Sarah la recibió en la puerta, con las luces de rellano, recibidor y salón encendidas. Y al pasarle el la bolsa de plástico en que traía el helado, le apretó los dedos y le dio un beso en la mejilla como lo más natural del mundo. Y le dijo, porque de verdad lo pensaba, que se veía muy bien, y siguió preparando la cena sin dejar de mirarlo.
Sonaba una música que Brendon no conocía y que ella no había puesto para que escucharan, sino para completar un escenario perfecto pensado al detalle. Había dos velas encendidas y la botella de vino ya estaba abierta. La mesa estaba muy bien puesta para dos, con el filo de los cuchillos hacia dentro para significar que el comensal era bienvenido, como el sabía porque su madre se lo había enseñado de pequeña; el mantel de la mesa, blanco, no tenía una sola arruga, y los dobleces de las servilletas plegadas en forma triangular coincidían a la perfección.
Brendon se sentó a la mesa y contó los platos del servicio para saber cuánto había que comer. Esa noche, antes de salir, había permanecido mucho rato encerradoa en el baño mirando absorto las toallas, que Soledad cambiaba todos los viernes.
Sarah se movía por la cocina con agilidad y al mismo tiempo la cautela de quien se sabe observado. Brendon bebía a sorbitos el vino blanco que se había servido y notaba en el estómago, vacío desde hacía al menos veinte horas, como pequeños estallidos provocados por el alcohol. Una sensación de calor se difundía por sus venas, le subía poco a poco a la cabeza y conjuraba el recuerdo de Ryan, como marea que barre la playa.
Sentado a la mesa, observó atentamente el tipo de Sarah: la neta línea que separaba la mitad de su pelo negro, Sus caderas no muy volubtuosas y sus delicadas manos. Acabó pensando en que cualquiera pudiera perderse en esos hermosos ojos azules como el mar
Había aceptado la invitación por lo que le había dicho a Ryan, y porque, ya estaba seguro, no conocería nada más parecido al amor que lo que allí encontrase.
Sarah sacó del frigorífico una pastilla de mantequilla y cortó un pedazo de al menos, según estimó Brendon, ochenta o noventa gramos.
Luego lo echó a la sartén en que previamente había hecho el risotto con setas —con lo que se disolvió liberando todas sus grasas saturadas y animales—, apagó el fuego y siguió removiendo con un cucharón de madera otro par de minutos.
—Listo —dijo al fin.
Se secó con un trapo que colgaba de una silla y, sartén en mano, se dirigió a la mesa.
Brendon echó una ojeada despavorida al contenido de la sartén.
—Para mí poquísimo —dijo, haciendo con los dedos el gesto de una pizca, justo antes de que cayera en su plato una enorme cucharada de aquella pasta hipercalórica.
— ¿No te gusta?
—Es que soy alérgico a las setas —mintió—, pero lo probaré.
Sarah pareció frustrada y dejó un momento la sartén suspendida en el aire.
—Vaya, lo siento. No lo sabía.
—No importa, de veras —repuso Brendon sonriendo.
—Si quieres te hago...
El la acalló cogiéndole la muñeca. Sarah lo miró como niña que mira un regalo.
—Lo probaré, en serio.
Ella sacudió la cabeza.
—De ninguna manera. ¿Y si te sienta mal?
Retiró la sartén y Brendon no pudo evitar sonreír. La siguiente media hora la pasaron hablando ante los platos vacíos y Sarah tuvo que abrir otra botella de vino blanco.
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La soledad de los números primos||Adaptación Ryden||
FanficEn una clase de primer curso Ryan Ross había estudiado que entre los números primos hay algunos aún más especiales. Los matemáticos los llaman números primos gemelos: son parejas de números primos que están juntos, o, mejor dicho, casi juntos, pues...