XXIV: California

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–Quedó precioso el salón. El bouquet de flores del bar es divino, ¿lo elegiste vos?

–Si –asintió Lucía orgullosa–. Muchas gracias, la verdad es que estoy contentísima de cómo quedó todo.

–Martha me comentó que vos preparaste el salón para la gala de la fundación, también.

Lucía volvió a asentir, esa vez, con un poco de rubor en las mejillas. Le costaba trabajo manejar los elogios, siempre le daban un poco de vergüenza.

–¿Estudiaste decoración de interiores, querida? –Preguntó con verdadero interés la señora de la que Lucía no lograba recordar el nombre– Tenés un gusto exquisito.

–Nunca estuve mucho tiempo en un mismo lugar como para estudiar una carrera –confesó tímidamente, todavía con pesar por tantos halagos.

–Pues deberías, porque se nota que es lo tuyo –apuntó cariñosamente la mujer.

A Lucía se le prendió una lucecita la mirada. Lo cierto es que siempre había fantaseado con la idea de estudiar algo, y no parecía una idea para nada descabellada lo que le estaba planteando la dulce señora.

–Definitivamente lo voy a sumar a mi lista de cosas por hacer –prometió entre sonrisas.

Lucía desconocía que Sylvia era una organizadora de eventos retirada y que estaba muy entusiasmada con la idea de tentar a la joven para incorporarse a su empresa. El negocio había quedado en manos de su hijo Gregory, pero ella estaba en la búsqueda de una mente creativa y fresca para sumar al equipo de trabajo.

Orgullosa por los halagos de su compañera de charla, volvió a darle un repaso al lugar. El salón de la casa de la familia Williams estaba impecablemente ambientado y acondicionado en honor a la agasajada. Martha había insistido durante las últimas semanas para que celebraran la fiesta de cumpleaños en el salón de su casa; y Lucía, gustosa, había accedido a su pedido.

El catering estaba siendo un éxito, todos comían y bebían a gusto. La música que había elegido meticulosamente convivía en perfecta armonía con el parloteo de los invitados. Reían cómplices, conversaban a sus anchas y se desasían en divertidas anécdotas.

Bajo el mismo cielorraso, en aquel y ahora, convivían todos los mundos. Desde las mujeres de la alta sociedad neoyorkina integrantes de Women With Hope hasta los clientes incondicionales de La Pequeña La Habana. A ninguno les importaba o les pasaba el lugar del que venían y al que tenían que volver al terminar la fiesta. Nadie reparaba en las diferencias sino en los que los unía. Cada uno de ellos estaban ahí con un propósito en común: celebrar la vida de Teresa Martínez.

–¿Cómo te trata Nueva York, pequeña? –indagó la señora Week.

Lucía no sabía por dónde comenzar para responder esa pregunta. Podía enumerar todos los lugares a los que había conocido de la mano de Bruno o de sus nuevos amigos, e incluso podía dedicarse a hablar horas y horas de la familia que había encontrado en esa ciudad; sin embargo, nada parecía suficiente. Había mucha historia (muchas historias) detrás de esa respuesta, por lo que se limitó a responder un escueto y simple– Mejor que nunca –acompañado de una sonrisa de oreja a oreja y todas las luces de la quinta avenida reflejada en sus ojos.

–Cuando nos casamos con Edward tuvimos que asentarnos en Manhattan, todavía recuerdo lo abrumador que me resultaba, supongo que nunca pude abandonar del todo a mi California natal.

Dante comprendió a la perfección cada una de sus palabras. Había visto los lugares más lindos del mundo, pero ninguno de ellos tenían ese no sé qué de su Bariloche de origen. Sencillamente no era lo mismo. Nada es lo mismo a casa.

IPSA [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora