Ian Williams irrumpió en la oficina de Bruno. Entró, así, sin pedir permiso, como era él.
No esperó a ser anunciado en la mesa de entrada; y se saltó el control de seguridad de la planta baja, porque sencillamente tenía demasiada prisa. Tras darle paso a una linda joven que aguardaba la llegada del ascensor (y guiñarle un ojo), marcó el cuarto piso del edificio de la calle 71 y Central Park West.
Al abrirse las puertas, se percató de algunos cambios que habían sufrido las instalaciones del estudio jurídico Harper-Williams. Mientras estaba de viaje por Europa, perdido en quién sabe cuál fiesta, habían hecho una gran remodelación en la planta.
También notó a la nueva secretaria de su padre, y se anotó mentalmente robarle el número de teléfono más tarde ese día. Más allá de todos los cambios estéticos, las cosas parecían seguir con su ritmo habitual.
A paso decidido se acercó hasta el escritorio de su amigo y dejó caer un pequeño papel sobre el teclado del portátil. Era de color rosa y tenía unas impresiones de flores, una dirección de correo electrónico estaba anotada junto a un corazón medio deforme.
Enmarañado, metido en su mundo, Bruno redactaba un mail a un cliente. Golpeaba las teclas con cierta tensión. La sensación de stress rondaba en el ambiente.
–Hola a vos también, Williams –espetó.
Efectivamente tenía un humor de perros. Lo había llamado por su apellido, y no se preocupó por levantar su vista del aparato.
Por su parte, Ian no se alarmó; después de todo, así era Bruno cuando trabajaba. Tomó asiento en la silla al otro lado de la mesa y apoyó su cuerpo en el respaldo. Lanzó un suspiro profundo. No por cansancio, porque no había hecho nada productivo en todo el día; más bien por resignación pura. Lo estresaba el stress de su amigo.
–Buenos días, hermano querido –replicó muy cómodo en su postura, a sus anchas.
Bruno miró su reloj de marca. Era fanático y tenía una gran colección.
–Son las 2 de la tarde –puntualizó.
–¿Problemas en el paraíso? –contraatacó Williams.
Bruno refunfuñó. Estaba bastante molesto y cansado. Se había pasado toda la mañana peleando con uno de sus colegas por un caso que le estaba trayendo más de un problema.
–¿Qué esto? –indagó agitando en el aire el papel que le había tirado, percibió un aroma especial al hacerlo.
Con la mano que le quedaba libre dio a enviar y se dispuso a revisar su bandeja de entrada. Estaba apurado porque quería terminar, cuanto antes, sus recados y poder llegar temprano a casa.
Desde Lucía, llegar a casa, había adquirido verdadero sentido.
–Tania –explicó Ian mientras rebuscaba en el cuenco de caramelos que había sobre el escritorio. Los de naranja eran sus preferidos.
Su amigo le devolvió una mirada de desconcierto.
–¿Tiana?
–Eso –remarcó señalándolo con el dedo índice–. La dulce y preciosa Tiana. Estuve con ella hoy –anunció.
Entre palabras, daba pequeños mordiscos. El ruido que producía al masticar, lo volvía loco a Bruno; y era por eso que lo hacía. En su peculiar forma de ver las cosas, cuanto más lo molestaba más le demostraba su cariño.
–¿En Rusia no existen los móviles que te dio esto?
Bruno se llevó el papel a la nariz y confirmó su sospecha. Tenía perfume. Olía a flores y algo muy dulce.
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IPSA [Finalizada]
RomanceLucía Dante y Bruno Harper nacieron en distintos países y hablan distintas lenguas, sin embargo, tienen un pasado en común: a ambos los atraviesa la pérdida, son sobrevivientes. El destino caprichoso decidió un día cruzarlos, para curarse, para com...