IX: Marsella

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En un momento de aquella mañana de verano, los rayos del sol fueron invadiendo la habitación. Entre esfuerzos y molestias, consiguieron despojar a Lucía de su estado de completa ensoñación. A medida que fueron abriendo paso, dejaron al descubierto los recuerdos de la noche anterior.

Enmarañada entre las sábanas, intentó focalizar algún punto detrás del gigantesco ventanal que la separaba del mundo exterior. Durante unos minutos, destinó su atención a una nube caprichosa, que muy a lo lejos, se acercaba peligrosamente a la punta de un rascacielos.

Por un instante, fantaseó con la idea de que aquella masa suspendida en la atmósfera estuviera a punto de explotar. Se acordó de la ocasión en la que viajó en un globo aerostático en Escocia, resucitó aquella extraña sensación de sentir cómo las nubes se rompían a su alrededor.

Sonrió, venturosa, ante el recuerdo; y se aferró, con mayor fuerza, a la almohada que aún conservaba el olor de Bruno. Inhaló profundamente ese aroma tan encantador, añorando su presencia.

Tras un suspiro hondo e intenso, se reincorporó.

Con un movimiento brusco y descuidado, Lucía se sentó en la cama. Fue tan bruta, que machacó su tobillo ya lastimado, y un dolor agudo la sacudió.

–Mierda, mierda, mierda –gruñó mientras llevaba, de inmediato, las manos a su pierna derecha.

–¿Eso fue un insulto? –irrumpió Bruno a su lado, matándola del susto.

–¡La puta madre, Bruno! –gritó en su lengua de nacimiento, casi por inercia, golpeó la cama con los puños.

Como se había dado el susto de su vida, el corazón le latía frenético, su cuerpo era un manojo de nervios.

–Estoy casi seguro que eso también fue un insulto –replicó él, conteniendo la risa. Qué boquita –apremió.

Ella estaba tan agitada y conmocionada, que no pudo retrucarle. Se conformó con arrojarle una almohada que, obviamente, Bruno esquivó con maestría.

–¿Esa es la que hasta recién estabas abrazando y besando como loca? –bromeó, señalando la pieza mullida que yacía en el suelo.

–No es gracioso –protestó ella, con total enojo y acentuando cada una de sus palabras.

Bruno se sentó junto a Lucía y la miró hasta desarmarla.

–Ah no, no te das una idea de cuán graciosa sos para mi –remató seductor–. Todo en vos, Lu.

En ese instante, Lucía no pudo precisar si quería matarlo o comérselo a besos; con el tiempo descubrió que ambas posibilidades, iban a ser más que frecuentes a lo largo de su historia.

Bruno la invitó a recostarse y a acomodarse de nuevo en la cama. Con cuidado, apoyó la pierna dolorida en su regazo para liberarla de la bota ortopédica.

–¿Duele? –preguntó.

–Creo que fue un calambre –explicó ella y cubrió su rostro con las manos.

–Sabés, tenés que tener más cuidado –indicó mientras le masajeaba el tobillo con precisión.

Cada roce la aliviaba y relajaba, se manejaba como todo un experto.

Muy a pesar de ambos jóvenes, un timbre interrumpió aquel momento de intimidad. Lucía levantó la cabeza y lo escrutó con la mirada.

–¿Esperás a alguien?

Bruno dio fin al masaje y, tras acomodarle las piernas sobre el colchón, se puso de pie.

La pérdida del contacto le dolió a ambos, más de lo que podían comprender.

IPSA [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora