Capítulo 15. Apolo

1.3K 176 99
                                    

LA MUERTE DE DIOS

Lo estaba intentando. Realmente lo estaba haciendo.

Pero Eros necesitaba que fuera más rápido; y lo comprendía, lo entendía en todos los ámbitos. Sabía que si yo hubiera estado en su lugar haría tiempo que hubiera perdido la paciencia. Aguantarme y soportar todo lo que venía en el pack "Apolo", tenía mérito. Cambios de humor que podían hacer mucho daño, mi familia, mi pasado.

En definitiva, a veces ni siquiera yo me soportaba y me constaba entender que alguien estuviera dispuesto a hacerlo.

—No me digas que no es una jodida obra de arte —dijo Eros. Levantó el mentóna y me miró desde abajo, su cabeza reposaba en mi pecho mientras, tumbado a mi lado, sus pies y los míos jugueteaban sin descanso. Es alucinante. 

—Excepto si tu conocimiento sobre el cosmos es escaso —indiqué, ganándome así una mueca de su parte.

Se irguió un poco, dejando el bol de helado (ya vacío) a un lado. Me miró serio y supe que iba a darme "la charla", que en su lenguaje personal equivalía a un sermón sobre la importancia de la cultura científica en la sociedad y de la cual yo carecía estrepitosamente, según él.

Pero, a ver, ¿cómo iba a saber yo cual era la paradoja de los gemelos? No iba por ahí mirando teorías relativistas.

—Interstellar es... ¿cómo decirlo? Es simplemente la película de ciencia ficción con mayor base científica de la historia —proclamó extendiendo sus brazos a los lados. Me hizo sonreír, su entusiasmo era tan contagioso—. Por no hablar de los matices filosóficos, morales, éticos... joder, pensar en ello me la pone dura y todo.

Me eché a reír con su comentario aunque paré cuando noté su mirada inquisidora encima de mí. Después del pequeño altercado de la tarde, en el que se había puesto a llorar sin saber muy bien por qué, había estado más callado de lo habitual, pero ahora, tan feliz como siempre, había parecído olvidar aquello que lo acongojaba... y yo no podía estar más feliz por él. 

Una parte de mí se sentía tan privilegiada por ello, tan dichosa de formar parte de la felicidad de alguien. 

—¿Te he dicho alguna vez lo mucho que me gusta tu risa?

—¿Mi risa? —asintió—. No, no me lo habías dicho. 

—Pues me gusta incluso más que Matthew Mcconaughey en triquini.

Volví a reír, pero esta vez mis carcajadas fueron ahogadas por sus manos. Me silenció con una mirada que no supe entender, y con la banda sonora de la película de fondo, sonrió de medio lado.

—Para, hombre, que vas a hacer que me enamore —murmuró cerca de mi oído.

Enamorarse.

Sonrió contra mi cuello y cada vello de mi cuerpo se irguió. Eros tenía esa facilidad, ese poder de hacerme sentir tanto con tan poco.

Sabía que lo más sano no era compararlos, pero con Leandro no era igual; de algún modo era más forzado, más simple atracción sexual. En cambio, con Eros todo era tan espontáneo, tan libre, tan todo aquello que no podía ser. Eros era un soplo de aire fresco en mi vida, por muy cursi que pudiera sonar, y verdaderamente temía perderlo como pocas veces había temido a algo. 

Tal vez por eso dudaba, por eso mi mente de dejaba tranquilo a ese pensamiento molestoso, ese "le harás daño y no podrás remediarlo". Pero cuando me besaba o hacía y decía cosas así, todo temor desaparecía.

Era Eros, mi Eros; él no se rendiría, así que tampoco lo haría yo.

Era tan poco usual la forma en la que habíamos llegado hasta ahí. ¿Quién lo hubiera dicho? ¿Quién hubiera imaginado encontrarme bajo su cuerpo en estos momentos? Estaba seguro de que ni siquiera Dios lo hubiera predecido.

BlasphemyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora