Te quiero de vuelta junto a mí [SL 2] TERMINADA.

Capítulo 24| Editado.

Narra Gia.

Siento como alguien se recuesta al lado mío, en la cama obviamente, y me abraza por la cintura quedando su boca en mi cuello.

Suspiro al oler ese olor. Es tan rico y a la vez tan odioso. Sé que estoy cometiendo un grave error en sentir aunque sea una pizca de sentimientos por él. Después de todo lo que me hizo sufrir.

—Vete.

—Vamos, Gia, sólo será un beso. —abro los ojos y me siento.

Lo miro seria. Sabe bien que no quiero nada con él.

Pero él es tan lindo. Me dice mi loba a través del vínculo.

Lo sé pero eso no borra lo que me hizo, y no sólo a mí.

Dale una oportunidad.

No y no.

Te arrepentirás, ya verás, Franchesca. Y me dirás, ella tenía toda la razón, que idiota he sido.

Eso está por verse.

—Agustín, vete ahora.

—Pero Gia yo pensé que dejándome quedar aquí tendríamos algo —me dice triste.
Lo miro burlonamente.

—Y también te dije que no me molestes a mí ni a mi familia.

—Eso lo sé pero Alex no es nada tuyo.

Ahora sí ya me canso.

Lo tomo del cuello y nos tiro de la cama.

—Escúchame bien imbécil, nuestro trato ya está hecho no quieras saltar o romper reglas. Tú mismo aceptaste esto, ¿o me equivoco? —niega asustado con la cabeza.

—Muy bien.

Lo suelto y me dirijo al baño.

Que difícil es esto.

***

—Mamá, ¿puedo hablar contigo? —me dice Ian.

—Ya lo estás haciendo —sonrío y beso su mejilla.

—Lo sé —rueda los ojos—. Hace meses, bueno desde que te fuiste a casa de Andrés, bueno... Con Em descubrimos una cosa —juega con sus dedos. Lo miro extraño y me siento mejor en el sofá.

—¿Y bien? —lo incentivo con la mirada.

—¿Tienes una almohada cerca? Porque es una noticia bomba —lo miro con una ceja levantada—. Em y yo somos mates, mamá.

Lo miro sin expresión alguna.

—¿Qué? —pregunto estupefacta.

—Que somos mates —me ve alarmado.

—Eso no es posible, Ian. Tú y Em no pueden ser mates por el simple hecho de que son hermanos —voy levantando la voz a medida que hablo. Me agarro los pelos y me levanto del sillón.

—Pero pasó mamá —se calla apenas ve mis ojos, seguramente negros por la furia, la de mi loba y mía.

—¿Sólo pasó, mamá? —pregunto sarcástica.

—Mam...

—¡Mamá nada, Tristen! —grito mientras lo levanto del brazo bruscamente y nos dirijo a la parte de arriba.

Todavía es de mañana, por lo que todos están dormidos.

—¡Mamá me haces daño! —trata de safarse. Pero si hubiese sido una loba cualquiera lo hubiera hecho.

—¡¿Se acostaron en mi casa?! —lo estampo contra la pared y aprieto su cuello.

—¡¡Claro que no!! —chilla como puede.

Poco a poco todos salen de sus habitaciones. Menos, Em.

—¿Por qué no me lo dijiste antes, Alejandro? —le digo su segundo nombre cuando estoy enojada.

—N-no que-quería que te pongas así —me señala.

—¡Gia suéltalo que lo vas a matar! —grita Alex.

—¡Todos en esta puta casa me ocultan algo! —digo soltándolo.

—¡Estás equivocada, mamá! —grita Em saliendo de su cuarto.

—Jamás creí que me ocultarían algo, Emily —la veo "decepcionada".

Baja la cabeza. Me muerdo mi labio inferior.

—Son mis hijos, Hermanos. No puedo creer que la Diosa Luna los haya puesto de mates. Esto debe ser una equivocación —niego con la cabeza.

—Te dije que pasaría si no me dejabas ayudar —dice una víbora entrando a la casa.

—Creí que me engañarías como lo habías hecho antes —digo apretando los puños.

—Por favor, Franchesca, soy tu mejor amiga después de todo, ¿no?

—Lorena, no hablamos y peleamos mucho. No soy tu mejor amiga.

—Pues para mí sí —me abraza la bruja—.... Por cierto, Ian te mintió.

—¿Qué? —me separo para ver a Ian.

—Si se acostaron.

Abro mis ojos como platos. Levanto la mano dispuesta a pegarle pero una mano la toma y pega sus labios con los míos.

Escucho un gruñido fuerte adelante de nosotros. Que se joda.

Muerdo su labio inferior y le agarro su cabello para unirme más a él.

—No puedes pegarle —susurra jadeando.

—¿Por qué...? —comienzo a decir sorprendida.

—Gia, ellos no tienen la culpa.

—Lo sé, Alex, sólo iba a pegarle por haberme mentido y no contarme las cosas —comienzo a reír fuertemente.

Todos me miran mal.

—¿Qué? —digo sin dejar de reírme.