Lucía Dante esperaba con muchas ansias los resultados de sus estudios. Estaba cansada y tenía hambre. Se encontraba inquieta, impaciente y un poco asustada.
Peligroso cóctel de sentimientos.
Aquella soledad momentánea había mutado en un ambiente de incomodad y desesperación.
El Dr. Scott, que había sido de lo más atento con ella, había recibido un llamado de urgencia y tras haberse disculpado, la había dejado esperando en aquella habitación. Atenderla no estaba dentro de sus planes ni era parte de su obligación, pero se había hecho un espacio en su fatídico cronograma para asistirla.
Lo había hecho porque era un buen amigo de la familia Williams y porque era una persona tremendamente generosa. George Scott Jr., de familia de tradición de médicos, estaba continuamente al servicio de los demás. El otro, era siempre su prioridad.
Entendiendo esto, ante la inminente llegada de una ambulancia con heridos de gravedad, había tenido que acudir de inmediato. Después de todo, esa si era su responsabilidad y Lucía lo comprendía más que nadie.
Sin embargo, y a pesar de la situación de emergencia, el Dr. Scott se había encargado de darle a Thomas todas las indicaciones para que acompañara a Lucía a realizarse unas radiografías. Cuando el joven se presentó, Lucía Dante lo reconoció de inmediato.
El enfermero Thomas Dickinson, el mismo que había interrumpido el momento incomodo entre Lucía y Bruno, la había escoltado con dedicación y cortesía. Ambos pasaron un momento de lo más divertido. Lucía, entusiasmada de poder interactuar con alguien tan amable, supo entretenerlo con sus ocurrencias.
Thomas agradeció el momento de distención que tuvo con ella. Trabajar en urgencias en un hospital de semejante envergadura, aunque apasionante, podía resultar verdaderamente estresante.
Lucía observó en detalle al joven en todo momento. Rubio, alto, facciones increíbles, ojos azules llenos de vida. Tenía una belleza aniñada y una mirada cálida y dulce.
Thomas Dickinson era la personificación perfecta del príncipe azul de todo cuento de hadas.
En la vuelta al consultorio, Thomas detuvo abruptamente la silla de ruedas en dónde llevaba a Lucía. El movimiento brusco no le fue indiferente a ella. Al prestar atención divisó, más adelante en el pasillo, a dos personas que reían.
Hablaban y se sonreían, parecían ajenos a todos los que pasaban por allí.
El hombre era algo mayor y, por su atuendo, parecía ser un médico del hospital. Quien le hacía ojitos, era una enfermera mucho más joven. Apoyada en la pared reía como tonta mientras que él la cubría con su cuerpo. Era un flirteo evidente, exagerado y descarado.
Había algo en ellos que le resultaba muy molesto a Lucía, como si lo que estaba viendo simplemente era incorrecto. Sin comprender la naturaleza de su fastidio (se lo atribuyó al cansancio) volvió a mirar a Thomas y juró ver tristeza en sus ojos.
Maldita bruja, pensó.
–¿Ahí hay una historia? –preguntó queriendo ser cuidadosa.
Thomas no quitó la vista de la pareja acaramelada en el pasillo.
–A Daniel le gusta jugar con la gente –sentenció.
El enfermero, de cortas palabras, era directo y conciso. La irritación que denotaba esa frase le hizo saber a Lucía que allí había mucho más que una historia.
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IPSA [Finalizada]
RomanceLucía Dante y Bruno Harper nacieron en distintos países y hablan distintas lenguas, sin embargo, tienen un pasado en común: a ambos los atraviesa la pérdida, son sobrevivientes. El destino caprichoso decidió un día cruzarlos, para curarse, para com...