Capitulo décimo: Gilbert el asombroso.

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Capitulo décimo: Gilbert el asombroso.

A sus veintiocho años tenía la vida resuelta, de echo un poco antes su vida ya era perfecta salvo por uno o dos detalles. Descendiente de prusianos, un ario albino con ojos rojos y una actitud positiva y arrogante que arrojaba al mundo con esa sonrisa en su rostro que les decía a los demás 'di lo que quieras, seguiré siendo asombroso', nadie podía negar que sus habilidades eran de un superdotado incluso desde la infancia, quizás no solía demostrarlo y tampoco es que sus habilidades se centraran en las escolares solamente. Nadie le ganaba en el ajedrez, nadie le ganaba en cuanto a trabajo se tratara, si se trataba de cálculos podía hacerlos en unos segundos y aún conservaba los primeros lugares en cada maratón, carrera o competición deportiva a la que asistía. El tipo solo tenía un problema, era un flojo y un irresponsable sin remedio.

Fuera de eso, era asombroso, eso decía él, eso decían todos lo que lo conocían. Había heredado la empresa incluso cuando no era un familiar directo del antiguo dueño, la había impulsado al top 30 de la editoras más famosas del mundo en solo seis meses, había expandido sus sucursales a bastantes ciudades en el mundo en las que era difícil acceder a libros, y encima de eso lo había hecho de forma caritativa, su cara salía en casi todas las postulaciones de los premios novel que el público mandaba. Pero sin duda su mejor logro hasta el momento había sido impulsar la carrera de su hermano.

Ludwig era un sujeto tímido por dentro aunque por fuera pareciera estar hecho de concreto. Solo alguien que lo conoce de toda la vida podría decir con certeza que lo que pasaba por su mente cuando estaba callado no eran más que un montón de escenarios de las posibles catástrofes que podrían ocurrirle, Ludwig también era profundamente pesimista. Gilbert sin embargo miraba más allá de esa masa de músculos y entonces descubría al petiso rubio que se sentaba horas a leer complicados libros para luego encerrarse en su cuarto hasta terminar uno de sus múltiples cuentos, todos ellos eran maravillosos, con un toque clásico a una literatura que por donde la mirases era moderna, jamás tocaba tópicos ya usados antes como otros escritores que tenía la editora, no, Ludwig exploraba límites y fronteras y las traspasaba, jamás dejaba inconforme a nadie y al mismo tiempo sus lectores siempre querían un poco más. Gilbert vio en su hermano al próximo genio de la literatura y lo nombro como tal ante todos.

¿Qué es más asombroso que ser el hermano mayor de un escritor genio?

Pues, no lo sabía, no le interesaba saberlo y dudaba que siquiera existiera algo más asombroso que eso.

O así era hasta que la tarde en la que al fin había tenido tiempo para pasearse por las instalaciones de su editorial en la ciudad en que su hermano había terminado la universidad vio pasear por los espaciosos pasillos a la única dama que creyó que jamás sería una dama. La única que ocupaba sus más tranquilos sueños.

Cuando ella lo vio tardo en reconocerlo solo segundos, él simplemente lo supo al instante, como un enamorado reencarnado. Sonrió ampliamente mostrando sus dientes y soltó una carcajada, Elizabeta lo alcanzo con una mano delicadamente puesta en su cintura y otra cubriendo su boca para también reírse a carcajadas. No era la risa explosiva en la que se tomaba el estómago que ella tenía cuando era más joven pero le reconforto al menos recibirla.

-cuanto tiempo, señorito súper multinacional- le molesto utilizando el apodo con el que los medios llamaban a su empresa.

-un placer también verte, señorita 'sartén'- las mejillas de la dama se colorearon de rojo para volver a su color natural, ambos se miraron en silencio con una sonrisa en los labios para despedirse y volver a retomar sus caminos.

¡mein gott! Gilbert jamás se había sentido tan poco asombroso, no desde la adolescencia, sus mejillas no tardaron en arderle y es que simplemente ver a la compañera de su infancia transformada en una mujer había despertado en él una ampolleta que creía quemada. Simplemente creyó que al volver a ver a su Elizabeta tan cambiada como le habían dicho los rumores, destrozaría todas sus ilusiones de niñez que aún conservaba en su pecho, pero resulto que solo los había avivado.

Le gustaba la violenta niña de sus recuerdos y la dulce mujer de su presente. Ambas le gustaban.

Sus distracciones fueron acopladas cuando su hermano entro en su campo de visión, oh, ¿Qué era eso?, Luddy no estaba solo, habían dos jóvenes más acompañándolo y uno de ellos estaba colgado de su brazo como un mono sonriendo y hablándole al sonrojado y esquivo alemán, el otro jovencito se mantenía en silencio evaluando la situación y preparado para responder acorde el tema de conversación. Dicho sea de paso si lo invitaban más allá de ese punto diría que 'no'.

Creyendo que le hacía un favor, al momento en que el rubio le suplico con la mirada que lo ayudara le levanto el pulgar en señal de entendido solo para ir hacia allá y decirles que Ludwig tenía el resto del día libre. El castaño saltaba de la emoción casi arrastrando al alemán tras de sí para entrarlo a la fuerza al ascensor pese que este se negara, el asiático se inclinó ante la figura de autoridad y le entrego su tarjeta sonriendo vagamente para dirigirse detrás de los otros dos.

La tarjeta decía "Kiku honda, editor, diseñador gráfico, mangaka" además de un número telefónico. El albino se preguntó que significaba mangaka pero guardo la tarjeta en caso de que el muchacho aplicara una solicitud de trabajo, lo tendría en su memoria para contratarlo al instante.

Su oficina era tan amplia como la recordaba, con el viejo sillón de madera forrado en rojo brillante y con las lámparas que parecían del siglo pasado. Las fotografías que le escocían los ojos y por supuesto, como olvidarse de su escritorio negro al lado del viejo escritorio de roble del viejo Fritz, cuanto lo echaba de menos. En el primer cajón aún estaban sus ungüentos y pastillas de viejo además de sus gafas para leer, y en el tercero aún estaba guardada la flauta que solía tocarle cuando se quedaban unas cuantas horas más. Aun se conservaba su aroma a cigarrillos y perfume viejo, Gilbert se sintió como en casa y se recostó en su gran silla subiendo sus pies a la mesa. Se estaba relajando lo suficiente para dormir cuando escucho una voz amablemente regañarlo.

-no subas los pies-

Si el viejo Fritz estuviera aquí aun le hubiera sonreído con complicidad cuando la joven en su hermosa falda de frappe se presentó en su oficina con una bandeja de café y dulces. Que belleza, hubiera dicho. Y luego la hubiera invitado a algún pub.


the city, a place of fateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora