Era un hecho, Bruno Harper e Ian Williams tenían muchísimo miedo. Un sentimiento que, aunque incomodo para cualquiera, ambos se esforzaban por desterrar de sus vidas. A toda costa.
El recuerdo doloroso del accidente que habían sufrido los Harper vino de inmediato a sus mentes y le heló la sangre a un Bruno que, en ese momento, solo podía pensar en lo más trágico. Se aferraba al volante con tanta potencia que su cuerpo era un cúmulo de energía y tensión.
Al instante del impacto, por puro instinto, había cerrado sus ojos con fuerza buscando reprimir cada una de las imágenes que se le pasaban por la cabeza. Una y otra vez, todo volvía a repetirse.
Para Bruno había algo ahí que le resultaba imposible de afrontar. Era algo tácito para Ian, y supo que era él quien tenía que dar el primer paso.
El joven Williams se bajó del auto con cuidado y se acercó hacia el frente de éste. Allí lo esperaba Lucía que, asustada y bastante confundida, se tomaba su tobillo derecho meciéndose ante el dolor.
A pesar de no mostrarse gravemente herida dejaba entrever un malestar que le resultaba preocupante. Conmocionada por el golpe, respiraba con dificultad; en medio de su agitación, denotaba todo su nerviosísimo.
En busca de ayuda, levantó su vista y se encontró con un desconocido que la examinaba con ansiedad. De inmediato, comprendió que esos ojos que la contemplaban estaban teñidos de espanto; y se las ingenió para decirle las palabras que ella creía que necesitaba escuchar.
–Estoy bien –casi fue un suspiro.
Ian asintió con la cabeza, esa que todavía se encontraba un poco mareada por el hecho. Lo hizo un poco en respuesta a Lucía y otro poco para convencerse de lo que veía. Para darle libre paso al alivio.
Desahogado, dirigió su vista a Bruno pero descubrió que éste no se la devolvía. Tenía la suya clavada en el suelo. Temblaba como una pluma en medio de una tormenta.
El mayor de los Williams (5 minutos mayor que la caprichosa Sarah) golpeó con su puño el capot del auto buscando la atención de su amigo. Bruno, al levantar su rostro, se encontró con el de Ian que era mucho más calmo y sereno. Fue la prueba concreta de que nada malo había sucedido.
Por primera vez desde el estruendo, Bruno Harper pudo respirar sin sentir que su pecho se rompía en mil pedazos.
Durante los primeros minutos, hubo mucha gente rodeando a la conmocionada Lucía. Algunos transeúntes le preguntaron repetidamente (y casi hasta hartazgo) si se encontraba bien, si necesitaba algo. Otros le aseguraron que una ambulancia estaba viniendo por ella, que no tenía que preocuparse por nada. Excepto el dolor, obviamente.
A lo lejos estuvieron los que, como si les importara poco lo que había sucedido, hacían videos o sacaban fotos. Con ellos, se sintió particularmente vulnerable; como si fuera un pobre animal de zoológico expuesto a la mirada ajena vacía de toda compasión. Lucía odiaba esa sensación. Tanto más como a los zoológicos.
Con el paso del tiempo, la ciudad volvió a su frenesí natural. El tránsito continuó su curso, aunque a paso lento, y la gente se fue alejando de ella. La vida de los demás volvió a su tic-tac habitual y rutinario.
Lucía comenzó a sentirse un poco más cómoda. Ya no sentía tanto dolor y estaba tranquila, confiaba su bienestar en los dos caballeros que continuaban a su lado.
El joven de cabello largo y rubio, de ojos saltones y sonrisa salvajemente demoledora, permanecía agachado junto a ella y le hablaba sin reservas. Buscaba entretenerla. Para distraerla, para que no desesperara ante la espera.
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IPSA [Finalizada]
RomanceLucía Dante y Bruno Harper nacieron en distintos países y hablan distintas lenguas, sin embargo, tienen un pasado en común: a ambos los atraviesa la pérdida, son sobrevivientes. El destino caprichoso decidió un día cruzarlos, para curarse, para com...