II: Bariloche

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Dos canciones y media le llevaron a Bruno Harper y Lucía Dante llegar a su destino.

Durante el trayecto, ella le había explicado su tendencia a contar el paso del tiempo en canciones. Algo que, aunque podía ser extraño para muchos, a Bruno le resultaba bastante familiar.

Tras devolverle una sonrisa que la desarmó por completo, le confesó que él solía hacer lo mismo. Había adoptado esa misma práctica cuando entrenaba y viajaba por el mundo, tras el sueño de ser tenista profesional.

Lucía no tuvo que preguntarle qué había sucedido con aquello. La nostalgia que vislumbraron sus ojos marrones intensos (cargados de secretos), le dio la pauta que no lo había conseguido.

Que el tema era demasiado doloroso como para atormentarlo con preguntas. Decidió, entonces, dejar pasar el comentario y contemplarlo en silencio.

Mientras que a paso firme y cuidadoso la llevó, disfrutó de cada instante junto a él. Absorbió su aroma y estudió sus rasgos. Lo observó con detenimiento y adoración deseando conocer todo en él, queriendo arrancarle algo para inmortalizar su recuerdo.

Bruno dejó escapar un suspiro profundo, mezcla de alivio y cansancio, devolviendo la atención de Lucía a aquel ahí y ahora. Ella, tras despedirse del mundo paralelo en el que se encontraba, levantó la vista y contempló la fachada del NewYork¬-Presbyterian Hospital. Unos de los centros médicos más grandes y completos del país, número uno en el área metropolitana de Nueva York, miembro del cuadro de honor de los "Mejores Hospitales de América".

Todo un lujo. Uno de los que, sentía, no podía permitirse.

–Bruno... –susurró a quién todavía la cargaba– creo esto es demasiado.

Lucía no podía quitar la vista de la majestuosa arquitectura de aquel lugar. En su mente, intentaba calcular cuánto podría costar todo aquello. Sencillamente le parecía excesivo.

–Tranquila, lo tengo todo bajo control.

Lucía no tenía dudas que un hombre como Bruno Harper podía tener hasta al mundo entero bajo su control. Pero ni siquiera toda la seguridad de él, le podía quitar esa amarga sensación de sentirse sapo de otro pozo. La intimidaba demasiado la inmensidad de aquel edificio.

Allí todo era pulcro y resplandeciente. La gente entraba y salía en constante frenesí, los médicos recorrían los pasillos con sus relucientes guardapolvos y muchas personas se agolpaban en la recepción de entrada.

Irremediablemente pensó en la última vez que había estado en un lugar como ese. Recordó a su hermana y a Buenos Aires. La tristeza la golpeó, la hizo temblar y Bruno la acercó más a su cuerpo para darle calor.

Pobre Bruno Harper, había tantas cosas que tenía en común con Lucía Dante y, sin embargo, aún no lo sabía. Ninguno de los dos, de hecho.

Una de las recepcionistas de la mesa de entrada había reconocido y saludado afectuosamente a Bruno. Tras enterarse de lo sucedido pidió, de inmediato, una silla de ruedas donde Lucía esperaba ser atendida. Agradecida ante la dulce atención del personal del hospital, intercambió lindas palabras con cada uno de ellos. Incluso algunas en español, se dio cuenta de lo mucho que extrañaba poder hablar en su idioma de nacimiento.

Aunque era cierto que sabía poco y nada de Bruno Harper, había algo en todo aquello que le daba una certeza. Todos y absolutamente todos allí, lo querían y se preocupaban por él. Y ahora por ella, claro.

En un rincón de la sala de espera, Lucía ponía a prueba la resistencia de su silla de ruedas. Realizaba giros y experimentaba distintos movimientos. Estaba más que entretenida, como si fuera una pequeña con un juguete nuevo.

IPSA [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora