El consultorio del Doctor Scott era sumamente acogedor. A pesar de ser pequeño y modesto, tenía todo lo necesario para asistir a sus pacientes. Pulcro y metódicamente ordenado, daba una sensación de confort y seguridad que le resultaba imprescindible para llevar a cabo su labor.
El escritorio ultra moderno en el que trabajaba, estaba repleto de portarretratos. La pared detrás de éste, se hallaba igualmente decorada. Decenas de cuadros de todo tipo, color y tamaño, enmarcaban cada una de las fotografías que delimitaban aquel espacio.
Cada imagen, representaba una historia.
Esas personas que podían verse sonriendo a cámara eran (o habían sido) pacientes del Doctor. A cada una de ellas, les había salvado la vida. Para él, esa era su mejor carta de presentación, su auténtico cuadro de honor. No necesitaba exponer todos sus diplomas o todas las distinciones que había recibido.
Para George Scott Jr. sus verdaderos trofeos estaban enmarcados en cada una de esas fotos. Los lucía, con un orgullo inmenso.
Mientras que Lucía recorría con la mirada cada portarretrato y pensaba en las historias que escondían, George vendaba su tobillo derecho. Si bien debía ejercer la presión suficiente para contener la lesión, lo hacía con cuidado buscando ejercer la mínima molestia posible. Por su parte, ella había comenzado a sentir que el dolor disminuía y lo atribuyó a la presencia de Bruno.
Apoyado contra una pared contigua la contemplaba en silencio. De vez en cuando cruzaba una mirada con él y se sonreía al encontrarlo observándola con tanta dulzura. Lucía había notado como el hecho de estar cerca de él aplacaba su dolor. Su mirada la llenaba de calor y le daba calma.
Como estaba sentada y sus pies no tocaban el suelo, movía en un vaivén rítmico su pierna izquierda. Lo hacía al compás de los latidos de su corazón, para entretenerse y pasar el tiempo. Cuando volteaba hacia Bruno y se enfrentaba con su mirada, ese movimiento se volvía más frenético. Su otra pierna, la derecha, la mala, estaba apoyada en la rodilla del doctor.
Al terminar su trabajo, George le preguntó si se encontraba dolorida.
–Ya no Doc, gracias –susurró ella.
George se sonrió al recordar algo.
–Bruno me decía doc G cuando era chico –mirándolo – ¿te acordás?
El joven asintió con la cabeza pero sin quitar su vista en Lucía. Sus ojos, ardían.
–Me gusta el doc –animó–. Es como si fueras de la familia.
Miró a Bruno al decir aquella frase y éste entendió, de inmediato, la intención que había detrás. George quería que Lucía sea parte de la familia. Ya lo había decidido.
No era un secreto a voces que todos deseaban ver a Bruno formar la suya.
Cada vez que lo veían acompañado de una joven sentían un prometedor entusiasmo. Sabían lo mucho que él necesitaba encontrar esa persona que pudiera domarlo, contenerlo y cuidarlo.
Bruno había tenido que madurar de golpe y nunca se había permitido necesitar del otro. Jeremy y Martha lo criaron y le enseñaron todo lo que pudieron de la vida, con mucho amor y dedicación, pero él no supo ser un niño más.
No le gustaba mostrarse vulnerable ante los demás. Si desesperaba, si caía, salía a flote con sus propios recursos. Sin pedir ayuda, sin pedir auxilio. Sus batallas, las peleaba en soledad. Siempre solo, siempre por su cuenta.
Para él, la posibilidad de compartir el volante de mando con alguien más, era sencillamente imposible.
George pensó que quizás, una entusiasta de la vida como Lucía Dante, con esa personalidad tan arrolladora, podía romper esa fachada de súper héroe que todo lo puede de él.
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IPSA [Finalizada]
RomanceLucía Dante y Bruno Harper nacieron en distintos países y hablan distintas lenguas, sin embargo, tienen un pasado en común: a ambos los atraviesa la pérdida, son sobrevivientes. El destino caprichoso decidió un día cruzarlos, para curarse, para com...