XV: Sevilla

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 –¿Son reales? –preguntó Thomas, ante la vista que los acompañaba ese día durante la sesión.

A su lado, Lucía asentía igual de embriagada, sin poder quitar su vista de aquello.

–Juro que lo son –replicó entre sonrisitas. Una y mil imágenes se le cruzaban por la cabeza.

Thomas alzó la palma de su mano y Lucía, orgullosa, chocó los cinco con él.

En las barras altas, Bruno llegaba a la flexión numero cincuenta. Su torso al desnudo revelaba unos abdominales que cualquiera mataría por tener. Las gotas de sudor recorrían su vientre y cada uno de los rincones de un cuerpo tan perfecto que quitaba el aliento. Para Lucía, los hombres como él no podían ser de este planeta.

–Si fuera así iría desnudo a todos lados –confesó Thomas.

Lucía se echó a reír porque había pensando exactamente lo mismo.

–Sería un acto egoísta no compartirlo con la gente –exclamó nuevamente y su amiga asintió.

–Bueno... lo comparte conmigo todas las noches –apuntó ella socarrona.

Dickinson chocó su hombro con el de ella como represaría. Pensó en lo mala que era su vida amorosa en comparación con la de Dante. O más bien, en la falta absoluta de ella.

Sentados en una camilla que el enfermero había dispuesto para trabajar, hombro con hombro, observaban a Bruno y se desasían en elogios. Se relamían como nenes pegados a la vidriera de una fábrica de chocolates.

–Les recuerdo que están acá para trabajar –interrumpió sus pensamientos Bruno.

Lucía analizaba la posibilidad de untar esos abdominales con dulce y se sonrió ante la idea.

Ante la poca recepción de sus palabras, Harper abandonó su rutina y se acercó hasta ellos. En el camino tomó una toalla y se la pasó por el cuerpo para quitarse el sudor. De un banco, recogió una remera sin mangas. Al agacharse, juró escuchar un suspiro de Thomas y un gemido de Lucía. Agradeció haber encontrado el gimnasio de su edificio desocupado, disponible sólo para ellos.

Aquellos dos hubiesen causado todo un espectáculo entre sus vecinos.

–¿Y bien? –volvió a la guardia.

–Estoy esperando las ordenes de Dickinson–se defendió Lucía encogiendo sus hombros.

Bruno dejó la toalla en la camilla junto al muslo de Lucía y le acarició la pierna con el pulgar derecho. El contacto fue efímero pero efectivo. Se puso la remera y se dirigió a Thomas.

–Voy a correr –le señaló la caminadora junto al ventanal con un gesto con la cabeza– ¿será que podés hacer algo de lo que te pidió G?

El joven asintió desganado. Le había hecho ilusión verlo correr sin la remera puesta.

–Hagamos un trato –propuso Lucía.

Los hombres voltearon a mirarla y ella se aclaró la garganta.

–Si te sacás la remera –tomó a Thomas del hombro– él se compromete a hacer los ejercicios y yo –llevándose su mano al pecho– de seguirlos al pie de la letra.

Bruno entrecerró los ojos y estudió el pedido de su chica.

–Palabra de scout –apuntó el enfermero levantando su mano derecha.

–No sabía que habías sido un niño explorador, Tommy –dijo Bruno sorprendido.

–Yo tampoco –replicó él conteniendo la risa.

IPSA [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora