Capítulo 7. Apolo

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PERDONARÁS

Tenía los ojos de Eros cerca, muy cerca.

Estaba quieto, él también, y no había nada a nuestro alrededor. No había absolutamente nada, solo oscuridad.

Lo único en lo que podía pensar era en sus ojos.

Ese azul pálido. Ese aro más oscuro que envolvía su iris. Esa mancha canela, muy pequeña, que había justo al lado de ese aro, en el derecho.

—Amor, Apolo, amor.

Entonces sus labios tuvieron toda mi atención.

Y de repente una voz, una voz fúnebre y fría, que nos separó como si tuviera el poder de tocarnos.

Caí al vacío, y lo último que escuché fue una palabra.

Blasfemia.

Desperté aturdido. La habitación estaba en total penumbra. Miré la hora en el teléfono: eran tan solo las doce y media.

Me volví a recostar, tapándome hasta que lo único que quedaba al descubierto de mí eran mis ojos.

No pude volver a dormir en toda la noche.

♦♦♦

Roxana gimió y extendió sus brazos a cada lado del cubículo, sujetándose cuando las piernas le fallaron por el contacto de mis manos. La callé con mi boca, y no dejé que se separara de mí.

Era demasiado gritona, demasiado... susceptible.

O era yo que no sentía absolutamente nada.

Me mordió un labio, y dejó mi boca mientras reseguía mi cuello con la suya. Me miró y sonrió juguetona. Le devolví una tenue sonrisa. Empezó a desabrochar mi cinturón, no se lo impedí, y la cogí de las caderas para girarla cuando acabó.

Le empujé sin cuidado contra la pared y ella soltó una risilla.

—Hoy estás más... —no la dejé acabar, le tapé la boca con la mano mientras me preparaba.

Pero no pude, simplemente no pude. No podía continuar haciendo eso. Contra más lo intentaba menos sentía, más lejos me encontraba de mi mismo. 

No sentía nada, era como estar muerto.

Y llevaba muerto mucho tiempo hasta que Eros había aparecido. Pude engañar a mi cuerpo por un tiempo con Roxana, pero, llagados a ese punto, ni siquiera tenerla expuesta para mí le parecía suficiente a mi exigente y estúpida mente. 

Me aparté y volví a subirme los pantalones. Roxana se giró mirándome con el entrecejo fruncido. No entendía nada y no la culpaba: yo tampoco me entendía. 

—¿Qué ocurre?

Siento más con sus palabras que con tus gemidos. Con sus gestos involuntarios que con tus labios. Lo intento, pero simplemente no puedo. 

—No podemos continuar con esto.

Roxana se bajó la falda. Por suerte su camisa no había sido desabrochada. La chica me observó durante unos segundos.

—¿Por qué?

—No me atraes —dije mirándola con seriedad. Fue la primera escusa que pensé—. Al principio estaba bien, pero me has aburrido. Ni siquiera eres capaz de levantármela.

Sus ojos se tornaron más oscuros y sus puños se apretaron a cada lado de sus caderas. Me sentó mal hablarle así, realmente me arrepiento de haberla tratado así, fui un auténtico gilipollas, y lo sé, lo reconozco; pero no puede remediarlo. Estaba tan roto que herir a los demás era el menor de mis problemas.

BlasphemyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora