Capitulo Dos: Los mejores amigos

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La ducha estaba tibia y pude relajarme un poco. Mi cuerpo dolía como si hubiera sido arrollado por un autobús. En lo único que pensaba era en tumbarme en la cama y descansar un poco, me lo merecía después de todo el sacrificio que fue quitarme la ropa. Cuando terminé, envolví mi cuerpo con una toalla blanca que estaba doblada en un estante y salí hacia la habitación.

Me había imaginado que la rubia estaría de pie en el mismo lugar donde la deje, pero no. La habitación estaba vacía, así que me puse unos calzoncillos y salí en su búsqueda. La idea de ver su rostro muy pálido por causa de mi casi desnudez, me divertía demasiado. Creo que era la primera vez que veía a una chica que además de ser virgen se comportara como tal, las chicas siempre intentaban negarlo u ocultarlo, lo cual era patético. Al final, siempre descubría la verdad.

La encontré de espaldas a mi, había de alguna forma, puesto a funcionar la estufa y se había puesto a cocinar algo con los utensilios nuevos de mi cocina. ¿Tanto me había tardado que ella tuvo tiempo de conseguir comida, hacer funcionar la estufa y cocinar los alimentos?

De nada servía querer saber aquello, me dirigí al desayunador y me senté en uno de los taburetes de forma silenciosa. Ella estaba tan concentrada que no se dio cuenta de mi presencia. Vestía unos vaqueros un poco holgados para su cuerpo, una camiseta morada oscura de algodón y traía el pelo rubio amarrado en una coleta. Cocinaba algo de sopa y parecía absorta de todo.

Me pregunté en ese instante de donde la conocía, a qué edad la conocí, en que ciudad de las tantas donde habíamos estado mi madre, yo y... ese hombre. Apreté los dientes inconscientemente, recordarlo y saber que llevaba su sangre, me enfermaba. ¿Pero, por qué olvidaría a esta linda rubia? ¿Por qué dijo que no podía creer que la hubiera olvidado? ¿Acaso tenía que recordarla de alguna manera?

Mi cabeza estaba confusa y daba vueltas tratando de encontrar una respuesta que obviamente no iba a llegar a mi por mucho que me esforzara.

Pero debía refrescar mi mente y dejar de torturarme, así que me levante del taburete y fui a ver cómo iba esa sopa.

- ¿Porque esa sopa luce verde? -pregunté justo en las espaldas de la rubia que se sobresaltó dejando caer la cuchara de madera con la que revolvía el caldo.

Su rostro palideció al ver mi desnudez y posteriormente enrojeció a más no poder.

- ¿Po... Po... Por qué estás desnudo? -tartamudeó claramente nerviosa.

- No estoy desnudo -contradije mirando hacia mis calzoncillos grises desde todas las posiciones y luego la mire a ella -. Tengo calzoncillos.

- ¡Tienes que vestirte! -exigió retrocediendo un paso.

- No quiero, así estoy cómodo. Además, tienes que cambiarme las vendas, están mojadas y ensangrentadas.

- Yo...

- No me digas que tampoco lo harás porque hace un rato te auto proclamaste mi enfermera, es tu deber hacerlo.

- Si no te hubieras esca... -se detuvo cuando me acerqué.

- ¿Qué? Termina lo que ibas a decir -la vi tragar saliva y palidecer al mirarme a los ojos.
Era la situación más cómica del mundo, ella huía de mí como si yo fuera un animal rabioso y el juego me estaba gustando. Su nerviosismo, la manera en que perdía o adquiría color su rostro era fascinante, esta chica era alguien totalmente diferente y era algo refrescante. No me había divertido tanto desde antes que mi madre se casara.

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