Ryan miraba hacia fuera por los cristales opacos de la ventana. Era un día luminoso, un anticipo de primavera a principios de marzo. El fuerte viento, que por la noche había limpiado la atmósfera, parecía llevarse también el tiempo, haciendo que pasara más rápido. Contando los tejados que desde allí lograba ver, Ryan trataba de calcular a qué distancia se hallaba el horizonte.
A su lado, Spencer lo observaba de soslayo intentando adivinar sus pensamientos. No habían comentado lo ocurrido en el laboratorio de biología. Hablaban poco, pero pasaban mucho tiempo juntos, sumido cada cual en su propio abismo, aunque sintiéndose sostenidos y salvados por el otro, sin necesidad de muchas palabras.
—Hola —oyó Ryan a sus espaldas. En el cristal vio reflejados a dos chicos cogidos de la mano. Se giró.
Spencer miró a los chicos parecían esperar algo.
—Hola —contestó Ryan en voz baja, y agachó la cabeza para evitar la mirada penetrante de uno de ellos.
—Yo soy Pete, y el Brendon —dijo el que así lo miraba—. Vamos a segundo B.
Ryan asintió. Spencer estaba boquiabierto. Ninguno de los dos dijo nada.
—Qué —prosiguió Pete—, ¿no se piensas presentar?
Ryan pronunció su nombre en voz baja, como si más bien se lo recordara a sí mismo, y tendió blandamente la mano sin vendar a Pete, que la estrechó con fuerza; el amigo lo hizo rozándola apenas, y sonrió mirando a otra parte.
Spencer se presentó también y no menos torpemente.
—Queríamos invitaros a mi fiesta de cumpleaños, que es el sábado —dijo Pete.
Spencer buscó de nuevo los ojos del amigo, en vano. Ryan miraba a Brendon, que seguía esbozando una media sonrisa tímida, y pensó que aquella boca, de labios pálidos y gruesos, parecía obra de un afilado bisturí.
— ¿Y por qué? —preguntó.
Pete lo miró con gesto torvo y se volvió hacia Brendon con una expresión que significaba ya te decía que estaba loco.
— ¿Cómo que por qué? Pues porque nos da la gana.
—Gracias, pero no puedo —contestó Ryan.
Aliviado, Spencer se apresuró a decir que él tampoco.
Pete no le hizo caso. A el le interesaba el de la mano vendada.
—Ah, ¿no? —repuso provocadoramente—. Será que tienes muchos compromisos para el sábado noche. ¿Has quedado con tu amiguito para jugar a los videojuegos? ¿O piensas cortarte otra vez las venas?
Al decir esto, Pete sintió un escalofrío a la vez de terror y excitación. Brendon le dio un apretón en la mano indicándole que se callara.
Ryan no pensó sino que había olvidado el número de tejados y no tendría tiempo de contarlos de nuevo antes de que sonara el timbre.
—No me gustan las fiestas —adujo.
Pete se esforzó por reír y emitió una serie de jijíes agudos.
—Qué raro, si a todos les gustan las fiestas. Y se dio con el dedo dos golpecitos en la sien derecha.
Brendon le había soltado la mano y tenía la suya, sin darse cuenta, en el vientre.
—Pues a mí no —replicó Ryan en tono severo.
Pete lo miró con desafío y él le sostuvo la mirada con semblante inexpresivo. Brendon había dado un paso atrás. Pete abrió la boca para replicar algo, pero en ese momento sonó el timbre. Ryan echó a caminar resuelto hacia la escalera, dando por terminada la conversación. Spencer lo siguió como arrastrado por su estela.
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La soledad de los números primos||Adaptación Ryden||
FanfictionEn una clase de primer curso Ryan Ross había estudiado que entre los números primos hay algunos aún más especiales. Los matemáticos los llaman números primos gemelos: son parejas de números primos que están juntos, o, mejor dicho, casi juntos, pues...