Capítulo 3. Apolo

1.7K 230 120
                                    

¿QUÉ NOS DIFERENCIA? 

Me sentía avergonzado. Sentía que había hecho lo correcto. No, no sabía cómo me sentía. La mirada de prepotencia del chico nuevo rondaba mi cabeza, y aunque caminaba rápido, como si quisiera huir de mis propios pensamientos, sus ojos claros se colaban con descaro en mi cabeza. ¿Qué me importaban él y sus sentimientos? No debía preocuparme por alguien que no conocía en lo más mínimo, pero ahí estaba, pensando y arrepintiéndome de todo aquello que había hecho y dicho. 

En cuanto llegué al aula de economía me di cuenta de que llegaba pronto, la puerta aún seguía cerrada y algunos alumnos esperaban apoyados en la pared. Entre ellos estaba Roxana, la cual hizo el amago de acercarse a mí antes de que una amiga suya la cogiera del brazo, obligándola a caminar hacia a saber dónde. 

Lo agradecí internamente, no tenía ganas de hablar con ella.

En ese momento, Paris, el novio de mi hermana, pasó frente a mí justo cuando dejaba de mirar a Roxana. Mal interpretó mi mirada, lo mal interpretó todo. Me dedicó una sonrisa perversa junto a una cabezada nada discreta que señalaba a la susodicha.

En momentos como ese me preguntaba cómo podía Nix salir con él. Era un abusón, un chico malcriado con la empatía de un trozo de corcho, que sacaba sobresalientes pero que a escondidas de los profesores era el ser más retorcido de todo el instituto. Yo no le caía bien, pero para él era intocable, no solo por ser el hermano de su novia, sino porque su padre era amigo del mío; incluso las personas como él tenían límites que bajo ninguna circunstancia podían cruzar. O eso creía. Le ponía los cuernos a mi hermana constantemente, y contaba con un escuadrón de seguidores que lo único que hacían era subirle más su estúpido ego. Lo peor era que aún sabiéndolo, nunca le había dicho nada a Nix.

Incluso para eso era un autentico cobarde. Me importaban más las represalias de Paris que el bienestar de mi hermana. 

—Hola, Apolo, ¿qué tal? —tono casual, educado. Era un completo capullo que sabía jugar demasiado bien sus cartas. 

Apreté los puños reprimiendo las ganas de salir huyendo de allí.

—Hola, Paris. Bien, ¿y tú? —pero yo no me quedaba atrás. Se tenía que aceptar, ambos éramos dos trozos de mierda andantes, lo único que nos diferenciaba era que yo sabía perfectamente que aquello nos hacía malas personas. 

—Genial, genial —lo dijo rápido, dejando claro que le importaba una mierda esa conversación convencional—. Oye, me han dicho que hay alguien nuevo en tu curso, ¿sabes quién es?

Eros. Era fácil deducirlo, no es que llegaran muchos estudiantes nuevos a mitad de curso. Dudé en asentir, pero finalmente lo hice.

Y me arrepiento tanto de haberlo hecho.

—¿Sí? Pues vigila si te lo encuentras en los baños —arrugué el entrecejo desorientado—. Es un puto maricón, ah no, que ya lo sabes, que te lo ha dicho a ti —empecé a sudar. Su risa maliciosa me puso los pelos de punta. De todas las personas del instituto, tuvo que escucharlo él—. No sé cómo te lo montas para atraer a toda esa gente, tío, pero bueno, no me voy a preocupar, sé que te las apañas bien... Al fin y al cabo Leandro no ha vuelto a asomar la cabeza por aquí. 

Miedo. Recuerdos que en ese momento no quería de vuelta en mi cabeza. Culpabilidad, la más absoluta de las culpabilidades. Pero sobre todo repulsión. 

Y no, no por Eros, no por Paris. Y aquello significó mucho más que cualquiera de las palabras que pudo haberme dicho mi madre en años. 

Sentí repulsión por mí, por lo que era, por lo que sentía y dejaba de sentir. Paris se fue, complacido con mi cara, con lo que había provocado en mí. Sí, yo era su límite, no podía tocarme, no podía gritarme, no podía insultarme, pero sabía perfectamente que eso no era necesario para destruirme de pies a cabeza. 

BlasphemyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora