Némesis & Athan

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Antes de leer

 En esta historia, aunque en Blasphemy no se comente nada al respecto, se habla de Athan como un ángel guardián (al igual que el Admes del epílogo). Para que lo entendáis, haré un breve resumen de lo que eso significa: los ángeles guardianes tienen asignados diferentes elegidos a los que deben cuidar durante su vida. Son immortales (renacen en otras personas al igual que los humanos con la diferencia de que ellos recuerdan sus antiguas vidas) hasta que encuentran a su alma gemela (que puede ser humana o no), la cual van a amar tan solo una vez. Tras la procreación de sus hijos con esa alma gemela (con tal de pasar sus dones a otras generaciones), los ángeles y sus almas gemelas al fin pueden descansar de su deber y pueden morir en paz. Si el alma gemela de un ángel muere por voluntad propia antes de procrear y una vez el lazo con el ángel ha sido establecido, la única oportunidad de descansar en paz de ambas almas se desvanece y vagarán el resto de la eternidad en pena y sin la capacidad de amar. A Athan y a Aurora (el alma de la chica que Némesis lleva en sí) les sucedió y por ello ninguno de los dos puede amar ni ser amado. En conclusión: ambos son dos almas gemelas que fracasaron al amarse y que han sido castigadas de por vida. 

Ah, sí, se me olvidaba. "La voz" es el creador de los ángeles. Llamadlo como queráis, pero no es el Dios al que Némesis reza ;). 

En mi novela Nyctophilia la historia se centra en esta temática, pero entre Admes y Nix. 

Y hasta aquí mi explicación, personitas. 

Disfrutad del capítulo especial que he hecho con todo mi amor. 

Att, Min. 

**

Némesis es una buena chica.

Así la describía su padre frente a sus amigos, frente a sus clientes, frente a sus compañeros de trabajo. Tan solo era eso. Una inocente y pequeña chica en un mundo lleno de hombres aterradores y malvados.

Siempre asentía, siempre callaba, siempre pretendía no importarle nada. Incluso reía cuando se burlaban de ella tomándola por estúpida.

Pocos sabían que estaba estudiando medicina. Pocos sabían que su mayor deseo era impedir que otras niñas perdieran a sus madres de la forma en la que lo hizo ella. Pocos sabían que una vez huérfana de madre había dejado de ser ella.

Y así, un día, su padre la presentó ante su futuro marido.

Un marido que no había elegido, un marido que tan solo le miraba el cuerpo, no el alma.

Némesis es una buena chica, hará lo que le digas que haga, ¿verdad, hija?

Y Némesis asentía porque era una buena chica.

Porque si no lo hacía la obligarían a hacerlo.

—¿Crees en Dios, Némesis? —preguntó una noche su prometido mientras paseaban por el jardín. Él aguardó por una respuesta, pero nunca llegó. Némesis no pensaba en Dios de ninguna de las maneras—. Si tanto te lo piensas es porque no lo haces, no crees, ¿y te haces llamar buena chica?

Entonces, percibiendo el creciente enfado en su voz, la chica reaccionó y asintió, aunque no fuera cierto.

—Claro que creo en Dios, querido, ¿quién en su sano juicio no lo haría? Tan solo estaba embelesada con el cielo y no te estaba prestando la atención que mereces —aquello pareció complació al hombre, que pareció olvidar la existencia de Dios, y la tomó de la mano, dirigiéndola hacia unos matorrales que, para ese entonces, ya eran la pesadilla de la futura Némesis Pride.

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