Capítulo 25. Apolo

803 142 73
                                    

MUERTE TÉRMICA

—¿Cómo llevas el discurso de final de curso? —Cyril observaba aún mi cuadro con una mano sobre su barbilla e ignorado por completo mi pregunta de "¿Aprobaré?"—. Debes de estar bastante jodido, ¿no?

Suspiré, lo estaba, y bastante. El director me había elegido como el alumno ejemplar del instituto, curioso, ¿verdad? No tanto si te planteas la situación desde el punto de vista del padre de Eros llevado al instituto entero a una serie de juicios que había perdido. ¿Qué mejor forma de remediar "su error como institución privada" que dejando hablar a un chico gay en la graduación de los seniors?

Mis ganas de decir que echaría de menos a mis compañeros y que les deseaba lo mejor en el mundo de los adultos eran mínimas, por no decir nulas. Sobre todo teniendo en cuenta que entre ellos estaba nuestro querido Paris. Por mí podía ahogarse con un hueso de melocotón de esos enormes y hacerle un favor a la humanidad. 

—Cada vez que intento empezar con algo me siento tan miserable con las mentiras que digo que lo acabo borrando todo —suspiré exageradamente sentándome en uno de los taburetes—. En serio, deja de mirar así a mi cuadro, me está incomodando.

—Entonces di la verdad, di lo que opinas de este instituto —de nuevo ignoró mi último intento de saber su opinión de mi obra—. Ya tienes poco a perder, ¿no?

Me encogí de hombros; tenía planeado cambiarme de instituto el siguiente curso, pero no por ello iba a destruir la credibilidad de este... ¿o sí?

—De acuerdo —Cyril aplaudió de golpe, sobresaltándome—. Querido Apolo, creo que acabas de descubrir tu propio estilo. Enhorabuena. Por este cuadro mereces como mínimo un diez.

Sonreí y me acerqué a él para poder ver el atrevido y para nada católico cuadro que había creado.

—¿En serio? —pregunté asombrado—. ¿No lo haces por la hermosa amistad que nos une?

—Por favor, ¿por quién me tomas? —negó con una mueca de incredulidad.

—Por el hombre que intentó acostarse con mi novio, y que, además, era su alumno —puse énfasis en la última palabra.

Cyril bufó y le quitó hierro al asunto con un aspaviento despreocupado: —Oh, vamos Apolo, ¡olvida el pasado! Soy un hombre rehecho ahora.

—Ah, ¿sí? ¿Desde cuándo?

Cyril miró su reloj y se acomodó la colorida corbata: —Desde hace unos dos minutos.

Reí, Cyril podía llegar a ser un idiota cuando se lo proponía. Desde que Eros se había ido, hacía ya más de un mes y medio, el profesor y yo habíamos acabado uniéndonos en una extraña pero bonita amistad. Supongo que ambos echábamos de menos ese huracán incontrolable que había arrasado con nuestras vidas.

Digamos que gracias a Eros ambos fuimos conscientes de porque los huracanes llevan nombre de persona.

—Le has enseñado el cuadro a Eros, ¿no? —comentó Cyril empezando a recoger sus cosas, hacía más de media hora que las clases habían acabado.

—La verdad es que me da algo de vergüenza —murmuré rascándome la barbilla—. Hace mucho tiempo que no nos vemos y no quiero que piense que...

—¿Qué tu mente necesitada de sexo ha hecho eso? —acabó el profesor por mí, yo lo fulminé con la mirada—. Apolo, cielo, los cuadros eróticos son la cosa más normal del mundo.

BlasphemyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora