Los mejores amigos, Bruno Harper e Ian Williams, se detuvieron en el 3570 de Las Vegas Boulevard. Como era costumbre, le dieron una generosa propina al empleado que los había conducido desde el aeropuerto, y se bajaron dispuestos a descargar las valijas.
Cuando Pedro deslizó las puertas traseras de su Minivan, los hombres lanzaron un resoplido profundo. La sola idea los agotaba.
Se suponía que iban a pasar un fin de semana en la ciudad del pecado (o lo que se traducía en el lenguaje de Lucía como 576 canciones), sin embargo, la camioneta estaba repleta con equipaje como para un año. Y uno bisiesto.
Lo que era aún peor para ellos, es que estaban casi seguros que en esos bolsos no había nada de lo que creían necesario para el viaje. Conociendo a Sarah, probablemente sólo había empacado zapatos de todos los colores y perfumes que ni recordaba haber comprado. En el caso de Lucía, Bruno podía jurar que se trataba de libros y comida. Muchísimo. Libros de todos los géneros y para todos los gustos. Y cientos de golosinas y snacks. Habían pasado meses, y todavía no conseguía descifrar cómo le entraba tanta comida en el cuerpo.
Gracias a la ayuda del buen y servicial Pedro y de un asistente del hotel, lograron llegar al lobby del Caesar Palace más o menos enteros. El pobre asistente, que se estaba ganando una generosa propina también, arrastró los bolsos y valijas hasta un carrito que usaban solamente en ocasiones especiales. Si no conociera a Bruno y a Ian, hubiese supuesto que llevaban a toda una familia escondida entre los bultos.
Mientras le confirmaban la reserva e ingresaban sus datos en el sistema, el par de amigos esperaba en la mesa de entrada. Bruno estaba en su mundo, conectado a la pantalla de su smatphone. Por su parte, Ian se comía con los ojos a un grupo de chicas que no podían evitar pavonearse delante de tremendos especímenes humanos.
–Vos sí que tenés suerte, hermanito –exclamó mirándolo de reojos. Se le daba bien hablar con las personas de soslayo y deleitarse con las vistas.
Bruno, que revisaba atento su correo, levantó la vista extrañado. En ningún momento se percató de las féminas que desfilaban y suspiraban por él y su amigo. No le importaba ninguna mujer del mundo. Excepto una, claro.
–¿Qué decís? –replicó confundido.
–Que cumpliste una de mis fantasías –explicó indignado– y yo que pensaba que todavía eras virgen y toda esa mierda.
–No seas idiota, Ian –suspiró Bruno molesto. Bien sabía que siempre que su amigo se aburría, se metía con él. Lo provocaba hasta el cansancio y terminaban peleando como adolescentes. Juntos, se sentían como adolescentes. Como si el tiempo no hubiese pasado para ninguno de ellos.
–Hablo en serio, B –volvió Williams quitándole su atención a las mujeres–. Con Lu te volviste una nena romanticona, pensé que te ibas a mantener sin mojarla para el casamiento.
–¿De qué estás hablando? –Harper lo miró con el ceño fruncido. Sonaba fastidioso y cansado. Su humor no era el mejor de todos ese día.
Ian apretó sus manos contra las mejillas de su amigo. Fue un acto de pura sorpresa. Era como una de esas tías pesadas que, cuando se es chico y-no-tan-chico, se abalanzan de la nada y te aprietan los cachetes.
–Sos como un puto personaje de un libro se Nicholas Sparks –intentó explicarle zamarreándolo. Ponía una mueca de pena casi teatral.
–No tengo ni mierda idea de quién es ese –logró decir Harper con su mandíbula siendo apresada. Su hermano intensificó el agarre y negó con la cabeza rendido.
–Por estas cosas pensaba que ibas a morir virgen, B. No sabés nada de mujeres.
Bruno se quitó las manos de su mejor amigo del rostro de un manotazo y resopló en un tono gruñón.
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IPSA [Finalizada]
RomanceLucía Dante y Bruno Harper nacieron en distintos países y hablan distintas lenguas, sin embargo, tienen un pasado en común: a ambos los atraviesa la pérdida, son sobrevivientes. El destino caprichoso decidió un día cruzarlos, para curarse, para com...