armario de cocina seguía abierta allá arriba, la silla inanimada ahí delante. No se había lastimado. No tenía ganas de llorar. No acertaba a reflexionar sobre lo que acababa de ocurrir.
Empezó a recoger el arroz del suelo, al principio grano a grano, luego juntándolos con la palma.
Se levantó y echó un puñado en la olla, que ya estaba hirviendo. Se quedó mirando cómo el arroz subía y bajaba caóticamente por efecto de la convección, como lo había denominado una vez Ryan. Apagó el fuego y fue a sentarse en el sofá.
No haría nada. Dejaría todo tal cual hasta que llegaran sus suegros y les contaría cómo se había portado Sarah. Pero no vinieron. Debió de avisarles ella. O quizá había ido a su casa y en ese momento estaba contándoles su versión, que los espermatozoides de el eran árido como el lecho seco de un río y que ella estaba cansado de vivir así.
Reinaba el silencio en toda la casa, la luz parecía no encontrar su sitio. Brendon descolgó el teléfono y marcó el número de su padre.
— ¿Sí? —contestó Soledad.
—Hola, Sol.
—Hola, mi amorcito. ¿Cómo está mi niño? —dijo la otra con su amabilidad de siempre.
—Así así.
— ¿Y eso? ¿Qué pasó?
Brendon guardó silencio unos segundos y luego preguntó:
— ¿Está papá?
—Está durmiendo. ¿Lo llamo?
Brendon pensó en su padre, en la gran habitación que ya sólo compartía con sus propios pensamientos, y por cuyas persianas bajadas entrarían franjas de luz que caerían sobre su cuerpo dormido. El tiempo había borrado el odio que siempre los separó, Brendon ya ni lo recordaba. Lo que más lo había oprimido en aquella casa, la mirada grave y penetrante de su padre, era ahora su mayor añoranza. Él no le diría nada, ya hablaba poco. Le acariciaría la cara, y le diría a Sol que pusiera sábanas limpias en su cuarto, nada más. Con la muerte de su mujer algo había cambiado en él, se había ablandado. Paradójicamente, desde que Sarah formaba parte de la vida de su hijo se había vuelto más protector. Ya no hablaba todo el rato de sí mismo, dejaba que fuera el quien le contara cosas, lo escuchaba abstraído, más atento al timbre de su voz que a las palabras, y hacía comentarios con murmullos pensativos.
Aquellos momentos de ausencia habían comenzado hacía un año, cuando una noche, por primera vez, confundió a Soledad con Grace. La atrajo para besarla, convencido de que era su mujer, y para disuadirlo Sol tuvo que darle un cachete, a lo que él respondió enfadándose y gimoteando como un niño. Al día siguiente no recordaba nada, pero tenía la vaga sensación de haber hecho algo mal, de haber roto el regular transcurso del tiempo, y le preguntó a Sol qué había ocurrido. Ella procuró no contestar, cambiar de conversación, pero él insistió hasta sonsacarle la verdad. Entonces inclinó la cabeza, sombrío, se volvió y pidió perdón en voz baja. Acto seguido se encerró en su despacho y allí permaneció hasta la hora de cenar, sentado a la mesa, con las manos apoyadas sobre el tablero de nogal, tratando inútilmente de llenar aquella laguna de su memoria.
Lapsus como ése se repetían cada vez con mayor frecuencia, y los tres, ella misma, su padre y Sol, procuraban no prestarles demasiada atención mientras fuera posible.
—Bren... ¿Lo llamo o no? —repitió Soledad.
—No, no —se apresuró a contestar—. No lo despiertes. No importa.
— ¿Seguro?
—Sí. Mejor que descanse.
Colgó y se tumbó en el sofá. Se esforzó por mantener los ojos abiertos, fijos en el techo encalado. Quería experimentar bien despierta la sensación del nuevo e incontrolado cambio, ser testigo del enésimo pequeño desastre, pero poco a poco fue respirando más regularmente hasta quedarse dormido.
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Holis :v
¿Cómo van? Mañana es mi última día de clases, aunque iré a supletorio (Ya es casi seguro) pero tendré muuucho tiempo y planeo terminar esto lo más pronto posible.
No olviden pasar por mis otras historias (Counting Stars y En el nombre del Amor) Se los quiere.
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La soledad de los números primos||Adaptación Ryden||
FanfictionEn una clase de primer curso Ryan Ross había estudiado que entre los números primos hay algunos aún más especiales. Los matemáticos los llaman números primos gemelos: son parejas de números primos que están juntos, o, mejor dicho, casi juntos, pues...