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Cual aves rapaces, Pete, Ray, Mikey y Dan cercaron a Spencer, y Pete le preguntó:

— ¿Te vienes allí con nosotros?

— ¿A qué?

—Luego te lo explicamos —contestó riendo Pete

.Spencer se puso tenso y buscó amparo en Ryan, pero vio que su amigo seguía observando absorto cómo temblaba la Coca-Cola en el borde del vaso. La música atronaba y con cada golpe de bombo la superficie del líquido se agitaba. Ryan aguardaba con extraña expectación el instante en que se desbordara. Spencer contestó:

—Prefiero quedarme aquí.

Pete se impacientó:

— ¡Qué difícil eres, Dios! Vente y calla.

Y le tiró del brazo. Spencer intentó resistirse, pero Ray empezó a tirar también y el chico se rindió. Dejándose arrastrar hacia la cocina, miró por última vez a su amigo: no se había movido.

Ryan advirtió la presencia de Brendon cuando el puso la mano en la mesa y rompió el equilibrio del vaso, cuyo colmo rebosó y formó en torno al fondo un cerco oscuro. Instintivamente alzó los ojos y sus miradas se cruzaron.

— ¿Qué tal? —le preguntó Brendon.

Ryan inclinó la cabeza y respondió:

—Bien.

— ¿Te gusta la fiesta?

—Mm-mm.

—A mí la música tan alta me marea.

Brendon esperó a que él dijera algo; lo miraba y le parecía que no respirase. La expresión de sus ojos era de mansedumbre y sufrimiento.

Como la primera vez, tuvo el impulso de pedirle que lo mirara, cogerle la cabeza entre las manos y decirle que todo iría bien. Al fin se atrevió a preguntarle:

— ¿Me acompañas al otro cuarto?

Ryan inclinó la cabeza, como si hubiera esperado la pregunta, y contestó:

—Bueno.

Brendon echó a andar hacia el pasillo y Ryan lo siguió a dos pasos de distancia, mirando, como siempre, al suelo. Notó que, mientras que la pierna derecha de Brendon, como todas las piernas del mundo, se doblaba con garbo por la rodilla y el pie se apoyaba en el suelo sin hacer ruido, la izquierda, rígida, describía a cada paso un giro hacia fuera, con lo que por un momento la cadera quedaba desequilibrada y daba la impresión de que Brendon fuera a caer de lado, y cuando por fin tocaba tierra, lo hacía pesadamente, como si fuera una muleta.

Se concentró en aquel ritmo giroscópico y, sin darse cuenta, acompasó su paso al de el.

Cuando llegaron a la habitación de Pete, Brendon, con una audacia que a el mismo sorprendió, deslizándose a su lado cerró la puerta. Y allí quedaron ambos de pie, él sobre la alfombra, y Brendon justo fuera.

¿Por qué no dice nada?, se preguntó Brendon. A punto estuvo de desistir, abrir la puerta y escapar. Pero entonces ¿qué le digo a Pete?

— ¿A que se está mejor aquí?

—Sí —contestó Ryan. Tenía los brazos colgando, como un muñeco de ventrílocuo, y con el índice derecho se levantaba un padrastro que tenía en el pulgar; la sensación era muy parecida a la de un pinchazo y le permitió sustraerse un momento a la tensión reinante.

Brendon se sentó en la cama, muy en el borde —el colchón no se hundió bajo su peso—, miró a los lados como buscando algo, y al final preguntó:

La soledad de los números primos||Adaptación Ryden||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora