Capítulo cinco: Volver a casa

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Habían pasado quince minutos y Emma no había preguntado ni dicho media palabra. No me preocupaba en lo absoluto pero me ponía nervioso no saber lo que estaba pensando.

Estaba muy quieta y ni siquiera se había vuelto a mirarme ni una vez. Yo en cambio, respiraba con dificultad, quizás a consecuencia del esfuerzo que acabábamos de hacer y al parecer, la adrenalina que antes corría por mi cuerpo, se estaba acabando.

La herida en mi hombro empezaba a doler como el infierno y en mi mente pasaban muchas cosas, pero tenía que poner a Emma en un lugar seguro y luego ocuparme de mí. Era mi responsabilidad, yo la había puesto en aquella situación.

De pronto, recordé el beso. El suave tacto de sus labios en contra de los míos, su perfume inundando mis pulmones de la misma forma que lo hacía ahora en el interior del auto, y no pude evitar que mi cuerpo reaccionara.

No debí besarle pero fue inevitable. Me sentía como una idiota polilla atraída por una hermosa luz y lo odiaba. Odiaba que mi cuerpo reaccionara así de fácil con otra persona que no fuera Violeta y me enfurecía que incluso, pensar en ella ya no me provocaba la sensación de vacío que se había apoderado de mi antes.

Tenía que verle... La necesidad de tenerle cerca era lo único que distraía mi mente del infernal dolor en mi hombro.

- Necesitas que te vea un médico -sugirió Emma sacándome de mi ensimismamiento-. Estás sangrando mucho, detente y yo seguiré conduciendo.

- Estoy bien -me limité a responder con la mirada fija en la autopista.

- Pero...

- ¡Estoy bien, Emma! No falta mucho para llegar, además no me voy a arriesgar a que escapes. En serio, odio cuando eso pasa.

Pude sentir su mirada de confusión sobre mí clavándose como una daga, pero la ignoré a ella y al maldito dolor que estaba volviéndome loco.

- No iba a escaparme -aclaró en voz queda y dirigiendo su mirada de vuelta a la ventanilla.

Y básicamente, eso fue toda nuestra conversación hasta que vislumbré el sendero y doble hacia la izquierda internándome en el bosque.

Paradójicamente, estaba de nuevo en aquel lugar con otra chica a la que había secuestrado, pero esta vez no fue para nada mi decisión. Simplemente no había salida y estaba seguro que Leyla no sabía del paradero de aquella casa, por lo que estaríamos a salvo en aquél lugar.

Aparqué frente al porche destartalado y bajé del auto lentamente. El dolor era insoportable y necesitaba con urgencia un buen y largo trago de vodka. La situación lo ameritaba y mi garganta lo estaba pidiendo a gritos.

- ¿Dónde estamos? -preguntó Emma al momento que se bajaba del auto.

- Es una casa que alquilé hace unos meses y como ves, nadie ha querido volver a alquilarla.

- Es horrible -se acercó a donde estaba parado y observó la casa con ojo crítico-. Esto puede que nos caiga encima si nos descuidamos.

- Este lugar te mantendrá a salvo mientras pienso lo que vamos a hacer. Deberías pensar en la posibilidad de salir del país -crucé el porche y saqué la copia de la llave que estaba debajo del desgastado tapete que daba la bienvenida, la introduje en el picaporte y abrí la puerta, internándome en la oscuridad de la casa.

- ¿Estás bromeando, cierto? ¡Yo no puedo irme así porque sí! Tengo responsabilidades, clases a las que asistir, mucha tarea que hacer y cosas que tengo que terminar, yo no puedo huir contigo toda mi vida.

Caminé a ciegas por la sala hasta encontrar un interruptor y encender las luces. El lugar estaba lleno de polvo y los muebles cubiertos de sábanas que alguna vez fueron blancas y que ahora estaban cubiertas por una capa gruesa de polvo y telarañas.

Segunda chanceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora