Brendon no lo esperaba tan pronto. Había enviado la carta apenas cinco días antes y era posible que Ryan ni siquiera la hubiera leído todavía. Pero en todo caso daba por seguro que primero lo telefonearía para quedar, en un bar quizá, donde el lo prepararía con calma para recibir la noticia.
La espera de una señal colmaba sus días. En el trabajo estaba distraído pero alegre, y Crozza no se atrevía a preguntarle el motivo, si bien creía tener parte del mérito. Al vacío dejado por la separación de Sarah había sucedido un frenesí casi adolescente. Brendon montaba y desmontaba la imagen del momento en que el y Ryan se encontrasen, corregía los detalles, estudiaba la escena desde diversos ángulos.
Tanto pensó en ello que más que una anticipación acabó pareciendo un recuerdo.
También fue a la biblioteca municipal —tuvo que sacarse el carnet porque era la primera vez— para consultar los periódicos que referían la desaparición de Jiuliette. Leer aquello lo sobrecogió y tuvo la sensación de que el horroroso suceso estaba ocurriendo de nuevo, a un paso de allí. Al ver en portada una foto de Jiuliette con aire ausente mirando algún punto por encima del objetivo, quizá la frente del fotógrafo, vaciló en su convencimiento. Esa imagen le trajo al instante el recuerdo de la chica del hospital, con una coincidencia tan perfecta que casi resultaba increíble, y por primera vez se preguntó si no sería todo un espejismo, una alucinación persistente. Pero luego tapó la foto con la mano, como para ahuyentar la duda, y siguió leyendo.
El cuerpo de Jiuliette nunca fue hallado. No apareció una sola prenda ni rastro alguno. La pequeña se había desvanecido. Durante meses se pensó en un secuestro, pero esta hipótesis no condujo a nada. No hubo sospechosos. El caso acabó relegado a las páginas interiores de los periódicos, objeto de simples sueltos marginales, hasta que fue olvidado.
Cuando sonó el timbre Brendon estaba secándose el pelo. Abrió distraída, sin preguntar quién era, mientras se enrollaba una toalla a la cabeza. Iba descalzo y lo primero que vio Ryan fueron sus pies desnudos, cuyos segundos dedos eran algo más largos que el gordo, y los cuartos se doblaban hacia dentro; conocía aquellos detalles, se habían grabado en su memoria mejor que las palabras y situaciones. Alzó los ojos y dijo:
—Hola.
Brendon retrocedió un paso cerrándose instintivamente el albornoz, como para impedir que el corazón se le saliera del pecho, y se quedó mirándolo, asegurándose de que era él. Entonces lo abrazó, apretando su liviano cuerpo contra él, y Ryab le rodeó la cintura con el brazo derecho, aunque sin tocarlo con los dedos, como cauteloso.
—Ahora vuelvo, tardo un segundo —dijo Brendon con voz atropellada, y cerró la puerta dejándolo fuera. Necesitaba unos momentos a solas para vestirse y enjugarse los ojos antes de que él se los viera.
Ryan se sentó en el escalón de la puerta, de espaldas. Observó el pequeño jardín, el seto ondulado que flanqueaba con perfecta simetría la alameda describiendo media sinusoide. Cuando oyó abrirse la puerta, se volvió y por un momento todo pareció ser como debía ser: él esperaba a Brendon en la puerta, el salía bien vestido y sonriendo, juntos echaban a andar calle abajo sin rumbo fijo.
Brendon se inclinó y lo besó en la mejilla. Para sentarse a su lado hubo de apoyarse en su hombro, debido a la pierna rígida. Él le hizo sitio.
No tenían donde apoyar la espalda y se quedaron algo inclinados hacia delante.
—Sí que te has dado prisa —dijo Brendon.
—Tu carta me llegó ayer por la mañana.
—Entonces no está tan lejos ese lugar.
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La soledad de los números primos||Adaptación Ryden||
FanfictionEn una clase de primer curso Ryan Ross había estudiado que entre los números primos hay algunos aún más especiales. Los matemáticos los llaman números primos gemelos: son parejas de números primos que están juntos, o, mejor dicho, casi juntos, pues...