Capítulo 20. Eros

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CONCIENCIA TRANQUILA

Apolo llevaba como media hora jugueteando con una flor entre sus dedos. Era un visión irónica, debía admitirlo, porque su semblante podía sugerirte miles de cosas, cada cual tal vez más prejuiciosa que la anterior, pero jamás lo imaginarías jugando con una florecilla con la cabeza gacha y suspirando como si la pequeña flor no le diera las respuestas que buscaba.

Hoy había decidido no ir al instituto, no porque tuviera miedo a las miradas y comentarios de la gente —o bueno, tal vez un poco sí—, sino porque simplemente había decidido estar con mi querido chico asustado durante toda la mañana. Se me había antojado, y mi madre, no del todo segura, había aceptado. Al fin y al cabo, ya lo sabía todo, absolutamente todo, sería estúpido prohibírmelo sabiendo que me saldría con la mía tarde o temprano.

Y al llegar a casa de Apolo, la cual estaba completamente solitaria, y escabullirme entre los matorrales hacia el jardín trasero, me encontré con un ausente chico, que lejos de parecer asustado por lo que se avecinaba, parecía completamente perdido en su mundo.

—Apolo —lo llamé ganándome una cabezada distraída de su parte—. ¿Estás bien?

—Estoy intentando no entrar en pánico —dijo sinceramente arrancando un puñado de césped—. La angustia de no saber cuándo mi madre entrará por esa puerta con la intención de echarme me tiene amargado.

—No ha pasado ni un día —le recordé—. Paris no podrá ni levantarse del colchón después de la paliza que le diste.

—Eso no me calma precisamente, Eros —musitó aún sin mirarme—. ¿Tú no estás asustado?

Su voz sonó débil y suave, su simple fallo en la última palabra me revolvió el estómago violentamente. Llevé mi mano hasta su mejilla y él la inclinó hacia mi palma, como un gato en busca de mimos. Eso me tranquilizó del alguna forma; estúpidamente una parte de mí se culpaba de la situación, culpaba a mi debilidad, a mi falta de interés de protegerme a mí mismo. Y si yo lo hacía, ¿Apolo no debería hacerlo también? ¿No me culpaba de todo lo que podría derrumbarse en su vida?

No, no lo hacía. Y aquello era de alguna forma injusto. 

—Lo estoy —contesté, por primera vez me miró—, pero pase lo que pase, contarás conmigo y con mis padres. No tendrás que volver a pasar por lo mismo, Apolo. No esta vez.

Él asintió y apartó mi mano de su mejilla para así volver a concentrarse en el pasto que rodeaba su figura. La dejó sobe su muslo como intentando que aquel gesto no me hiciera sentir mal. Y lo consiguió, porque aquellos pequeños gestos marcaban la diferencia. 

—Llevo todo el día dándole vueltas a algo —murmuró muy cohibido—, tal vez te parezca una sandez, pero...

—¿Sí?

—Quiero ir a ver a Leandro.

Mi corazón se paralizó en ese momento. ¿Leandro? ¿Al chico al que le había hecho... eso? No, no podía ser. Sonreír como si me estuviera tomando el pelo. Mi cerebro se puso en alerta en ese preciso momento. Ver a ese chico lo derrumbaría, lo echaría por los suelos. Iría en busca de calmar su conciencia y volvería con un peso mucho mayor. 

—Veo que no estás muy de acuerdo —rió sin gracia sacándome de mi ensoñación—. Soy consciente de que probablemente me cerrará la puerta en las narices, pero... llevo queriendo hacer eso desde que tu y yo... desde que su recuerdo se hizo más doloroso, y necesito... huh... me gustaría por lo menos intentar arreglarlo. Sé que no tengo perdón por lo que hice, pero no pierdo nada intentando mostrarle mi arrepentimiento.

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