Capítulo 9. Apolo

1.5K 213 198
                                    

BLASFEMIA

Mi rodilla saltaba con rapidez e inquietud.Eros llevaba mucho tiempo en la cocina y empezaba a preocuparme. 

Le había contado lo que le había hecho a Leandro. ¿Cómo había podido ser tan idiota? Probablemente Eros debía estar pensando una estrategia para echarme de su casa, tal vez tan solo no soportaba la idea de estar conmigo en la misma habitación. Aunque no lo culpaba, en su lugar hubiera hecho lo mismo.

No sabía cómo sentirme al respecto, le había contado lo impensable a Eros, así, de repente. No sabía lo que estaba diciendo hasta que fue tarde, hasta que las palabras ya se habían acabado y sus ojos se habían convertido en gemas frías y distantes. Y si algo tenía Eros era que sus ojos desprendían tanta calidez como confianza. Lo último lo dijo muy a su pesar, estaba tan seguro de ello como de mi vida. Tan solo deseaba volver el tiempo atrás para así poder evitar tal estupidez. 

La había cagado, y a lo grande. 

Me levanté si poder resistir los nervios que me carcomían y caminé con sigilo. Seguí el camino que había hecho anteriormente Eros, asomándome a en cada esquina asegurándome de ir bien encaminado. 

Finalmente lo encontré apoyado en el mármol de la cocina, con un vaso en la mano que parecía contener de todo menos agua. Su rostro estaba rojo, sobre todo sus mejillas, y encontré su mirada con la guardia baja. Por un momento sentí un hilo que estiraba fuertemente de mi pecho; avancé unos pasos más hacia él dispuesto a consolarlo sin saber muy bien por qué. 

Sonrió al verme antes de volver a bajar la mirada y el hilo se rompió. ¿Consolarlo por algo que yo mismo había provocado? 

—¿Estás bien? —pregunté, quedándome en el umbral de la puerta. Al instante supe que esa pregunta era la mayor gilipollez que pude haber dicho. 

—Realmente no —contestó dejando el vaso en la encimera. Sonrió irónicamente al encararme—. No es por ti, bueno, no en parte... Verás, mi vida es bastante asquerosa, se puede resumir en que soy un gay en un colegio ortodoxo con problemas de autoestima que intenta salvar a los demás como si su propia vida no estuviera al límite del colapso —bebió del vaso y yo continué escuchándolo sin atreverme a romper el silencio—. ¿Pero quién soy yo para quejarme? Hay personas que lo están pasando mucho peor que nosotros dos juntos. ¡Míranos! Tenemos casas bonitas, padres, dinero, estamos sanos, podemos permitirnos el lujo de estudiar y masturbarnos con páginas de pago, tenemos comida, no pasamos hambre, ni frío, gozamos de móviles de última generación... Por Dios, ¡incluso somos guapos! Pero aún así, no somos felices, nos falta algo, ¿verdad?

Ya no quedaba rastro de su sonrisa, estaba al borde de un ataque de nervios o de pánico, y me miraba expectante. Titubeé como un pez fuera del agua. 

—¿Verdad? —repitió en un hilo de voz.

—Las personas nunca tenemos suficiente, está en nuestra naturaleza —respondí impulsado por su débil voz. Era la primera vez que veía a Eros tan vulnerable, mi corazón estaba sobrecogido, asustado, sufriendo irremediablemente por él—. Siempre tenemos la sensación de que nos falta algo.

Y, entonces, hubo un silencio antes de la tormenta.

—Me gustas —soltó, encogiéndose de hombros, volviendo a mostrar esa sonrisa que dejaba en claro que se burlaba del mundo entero—. Esa es una clara falta de cerebro, ¿no? Una clara falta de sentido común, un auténtico superávit de inconformismo, ¿no crees? 

Sabía que sentir algo por mí era lo peor que podría haberle pasado, tanto a él como a cualquier otra persona del mundo, pero sus palabras provocaron tal alivio en mi sistema que la mirada se me nubló al instante. Que egoísta era, pero sentía como todo mi cuerpo se tornaba de una substancia tan densa como el alquitrán, tan pesada como el plomo; en ese momento, mi corazón empezaba a palpitar con desenfreno, tanto que lo podía sentir en mi cabeza. Mis mejillas se tiñeron de rojo casi al unísono. Mi garganta era incapaz de emitir cualquier ruido. 

BlasphemyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora