Capítulo 10. Eros

1.5K 236 99
                                    

BIG CRUNCH

Desperté de repente, como si me hubieran tirado un balde de agua fría, como si hubiera tenido una pesadilla.

Tardé un segundo en procesar lo ocurrido, cuando lo hice, me erguí con rapidez y miré a mi alrededor. Apolo no estaba, claro que no. Mi habitación estaba en penumbra, el despertador marca las diez y media de la noche y los recuerdos que vinieron junto al sentirme desnudo me aceleraron el corazón.

Sentía ruidos en la cocina, ollas y platos, y supe que papá estaba preparando la cena ajeno a todo lo que había pasado en su casa horas atrás. Suspiré, pasándome las manos por mi desordenado pelo. ¿Qué acababa de hacer? Maldita sea, era un jodido idiota.

Me había salido el tiro por la culata. Había proclamado que me besara convencido de que se marcharía para siempre, en un intento estúpido de echarlo tras su esperado rechazo. Estaba cabreado con él y conmigo mismo por haberle confesado algo tan absurdo como mis sentimientos, estaba cabreado por sus miradas de pena al no poder corresponderme. Tal vez, si me hubiera insultado, gritado o humillado, todo hubiera sido más fácil. Pero no, su silencio cobró vida en mi jodido y estúpido corazón y lo devastó sin preámbulos.

Y habíamos acabado en mi cama, haciendo cosas que ni en mis mejores sueños hubiera acabado haciendo con Apolo Soiledis. Lo disfrutamos... pero el miedo que ahora sentía por la situación le quitaba cualquier encanto a lo ocurrido.

Cuando salí de la cama me di cuenta de que mis sábanas olían a él. A su colonia cara. A crema y a lavanda. Y cuando miré la mesilla de noche por casualidad, mientras me ponía los calzoncillos, vi un papel doblado por la mitad.

Lo cogí, temiéndome lo que era, y lo abrí con sumo cuidado. Lo que leí no me sorprendió, no sé que otra cosa hubiera tenido que esperar; a esas alturas de mi vida ya no creía en los finales felices, tan solo en los finales, y  lo que había pasado de ningún modo podía haber acabado con un "y vivieron felices para siempre". Aún así, aunque me empeñara en negármelo a mí mismo, sus palabras escritas con prisa (y probablemente, sin remordimientos) me dolieron mucho más de lo esperado.

Me he llevado el cuadro, lo terminaré yo. Nada de esto se volverá a repetir. Ha sido un tremendo error, me he dejado llevar, pero imaginar que eras una mujer no me ha ayudado a disfrutarlo. No quiero hablar del tema nunca más. Por favor, respeta mi decisión.

Mentiroso, era un grandísimo mentiroso, cínico e ingenuo, y me dije que nada de lo que había ahí escrito era cierto. Dejé el papel sobre la mesilla de nuevo, intentando guardar la calma, pero en un arrebato de furia e impotencia arranqué con rabia las sábanas de mi cama y las tiré al suelo. 

Tardé dos segundo en echarme a llorar como un estúpido niño pequeño.

Me odiaba por estar llorando por él, me odiaba por haber dejado que la situación se volviera en mi contra, por haber dejado que me besara, por haber confiado en ese probable amor que guardaba en lo más hondo de su corazón sin tener ni idea, siquiera, de si existía a ciencia cierta. 

¿Hasta dónde estaba dispuesto a sacrificarme por él? ¿Realmente valía la pena? ¿Él lo hubiera hecho por mí?

Las respuestas a esas preguntas tan solo aumentaron mi llanto; no lo sabía, no sabía si lo valía o si él estaría dispuesto a hacer algo así por mí. Por eso, enfurecido, golpeé el suelo con mis puños, me arrodillé frente a mi cama y ahogué mis gritos en el colchón. Ya no era solo por Apolo, lloraba por las cosas que no había hecho, por los errores cometidos y por mis putas buenas intenciones que siempre acababan en nada. Tenía que dejar de pensar que podía cambiar a las personas, que podía salvarlas aunque ellas no quisieran. Aquello no era sano. Tenía que parar. 

BlasphemyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora