Capítulo 28. Eros

862 141 78
                                    

LA TEORÍA DEL TODO

Su aterciopelada voz susurrando mi nombre me hizo cerrar los ojos con fuerza. Era como recordar algo bonito, como encontrar aquello que habías estado buscando en el bolsillo trasero de tu pantalón, como volver a casa.

Hasta que no la sentí no fui consciente realmente de lo lejos que había estado de mi hogar. Ni de cuanto lo eché de menos. Ni de cuanto todo mi ser deseaba tenerlo cerca.

Cerré los ojos bañados en lágrimas con fuerza. Parecía un sueño, parecía irreal. Apolo estaba ahí, a unos metros de mí, mirándome, quieto, esperando a que yo le dijera: ven. Y nada ni nadre podría haber predicho esto. 

Tal vez el destino sí existía. 

—¿Has vuelto? —dijo aún sin moverse pero levantando su diestra débilmente como para querer tocarme desde la distancia.

—Solo por un día —murmuré. Lo miré y señalé el espacio vacío junto a mí. Pero Apolo no se acercó.

Una parte de mí se decepcionó por eso. 

—¿Por qué? —preguntó—. ¿Y cuándo pensabas decírmelo? O bueno, eso si directamente tenías pensado decírmelo.

Su voz iba aumentando de volumen a medida que las palabras salían de su boca. 

—He ido a tu casa en cuento he llegado aquí —me justifiqué y solo entonces dio un paso hacia mí con una repentina sorpresa en sus ojos— porque mi madre te ha recordado, Apolo.

Perplejo acabó de reducir la distancia que nos separaba sentándose junto a mí, pero lejos, lo más lejos posible. No lo tuve en cuenta, ¿qué clase de persona hubiera sido si lo hubiera tenido en cuenta?

—Y al recordarme ella te has acordado tú de mí, supongo —su tono sonó severo. Me habló más duro de lo que nunca antes me había hablado.

—Para recordar primero hace falta olvidar —contesté mirándolo aunque él no lo hiciera; me recordé que yo ya había apartado la mirada demasiado tiempo—. Lo siento, siento todo lo que he hecho.

—Ni siquiera lo intentaste, ¿sabes? —dijo, y me dolió que su voz se rompiera justo antes de acabar—. Me hiciste dudar tanto de lo que sentías por mí... todo lo que hacía era para verte sonreír, todo giraba en torno a ti, Eros, absolutamente todo, por eso cuando me dijiste que... que tal vez debíamos darnos un tiempo, cuando me dijiste que tal vez nuestro momento no era aquel lo acepté. Porque tenías razón, aquello no era justo, nunca lo habría sido, y yo, ciego por lo que sentía por ti, dejé que aquella situación me consumiera —dejó de hablar y me miró. No lloraba pero estaba luchando para no hacerlo. Su mirada era más dolorosa que sus palabras, mil veces peor—. Por primera vez me habías dado una razón válida para dejarte ir. Necesitaba quererme un poco más a mí mismo.

—Sé que no tenía ningún derecho a hacerte eso...

—No, no tenías ningún derecho a dejarte caer de aquella forma y arrastrarme a mí contigo.

—Por eso hice lo que hice después... lo hice por ti —Apolo sonrió tenuemente con mis palabras pero sin burla ni rencor.

En aquel momento pareció recordar algo y se acercó un poco más a mí. 

—Y te lo agradezco, Eros, de verdad lo hago.

Y mi cerebro me recordó lo que horas antes había oído, a él y a Cyril hablando con total confianza, coqueteando. Una parte de mí me dijo que Apolo no podía estar restregándome algo así en aquel momento, pero sus ojos, sinceros, me hicieron sollozar.

BlasphemyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora