Capítulo 13. Apolo

1.4K 180 94
                                    

PECADORES

Dos años antes

Volver a ver a Leandro después de tantos años fue como reencontrarse con una recuerdo del pasado que tanto te esmeras en olvidar. Cuando se mudó teníamos nueve años y mi madre me explicó que un chico como él no debía ser recordado; cuando le pregunté por qué me dijo que el mal de los ateos no merecía estar en nuestra mente. 

Así que lo olvidé; hasta que volvió algunos años después. 

Él había cambiado, yo también, pero habíamos tomado direcciones muy distintas. Él se ocultaba, yo ni siquiera sabía que había algo dentro de mí que tuviera que ocultar. Tardé dos semanas en volver a caer en su juego; nuestro juego. Entendí que había cosas que era mejor llevar a escondidas, ya no era ese niño iluso que quería a su amigo con demasiada fuerza, sabía lo que mi cuerpo estaba experimentado y que, en el peor de los casos, eso podría costarme muy caro. 

El juego ya no era como el que teníamos a los siete años, ese juego era mucho más peligroso, mucho más tentador. Ya no eran solo chiquilladas, y lo sabíamos. Nos dejemos llevar, tal vez demasiado. 

Aquel día volví a casa cuando ya había oscurecido, había pasado toda la tarde en su casa curioseando su cuerpo, él curioseando el mío. Tenía cuidado aunque no tuviera ni idea de la envergadura de las consecuencias de mis actos, nadie sabía lo que hacíamos todas las tarde en su cuerto. Era imposible que nadie me descubriera; era un plan infalible, o al menos eso pensaba.

En cuanto abrí la puerta principal recibí una bofetada de mi madre. Mi conmoción fue tal que caí de culo contra la puerta, la cerré con mi propio cuerpo.

Mamá estaba roja, llorando, despeinada, gritándome. Nix lloraba desde las escaleras, gritándole a mi madre, impotente, rota.

Estaba muerto de miedo, jamás me habían pegado, jamás había visto a mi madre llorar de esa forma. Supe que aquello tan solo significaba una cosa. Por desgracia, supe demasiado rápido cual era el motivo de sus llantos. 

—Lo has hecho, lo has hecho —repetía Némesis, cogiéndose del pelo, su mirada enrojecida me miraba con asco, un asco tan profundo que todo mi ser tembló—. ¡Te has condenado!

Negué frenéticamente, empecé a levantarme recostándome en contra la puerta, sus ojos siguieron cada movimiento que hacía. Sus manos se apretaban resistiéndose a hacerme cosas mucho menos dolorosas que sus palabras. 

—No sé a qué...

—Mi propio hijo es una... abominación —la mujer a la que me obligaron a llamar madre empezó a sollozar sin control—. Pensé que había reparado ese error en ti, pensé que había limpiado tu alma de ese pecado... ¡te hice olvidar!

No supe que decir, tan solo observaba los gestos de Némesis, esperando el momento en el que  salir corriendo, en el que protegerme de otro golpe; la miraba aterrado y a la defensiva pero sin fuerzas para defenderme.

—No he cometido ningún...

—¡Blasfemia! —gritó mi madre, sus manos se elevaron sobre mi cabeza y yo me encogí acobardado,  esperando un golpe que nunca llegó. 

Las manos de mamá cayeron sobre Nix, desgarrando una de sus mejillas, protegiéndome de nuestra propia madre. Todo pasó tan deprisa, de repente nuestra madre estallaba en una furia mucho mayor, mi hermana me seguía protegiendo con su cuerpo, y yo empezaba a llorar sin control.

—¡Fuera de esta casa! —mi madre me gritaba a pleno pulmón—. ¡Asqueroso sodomita, vete!

—¡Vete, Apolo, vete! —pidió Nix en sollozos, aguantando por los hombros a nuestra propia madre—. Vete...

BlasphemyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora