Capítulo veintiuno: sentimientos bipolares

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— Ve a hablar con ella —me aconsejó Violeta mientras le cambiaba el pañal a Eliazar.

— ¿Y qué le voy a decir? "Hola, Emma. Solo vine para decirte que te quiero pero que al final no y que quiero estar contigo pero al mismo tiempo no, y que me muero por estar contigo pero tengo miedo y me acobardo..." Ni yo mismo sé lo que siento, puedo estar equivocado.

— Tu solito llegaste a esa conclusión, nadie la implantó en tu cabeza, así que deja de ser gallina. Ve, toca la puerta y bésala, es todo lo que necesitas hacer. Todo pasara de forma natural.

— ¡Por supuesto que no haré eso! —respondí exaltado. Estaba jugando con Elionor quien se quedó muy quieta observándome—. No confío en mí mismo cuando la toco. Es como si todo desapareciera y solo quisiera tocarla y... bueno, ya sabes.

— Se supone que eso es lo que tienes que sentir y en tu caso es bueno. Dejas de pensar en todas esas estupideces y te concentras en ella y en lo que sientes. Nada más debería importarte.

— ¿Y si la lastimo? —alcé el rostro hacia Violeta que rodó los ojos. Había ido hasta ella porque no tenía ningún otro lugar donde ir y el rumbo que habían tomado mis pensamientos la pasada noche, me había dejado muy inquieto. Y en vez de tocar la puerta de Emma, me encontré tocando la puerta de Violeta. Ella era la única que podía ayudarme en esos momentos.

— Creo que ya tuvimos esta conversación antes. ¡Por Dios, Chris! ¡Despierta! Tienes a la que podría ser el amor de tu vida y eres tú el único que está poniendo obstáculos frente a ella. No es tan difícil, lucha por tu felicidad hasta que no haya otra manera.

— Se escucha fácil —respondí en voz baja.

— Es fácil. ¿Qué podría salir mal?

— Muchas cosas...

— ¿Cómo cuáles? —inquirió mirándome a la cara.

— Que no sea la persona que ella piensa que soy, que no pueda hacerla feliz, que pueda lastimarla, que pierda el control y explote en rabia, haciéndole pagar por ello... que no pueda amarla como ella se lo merece.

— Chris... —susurró acercándose a mí para darme un abrazo. Al sentir aquella muestra de cariño, me sentí mucho mejor pero no hizo que todos esos temores se fueran—. Sólo porque las cosas no salieron bien conmigo, no significa que tengan que ser así con Emma. La protegiste, luchaste para mantenerla a salvo y arriesgaste tu vida por la de ella. Si eso no es amar a alguien no sé que sea.

— Hubiera hecho lo mismo por ti en las mismas situaciones.

— Lo sé, pero la diferencia era que yo estaba a salvo y tú me pusiste en riesgo. Por amor, claro, pero con Emma fue diferente. Ella fue un daño colateral y tú hiciste todo lo contrario a lo que hiciste conmigo. La mantuviste a salvo, la protegiste y de paso, descubriste lo que sientes por ella. Sólo míralo de esta forma, quizás el destino encontró esa única forma de hacerte ver lo que sentías por ella.

— Las cosas buenas no les pasan a las personas malas, Violeta. Hice daño y ese daño se devolvió hacia mí pero tienes razón, Emma fue un daño colateral. Yo la puse allí por accidente y no iba a permitir que ella pagara por mis errores por eso la mantuve a salvo. Y ahora estoy a punto de ponerla de nuevo en riesgo por culpa de lo que siento.

— ¡Aghhh! —gruñó Violeta de rabia y se apartó de mi lado—. Hablar contigo es igual que hablarle a los gemelos, te escuchan y te prestan atención pero no entienden nada de lo que dices y te ignoran. Chris, la vida te dio una segunda oportunidad para que seas feliz, una chance de vivir una vida hermosa con Emma y la desperdicias por especulaciones que no sabes si se cumplirán. ¿Y si eres lo que ella busca? ¿Y si estando con ella te conviertes en lo que ella necesita? ¿Y si todo sale bien y al final eres feliz? Nunca lo sabrás si no lo intentas.

— No lo sé...

— ¡Demonios, Chris! —me reprendió—. No sabía que eras tan cobarde.

— Sólo no quiero lastimarla otra vez —dije resignado—. Pero lo haré y si todo sale mal, será todo tu culpa.

Violeta sonrío de felicidad y aquello me animó un poco. En el fondo no quería hacerlo, pero sabía que era la única manera de responder a todas las preguntas que me había formulado mientras analizaba la idea de que Emma era todo lo que necesitaba.

Dejé a Violeta intentando dormir a los gemelos y conduje rumbo a la casa de Emma. Estaba anocheciendo y el sol se había ocultado ya. Mis manos sudaban sosteniendo el volante y mi ansiedad crecía a cada kilómetro recorrido.

La última vez que había visto a Emma, ella lloraba por mi culpa y me sentía el hombre más infeliz sobre la tierra. La idea de volver a ver sus brillantes ojos azules hacían que mis nervios hicieran de mí un manojo de ansiedad. ¿Qué haría cuando estuviera frente a ella, cuando su olor me invadiera y mi cuerpo reaccionara al suyo? ¿Qué le diría? ¿Me rechazaría?

Temía que mi cuerpo bloqueara mi razón y que lo único que hiciera al verla sea besarla y hacerla mía. La sola idea hacía que mi cuerpo despertara. Extrañaba tanto besar sus rosados labios, tocar su suave piel, escuchar sus sensuales gemido y sentir cómo se deshacía entre mis brazos llevándome consigo. Quería experimentarlo de nuevo, quería perderme entre sus brazos pero sabía que podía herirla si lo hacía sin saber exactamente lo que ella significaba para mí. No podía tocarla hasta estar seguro de poder ser capaz de darle lo que ella merecía. Sin embargo, no confiaba en mí cuando estoy con ella.

Aparqué en el lugar donde Violeta me había dicho que la vivía. Al parecer, ella la había visitado un par de veces para saber cómo estaba. Aunque Violeta no me dijo nada de lo que hablaron, estuvo dispuesta a darme la dirección para que fuera a resolver las cosas con Emma.

Era un edificio viejo, las escaleras de la entrada estaban desgastadas y quebradas. La puerta de acceso al edificio estaba rota y cualquiera que quisiera entrar podía hacerlo sin una llave por lo que no se me hizo difícil entrar. Las paredes estaban desgastadas y no poseía elevador. Emma vivía en el segundo piso, por suerte, así que subí las maltrechas escaleras y seguí el corredor hasta encontrar su apartamento que era el número doce. Toque fuertemente la puerta de madera que tenía enfrente y espere a que Emma abriera la puerta.

Escuche unos cuatro cerrojos abriéndose y unas cuantas maldiciones mientras ella trataba de abrir la puerta lo más rápido posible. Cuando el picaporte giro y la puerta se abrió, una Emma expectante se quedó paralizada en el umbral. Vestía una camiseta demasiado grande como para ser de ella y nada más, esta le llegaba hasta los músculos y imagen fue demasiado perturbadora para mí. Su cabello estaba despeinado y la liga que sujetaba su cabello estaba apunto de deslizarse lejos de él. Tenía ojeras debajo de los ojos y parecía que estaba un poco más delgada dándole una imagen demasiado frágil que no podía soportar.

Y entonces, hizo lo que no debió de hacer... Me abrazó y me sentí en el cielo. La apreté contra mi pecho y deje que el olor de su cabello me embargara. Su calor me hizo estremecer y no quería soltarla. No me había dado cuenta hasta ese momento de lo mucho que necesitaba que me abrazara.

— Pensé que jamás volverías —confesó con la voz casi quebrada mientras se aferraba a mí con todas sus fuerzas.

¿Qué hacer? Quería estar con ella pero no quería herirla, quería luchar por permanecer a su lado pero no quería decepcionarla y la necesitaba pero no sabía si estar allí había sido la mejor idea. Quería volver a mi apartamento y pensar mejor las cosas pero no podía separarme de ella, no cuando estaba en mis brazos tan frágil y tan extremadamente hermosa.

Ella levantó el rostro para ver el mío y no pude escapar. Esos benditos ojos que me suplicaban con la mirada que me quedara. Tenerla tan cerca nubló mi sentido e hice lo que por tantos días me había negado a hacer...

La besé.

Segunda chanceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora