VII: Disney World

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–Lamento mucho lo de antes, no sé que me pasó –expuso con cierta vergüenza.

Bruno había aparcado al 56 de la calle Leonard entre West Broadway y Church, en el lujoso barrio neoyorkino de Tribeca. Su nombre, acrónimo de Triangle Below Canal Street1, fue designado en honor a la figura que conformaba a partir de la delimitación con la calle Canal hasta Park Place, y con el río Hudson hasta Broadway.

Aquel barrio había sido un distrito de carácter industrial, cuyas estructuras de almacenes y desvanes fueron transformándose en apartamentos y negocios que potenciaron el valor de la zona.

Durante el viaje, Lucía había podido contemplar esas pintorescas callecitas colmadas de galerías de arte, pequeñas boutiques, tiendas, bares y restaurantes.

Luego de unos pocos minutos, la zona comercial se había esfumado y se habían ido adentrando en una zona exclusiva de departamentos y condominios.

–Creo que si sabés lo que te pasó –replicó Lucía–. Se llama ataque de pánico y estoy casi segura de que no es la primera vez que te pasa.

Bruno fue a decir algo pero se quedó con las palabras en la boca.

–A mi me pasaban bastante seguido cuando perdí a mi hermana –reveló casi sin darse cuenta.

Ninguno de los dos supo que decir a continuación.

Lucía prefería hablar de ella en otro contexto. Se había obligado, hace mucho, a recodarla solo con alegría. Era el mejor homenaje que podía rendirle.

Bruno no quiso indagar mucho más. Odiaba cuando lo hacían con él.

«Por qué hacer lo mismo, se preguntó.»

–No tenemos que hablar de lo tuyo –propuso ella finalmente– pero espero que sepas que no está mal lo que te pasa.

Volteó a mirarlo.

–No serías humano si no te pasara –decretó.

Al percatarse de lo que había detrás de la ventana del lado de Bruno, Lucía se acercó para fijar su vista en el afuera. La proximidad de sus rostros le resultó antojosa a él.

–Esto no es un restaurant –sentenció confundida.

La joven Dante estaba en lo cierto.

Eso no era un restaurant, no. No había uno cerca de allí, siquiera. En ese edificio vivía Bruno desde los 21 años de edad. Aquel era su hogar, su lugar en el mundo. A dónde llegaba tras un largo día de trabajo, y a cuyas puertas dejaba atrás el stress de la rutina que tanto lo fastidiaba.

Había conducido hasta ahí porque le había prometido a George, e incluso a Martha, que iba a asegurarse de que Lucía se recuperara en un lugar conveniente.

Como estaba seguro que le iba a costar mucho trabajo y mucho tiempo convencerla, supuso que iba a ser mucho más ventajoso hacerlo en la comodidad de su casa. Con la promesa de un almuerzo, la había llevado engañada; y Lucía, que estaba muy hambrienta y deseosa de poder seguir conociéndolo, había aceptado.

–Acá es donde vivo –confesó Bruno.

Lucía lo escrutó con la mirada y volvió a recostarse en el asiento.

Aquello iba a ser entretenido.

–Pero dijiste que íbamos a comer algo –recriminó.

–Me pareció que era lo más cómodo –dijo él, señalando con la cabeza la bota ortopédica–. Acá te podés relajar mientras comemos, debés estar bastante cansada. Recordá lo que nos explicó George.

IPSA [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora