P r e f a c i o

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¿Qué hago aquí? 

¿Cuál es el fin de tenerme en este mundo?

Una vez leí que un filósofo del cual no recuerdo el nombre, buscó la respuesta a la cuestión durante décadas y que, al no obtenerla, se quitó la vida. Tal vez el no poder desmentir que, en realidad, no somos más que seres pensantes relevantes fue demasiado, incluso para él.

Hace tiempo que dejé de buscar respuestas. Sé que el mundo no me necesita, lo asumo, pero ¿algún día podría necesitarme? Tal vez por eso sigo aquí,por ese "algún día" carente de certeza.

Yo, a diferencia de otras personas, más sensatas, tal vez, no alimento esa incertidumbre, tan solo la dejo morir de hambre. Algunos la alimentan con respuestas simples, otros la ignoran y, otras, la solucionan con la fe.

Nuestra madre siempre nos llamó a mi hermana y a mí milagros. Ella, doctorada en medicina, afirmaba que quedarse en cinta no era fruto de la biología humana, sino de las manos divinas de Dios.

Irónico, ¿no? Sí, tal vez, algunas cosas no tengan respuesta, tal vez, algunas cosas solo se puedan explicar a través de Dios. Yo no lo sé, ¿tú lo sabes? 

Quedarse embarazada de mellizos era lo último que creía que pudiera sucederle, había asumido que Dios la había privado de esa bendición. Si él no quería, ella no era nadie para contrariarlo.

Por eso fuimos un milagro, según ella.

Pero ¿realmente lo fuimos?

Ahora, agnóstico, no pienso demasiado en ello, pero antes, creyente de ese Dios misericordioso y sin amor propio, llegué a pensar que Nix si lo fue, ¿pero yo? Solo fui parte de ese proceso que llevó que dos óvulos fueran fecundados simultáneamente, a crear dos corazones palpitantes en el útero de mi madre.

Los argumentos los veía ahí, delante de mis narices. Nix empezó a hablar antes que yo, aprendió a leer mucho antes de que yo siquiera supiera comer solo, incluso cuando yo empezaba con el inglés, ella había empezado el francés. Acabó el colegio antes que yo, el instituto también, y mientras ella estaba a punto de acabar la universidad, yo apenas la estaba comenzando.

Estaba claro que, a pesar de habernos formado en el mismo útero, bajo las mismas circunstancias, yo no había nacido con la maravillosa inteligencia de mi hermana. Pero a pesar de todo, y en contra de todos los psicólogos a los que me llevaron mis padres, jamás me sentí desplazado, ni celoso, ni furioso con mi hermana.

Jamás podría sentirme así con ella, lo único que sentía por ella aparte de amor, era culpabilidad. Culpabilidad porque mientras ella lo daba todo, mientras ella sufría los mandatos y obligaciones de unos padres entusiasmados con la idea de una hija superdotada, de una hija perfecta, yo miraba impotente desde el otro lado de la habitación. Veía, entumecido, como mi hermana era obligada a hacer cosas en contra de su voluntad. Porque Nix nunca jugó como una niña en el parque, porque nunca tuvo una fiesta de cumpleaños de piscinas hinchables ni una bicicleta con flecos. Porque Nix se pasó su infancia encerrada en su habitación estudiando. Y yo lo observa ahí quieto, callado, sin alzar la voz contra las injusticias.

Jamás hubiera deseado estar en su lugar, era mejor ser invisible para mi madre; siempre pensé que a la única a la que le había entablado un futuro era a Nix, que el experimento con éxito había sido ella. Pero me equivocaba. Mamá sabía que Nix no  caería en las redes de esa fe suya, sabía que ningún ser invisible e incierto podría dictarle qué hacer a alguien como Nix; y ahí entré yo, ahí estaba mi papel en esa obra dramática que conformaba mi familia.

Yo fui su verdadero éxito, yo fui el hijo al que pudo corroerle el cerebro con sus palabras, yo fui el que se acabó creyendo hasta la última de sus palabra, fui yo el que acabó repudiando a los que no eran a mi semejanza. Fui yo el que busqué el amor de alguien que jamás me amaría como Dios manda. 

Fui yo.

Había conseguido crear a un hijo perfecto e infeliz bajo la pasiva mirada de mi padre, y hubiera continuado siendo así si él no hubiera aparecido en mi vida.

Y no me refiero a ese él en cursiva divino y que no tiene nombre, sino a ese él en cursiva de carne y hueso; ese él real, humano y pecador.

Ese él llamado Eros.

BlasphemyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora