VIII: Bruselas

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El departamento de Bruno era todo lo que podía esperarse de él. Blanco, sencillo aunque moderno, pulcro, ordenado y práctico.

Al entrar, uno se encontraba con una serie de ventanales que te regalaban una vista panorámica impresionante de la zona.

El living estaba compuesto y definido por varios sillones también de punta en blanco. Había un centro de entretenimientos con un impresionante televisor súper moderno y tecnológico, y un sistema de audio de locura. En el centro, sobre una alfombra costosísima, había una mesa ratona con una pila de revistas de deporte que Bruno acostumbraba coleccionar.

Hacia la derecha, se extendía un pequeño comedor seguido de una cocina minimalista. Pocos artefactos y poca comida, puesto que Bruno no sabía cocinar ni quería aprender a hacerlo. En la isla de granito oscuro, que completaba el espacio, descansaba lo único comestible allí, una fuente enorme repleta de frutas de estación.

Como el concepto del lugar era abierto, no había ni paredes ni columnas que se interpusieran en la vista que tenía hipnotizada a Lucía desde su entrada.

Cuando Bruno consiguió despegarla de los ventanales, la cargó en sus brazos y efectuó un breve recorrido por el lugar. La mantuvo firme contra su pecho mientras le explicó todo lo que veía. Si bien se había contenido de besarla en más de una ocasión, el hecho de tenerla otra vez entre sus brazos le resultaba irresistible.

Al volver al living, la depositó en uno de los sillones.

–Voy a pedir comida –advirtió Bruno–. ¿Qué te gustaría comer?

Lucía arrugó la nariz en señal de disgusto. Él, encontraba súper tierno aquel gesto. Ya se lo había visto hacer (unas cuentas veces) cuando George le había vendado su pierna.

–¿Qué pasa? –preguntó con intriga.

–No me gusta mucho la comida de delivery –confesó ella.

–A mi me encanta –replicó al sentarse en la mesita ratona–. Es práctico y rápido.

–Ya –contraatacó Lucía– lo bueno nunca es práctico ni rápido.

–¿Por qué no? –indagó Bruno.

Ese que hablaba, era su pragmatismo.

–¿Dónde está la diversión si algo es fácil, Bruno?

A diferencia de mucha gente, Lucía no temía contrariarlo. Por lo contrario, lo desafiaba. Por eso era tan refrescante para él, tenerla cerca.

–Estamos hablando de comida, Lu. ¿Dónde se supone que tiene que estar la diversión?

A Bruno se le pasaron por la cabeza un par de imágenes que le hicieron acordar lo divertido que podía ser mezclar comida en algún momento de intimidad.

Al ver la mueca que le dedicó Lucía, dejó escapar ese recuerdo pero conservó (para sí) el deseo. Quedó ahí, flotando entre ellos. Latente. A la espera.

–A mi me divierte cocinar, y mucho –remarcó Lucía. Intentando incorporarse– estoy segura que puedo hacer algo con lo que tengas.

A Bruno le llevó segundos ponerse de pie y obligarla a guardar reposo.

–No es necesario –lo dijo casi como una orden.

–En Bruselas fui ayudante de cocina –declaró–. Creeme, puedo cocinar lo que sea.

–Estoy empezando a pensar que delirás haber estado en tantos lugares.

Lucía le propinó un golpe en el estómago que le quitó el aire. Bruno no pudo hacer más que dejarse caer en el sillón junto a ella.

IPSA [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora