Capítulo sexto: Alfred conoce a alguien.

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Capítulo sexto: Alfred conoce a alguien.

Cuando el rubio estadounidense llego en un taxi a la casa de su hermano mayor el mar humor en su rostro no se lo quitaban ni con todas las hamburguesas del McDonald más cercano.

Había estado acumulando el estrés por semanas, unos tres días antes del viaje había tenido los últimos exámenes de su semestre los cuales sospechaba que le habían dado un apenas suficiente para aprobar, había subido tres kilos por todo el estudio, varias veces alguien se había colado delante de él en las filas y para remate le toco sentarse al lado de un albino parlanchín que hablaba hasta por los codos por el teléfono o con su asistente. Que odioso.

Aun cuando mantenía la fe de ser recibido por su gruñón pero querido hermano mayor, este no se presentó en el aeropuerto y peor aún, había invitado a un hombre esa noche...un francés...a cenar con ellos.

Matthew intento confortarlo pero era olímpicamente ignorado, nadie podría lograr bajarle los humos por unos varios días y no se podía hacer nada para remediarlo. Arthur por el otro lado no paraba de sonreír y recordar cosas de su pasado, cuando Francis se presentó esa tarde para cocinarle la cena no paso para ninguno de sus tres hermanos que se había ruborizado y alegrado aún más, el canadiense sonreía amenamente y su pacifica aura contrastaba con sus revoltosos hermanos, Peter se había sentado en las rodillas de Arthur mientras este escuchaba atentamente una anécdota de los años escolares del francés. Y digamos que es muy típico de un estadounidense no sentirse feliz por los demás.

Finalmente exploto, luego de una discusión en la que Arthur termino encerrándose en su habitación –probablemente a llorar- seguido por el francés y de que su hermano gemelo le reprendiera con su suave voz seguido de una especie de ley del hielo intensa de su hermano menor, Alfred finalmente se dio por vencido ese día. Eso era todo lo que podía soportar, saldría del lugar e iría a comer comida rápida, o tal vez comprar videojuegos o quedarse hasta tarde en cualquier lugar que le ofreciera un mínimo de diversión para desestresarse.

No funciono. Como lo esperaba de ese país la lluvia era algo tan común que era el único en las calles de la ciudad que no llevaba un paraguas, típico del pensamiento de un norteamericano, se dijo a sí mismo, Arthur te lo había dicho de todas formas, siempre llueve en esta época del año ¿Por qué sería distinto hoy?, y con la suerte que tenía Alfred no pareció indignarle del todo cuando una moto paso a su lado salpicándolo con un charco de lodo.

-Antonio ¡te dije que más lento maldito bastardo!- logro escuchar como una grave voz gritaba y se alejaba en el vehículo junto a otra más chillona y entonces le dieron ganas de golpear a alguien. Continuo caminando, mojándose sin importarle que luego pudiera agarrar una pulmonía, se alejó de las calles para prevenir accidentes como el de la moto pero aun así continuaban pasando. Finalmente se sentó en las escalinatas de un enorme edificio de departamentos. En ese lugar que era su propia cueva de refugiado le llegaban todos los olores del mundo, carne, verduras, pizza recién hecha o entregada, el olor a la bencina que aún no se disipaba, perfumes que eran rociados desde las habitaciones camuflados por la lluvia, el olor de hojas mojadas y de flores abriéndose y cerrándose. Todos esos olores que daban un aire ajeno y familiar a esa clase de lugares. No supo cuánto tiempo se la había pasado en ese lugar esperando a que la lluvia cediera y lo dejara marcharse de una vez, pero si sabe que los ojos que esa noche le miraron fijamente serían unos ojos que jamás olvidaría.

Un asiático –como es típico del pensamiento estadounidense no supo si era chino, vietnamita, japonés, etc.- menudo, de cabello perfectamente cortado en un estilo que parecía escolar, vestido con un buzo deportivo aunque no tuviera aspecto de deportista, con una piel suave a la vista y ojos cálidos e inexpresivos, le extendía un paraguas. Su rostro estaba rojo y se veía nervioso, seguramente porque no era de los que acostumbraban a hacer esa clase de acciones, Alfred tampoco era de los que suelen recibir esa clase de atenciones. Ambos se miraron en silencio bastante apenados esperando a ver quien hablaba primero, finalmente el asiático le aclaro en una voz que luchaba por salirle natural y distante –puedes usarlo-

Alfred recibió el paraguas con movimientos aletargados sin separar su vista de la del asiático –gracias- tan pronto lo dijo el muchacho se dio la vuelta para volver a entrar al edificio, ¿acaso bajo para entregarle esa maravillosa sombrilla? ¿Aun existían personas con el corazón tan puro y bondadoso que hacían esas cosas? Y si era así... -¡espera!- lo detuvo a pocos segundos, su receptor no se dio la vuelta pero tampoco se movió, dándole a entender que lo estaba escuchando. -¿Cómo te llamas? Digo, ¿a quién le agradezco este gesto?- una sonrisa nació en sus labios, el asiático volteo un poco pálido y sudoroso, bastante nervioso, pero dejó escapar su nombre para que volara a oídos del rubio.

-Honda Kiku... ¡ah! Quiero decir...Kiku honda...- su casi desapercibido error le hiso enrojecer por completo y volvió a atentar con entrar al edificio, esta vez Alfred lo atrapo como debió haberlo hecho el príncipe con la cenicienta en ese cuento de niños que su hermano mayor le leía.

-Kiku...te lo agradezco bro en serio lo hago ¡Ya sé!, vendré por ti mañana a las cinco, no espero un no como respuesta- su voz surgió energética y demandante como la de un niño.

-¿disculpe?-

-¿Cuál es tu comida favorita?- la pregunta salió tan de pronto que aturdió al de ojos pacíficos.

-p pescado f f frito- respondió aun confundido. Quería dejar en claro que no saldría con alguien a quien acababa de conocer, eso era indecoroso e inapropiado ¿se lo merecía acaso por hacer una buena obra? ¿Eran así todos los extranjeros que conocería acaso? Deseo refugiarse lo más pronto posible en su habitación y fingir que no había visto a este hombre tan solo y deplorable desde su ventana.

-bien, entonces hasta mañana Kiku, no te olvides ¡a las cinco!- y se marchó corriendo entre risas con el paraguas bailando sobre su cabeza salpicando las gotas de lluvia dándole una imagen muy parecida a un pájaro que se sacude en una fuente.

Por un instante el japonés creyó que ese rubio le había hecho una promesa al aire pero al día siguiente justo a las cinco recibió una llamada de la recepción informándole que un joven llamado Alfred F. Jones lo esperaba. El impertinente muchacho en efecto le esperaba vestido casualmente con un paraguas en su mano derecha y una caja de dulces en la izquierda extendiendo sus brazos para recibir un abrazo del asiático.

¿Eran así acaso todos los norteamericanos que recibían un paraguas de un desconocido o era así Alfred con todos los asiáticos hermosos que le extendían un paraguas en un escenario surreal de la ciudad?

Quién sabe.

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wooooooo! arregle el problema con el Wi-Fi.

por cierto actualizare otro capitulo mañana también para que estén atentos!! muchas gracias a todas las personitas hermosas que leen mi historia porque enserio me hacen muy feliz jeje

the city, a place of fateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora