Capítulo Veinticuatro: Atrapado... Otra vez

368 31 0
                                    




— Por favor, quédate. No vas a hacer nada en tu apartamento —me suplicó Emma cuando me ponía los jeans con el propósito de regresar a casa.

— ¡Por supuesto que sí! Iré a cambiarme de ropa. Además, tengo algunas cosas que hacer.

— ¿Algunas cosas? —levantó una de sus perfectas cejas—. ¿Qué cosas?

— Cosas —le besé la frente una vez que me puse los jeans y recogí de la cama mi camisa—. No te preocupes, pequeña. Volveré pronto.

Ella hizo un puchero aferrando las sábanas color salmón a la redondez de sus pechos. Su cabello estaba alborotado y sus labios de un rosa vibrante, recordatorios claros de las caricias y los besos de la noche anterior. Si tan sólo fuera consciente de lo sensual que se veía de aquella forma. En verdad, dolía dejarla allí y no volver a su lado para hacer que gimiera mi nombre de la misma forma que lo había hecho la noche anterior. Pero tenía asuntos que resolver, uno de ellos era localizar a Leyla de una vez por todas y acabar con el estrés que ella provocaba.

— Eso espero —me dedicó una sensual sonrisa ladina y me dispuse a salir de la habitación para dirigirme a la salida. Ella envolvió su sexy cuerpo en las sábanas y me siguió de cerca hasta la salida—. Promete que me llamarás más tarde.

— Lo prometo, ahora mete tu sexy trasero a la cama y duerme un poco —sonreí de forma picara y descarada ante el recuerdo de lo que habíamos hecho en el sofá, y luego, más tarde en su cama—, no quiero sentirme culpable por hacerte desvelar casi toda la noche.

El rostro de Emma se encendió con un brillante color rojo. Tomé su rostro, consciente de lo mucho que amaba verla sonrojarse y la besé. Una agradable sensación envolvió mi cuerpo en una oleada de calor que me recordó lo que estaba empezando a sentir por ella.

Era nuevo. Sí y hasta un poco aterrador, pero llenaba mi cuerpo de vida, de energía y de felicidad. Nunca me había sentido tan feliz en mi vida.

Con un gran esfuerzo, despegué mis labios de los de ella y me dispuse a ir a por mi auto. Tenía que volver a casa, cambiarme de ropa y encontrar a un buen detective para que le siga la pista a Leyla. No era tan lista como para escapar tan perfectamente de la policía y era lo suficientemente vengativa como para no dejar el asunto por la paz.

Estando en mi auto empecé a pensar en dónde encontraría a alguien lo suficientemente listo como para ayudarme de forma eficiente. Todavía el juicio contra Gregor tardaría unas cuantas semanas y estaba decidido a que los juzgaran a ambos por el crimen.

Ya después de que localizara a Leyla, algún plan se me ocurriría. Por el momento, lo primero era saber a dónde se encontraba su diminuto ser.

Llegué al apartamento y abrí la puerta. Sin embargo, el ambiente estaba cargado de un aire muy distinto. Había algo en el ambiente que me hacía tener escalofríos e inmediatamente mi cuerpo se puso en alerta. Cerré la puerta con cuidado aunque después de haberlo hecho reflexioné que había sido una tontería, me estaba encerrando con quien sea o lo que sea que estuviera en mi apartamento.

De puntillas, caminé hasta las habitaciones rastreando con la mirada toda la cocina y la sala. Abrí la puerta del baño muy lentamente... Nada. Seguí hasta la próxima habitación que estaba completamente vacía y por último, giré el picaporte de la puerta de mi habitación. Los nervios estaban a flor de piel y mi cuerpo estaba tenso como un violín pero rastreé con la mirada todo el lugar y no había nada.

Respiré. Todo estaba exactamente igual a excepción de un pequeño pedazo de papel cuidadosamente doblado que había sobre la cama. Lo tomé con curiosidad e inmediatamente supe de quién era aquella nota.

Segunda chanceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora