Capitulo cuarto: el bastardo del dos por uno.

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Capitulo cuarto: el bastardo del dos por uno.

Arthur recibiría visitas importantes, toda la semana se había preparado física y mentalmente para el encuentro con sus hermanos menores, era nueve años mayor que ellos y aunque no hubiera un lazo de sangre que los uniera con frecuencia ablandaba su mirada al mencionarlos y sus mejillas se teñían de felicidad al escuchar sus voces por el auricular de su teléfono. Sus hermanos menores eran por lo que cada día se levantaba y decidía que daría lo mejor de sí ese día también.

Su casa brillaba como un comercial de productos de limpieza de tanto que la había ordenado y limpiado una y otra vez. En la cocina habían un montón de productos que sus hermanos le habían encargado –de forma poco cortes- y por supuesto sus habitaciones estaban más que preparadas para recibirlos.

Ahora solo había un detallito. La comida de los invitados brillaba aún más por su ausencia. Pero él no sabía cocinar, lo intentaba, seguía la receta y hasta había tomado cursos cortos en la secundaria, lo había intentado todo y sin embargo no podía cocinar ni un simple scone, la comida simple como los sándwiches eran su única especialidad. Luego estaba el té de lo cual estaba orgulloso al decir que no había ser en el mundo que igualara sus habilidades al prepararlo.

Una alarma en su teléfono –Arthur era de los que le ponían alarma a todo- le alerto de que solo faltaban unas cuantas horas para que sus hermanos llegaran al aeropuerto, había contratado a un chofer para que los fuera a buscar y los trajera sanos y a salvo a su cómodo hogar sacado de un cuento de hadas. El nerviosismo lo abrumo y sin pensarlo dos veces decidió cruzar la calle y caminar unos cinco minutos hasta la cafetería-repostería de Francis, el imbécil francés de barba horripilante y modales descarados y vulgares. Arthur hubiera preferido ahorrarse el mal rato en su estómago.

Cada vez que lo veía sentía como si fuera a vomitar o como si sus intestinos se retortijaran en su interior, su temperatura subía hasta su rostro como una repentina fiebre y sus ojos lo evitaban debido al escozor. Arthur era demasiado tonto para enterarse de que a esos síntomas las jovencitas le llaman amor.

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La primera vez que entro a aquel lugar fue solo por no haber alcanzado a desayunar nada en su casa y se había decidido por comprar algo para comer en el camino, la cafetería abierta a esas horas a solo unos metros de su hogar parecía perfecta entonces. Que grandísimo error, el lugar estaba que reventaba de tantas mujeres que esperaban ser atendidas, Arthur simplemente aborto la misión y fue a correr a la parada del autobús. La segunda y la tercera vez ocurrió lo mismo y eso hizo que un foco se encendiera en su cabecita, tal vez en verdad eran unos dulces irresistibles después de todo y no era una exageración del extraño lema que estaba escrito en cursiva con pincel en el ventanal del local.

Se decidió por pasar al mediodía, cuando las clientas se reducen por completo hasta que es hora de la cena. Y por primera vez se encontró inundado de esos síntomas extraños en su cuerpo, no dejo que la timidez le ganara en ese instante por lo que simplemente se acercó y murmuro un 'disculpe' con su marcado acento inglés. El rubio de largo cabello amarrado en una coleta llevaba unos lentes de montura negra para lectura, algo en su corazón lo estrujo por dentro y se le quedo viendo por tanto tiempo que hasta olvido como pronunciar su nombre.

La primera impresión no duro mucho sin embargo, de inmediato el dueño comenzó a hacerle comentarios subidos de tono ciertamente desagradables y de ahí su relación había ido en picada. Pero no importaba demasiado, después de todo Arthur estaba consciente de que su trato hacia él era 'especial'.

Era el único que recibía la oferta del 'dos por uno', "llévate cualquier dulce que quieras y a cambio puedes darme un beso".

Había dicho ese pervertido en aquella primera ocasión y luego de eso –aunque Arthur no sabía porque seguía yendo a ese lugar- continuo repitiéndoselo, a veces con una expresión de broma en el rostro, a veces rosando sus dedos con sus manos al entregarle su pedido, a veces inclinándose para susurrárselo en su oído, o simplemente, y su preferido al parecer, gritándoselo cuando ya se estaba por marchar haciendo que muchas damiselas celosas le miraran con una envidia asesina.

Como fuera el francés siempre terminaba ganándose una paliza de manos del caballero inglés y su relación amistad-odio seguía fluyendo sin que ninguno pudiera detenerla ni avivarla.

En la cafetería cuando él llego se encontraba un italiano que había reconocido como un amigo del francés que vio alguna vez en alguna fiesta a la cual lo habían invitado amigos del trabajo. Más tarde apareció una muchacha cuyo acento no reconoció bien del todo pero intuyo que era húngara o por esos lados de Europa que se llevó al joven. Parecía un encuentro de íntimos amigos después de muchos años. Lo dejaron solo con un francés extendiéndole su orden a centímetros de su oreja y sus pómulos se colorearon como pomelos.

-hey~ ¿Quiénes son esa 'visita' que tienes?- cuestiono con una sonrisa amable en cuanto el rubio le dirigió la mirada, Arthur recupero la compostura tras unos segundos de desorientación en los que su mente había aprovechado para mirar lo atractivo del francés.

-mis hermanos, creo que te hable de ellos ¿lo hice, cierto? Son los hijos de mi madrastra, ahora viven juntos en estados unidos pero vendrán de visita por las vacaciones... ¿no es genial tener hermanos menores? Oh, aunque también veré por primera vez desde su nacimiento a Peter...- se interrumpió de su parloteo cuando noto que no recibía respuesta, fijo sus orbes una vez más en los ajenos y su sonrojo se expandió por toda su cara al ser correspondido tan intensamente.

-oh~ ¿eso quiere decir que no podremos tomar el té juntos esta tarde?- un tono decepcionado entre broma y verdad se escapó de sus labios y aprovecho lo calmado del ambiente para tomar la manga del inglés y acercarlo despacio al mostrador.

-no tienes que dejar de venir, idiota... solo porque estoy de buen humor puedes venir y conocer a mis hermanos ¡y a cambio puedes hacer la cena!- respondió 'entusiasta' acercándose sin objeción al mostrador, solo separándose del cuerpo del francés por unos centímetros de madera barnizada, aunque eso no detendría las acciones que pasaban por la mente de Francis.

-¿Qué quieres comer?- hablaba pausadamente y muy despacio envolviendo al rubio bajo sus encantos para distraerlo lo más que pudiera dentro de su mundo, un mundo solo para ellos dos y que el francés sabía muy bien como embocar. Arthur cerró los ojos saboreando con el paladar el aroma a perfume y crema pastelera del mayor, olvidándose por completo de su personalidad.

-carne...sopa...vino- respondió aun en trance al volver a abrirlos, sus sentidos por completo aumentados y su sentido común silenciado. Francis lo hubiera justo en ese momento vuelto a dar un travieso beso –esta vez en los labios y no en las mejillas-como solía hacerlo de vez en cuando para hacerle enojar si el celular del inglés no hubiera comenzado a vibrar y sonar quebrando el suave aire con su contaminación acústica.

Arthur pareció frustrado y Francis simplemente le sonrió amablemente. La llamada era de su hermano menor Alfred, preguntando cuando tenía pensado ir a buscarlos, Arthur le respondió en el mismo tono que había enviado un chofer, se escucharon ruidos de fondo, la voz de un niño hiperactivo gritando y exigiendo atención, Alfred preguntándole a unas damas si no habían visto el apellido 'Kirkland' en algún lado y las mujeres enredándose las lenguas al responderle, finalmente la calmada voz de Matthew avisándoles que lo había encontrado, se oyó un golpe como si alguien hubiera recibido un manotazo en la cara y la llamada se cortó.

-¿te veo más tarde entonces?-

Sus labios se fruncieron y guardando el celular una vez más en su bolsillo se cruzó de brazos y respondió –has lo que quieras-

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i'm always a slut for fruk....

the city, a place of fateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora