Prologo

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Quizás todo fue por obra del destino, o tal vez me había desviado del camino y esa había sido la forma de encaminarme.

Pero siempre que estaba consciente, me hacia las mismas preguntas: ¿alguien como yo tenía derecho a una segunda oportunidad? ¿Después de todo el daño y sufrimiento que causé, tenía derecho a ser rescatado de mi infierno?

Sin ella, todo carecía de sentido y a veces sólo deseaba que el dolor parara. Un dolor seco que aplastaba mi pecho y me impedía respirar.

La culpa y la recriminación me atormentaban y mi único escape era el alcohol pero sólo en el punto cuando dejaba de estar consciente de mis acciones y el mundo desaparecía, porque antes de ello, mi infierno me atormentaba hasta a la locura y lo peor era que ya no podía seguir viviendo sino era así.

Pero en mi oscuridad, encontré una luz que cambiaría mi camino y me sacaría de las tinieblas...

Trece años atrás...

- Prométeme que nunca me olvidarás. Seremos amigos para siempre -me dijo abrazándome fuertemente.

- Te lo prometo, seremos súper amigos hasta el final -la apreté contra mi y me aparte para subirme al auto de mi madre.

Una vez que estuve adentro, baje la ventanilla y le dije adiós agitando mi mano con fuerza.

Volveríamos a vernos y nunca más permitiría que nada ni nadie los separara.

Presente...

Estaba ebrio, aquella noche había alcanzado un nuevo estado de ebriedad, mi vista era borrosa y sentía la cabeza cien veces más pesada.

Estaba en otra ciudad muy lejos de la mujer que amaba, estaba destrozado y todo era mi maldita culpa. Era una escoria, lo peor que se le había cruzado a ella por el camino. Me sentía el ser más despreciable de la vida y no valían las veces que me llamarán para intentar persuadirme de que lo que estaba haciendo estaba mal.

Ella lo tenía todo y yo no tenía nada. Sólo un puñado de dinero en un banco y un apartamento lleno de cajas y muebles con el plástico todavía cubriéndolos.

Todo lo que tenía era una botella de vodka con poco más que tres centímetros y el pelo enmarañado y largo.

Uno de los pocos amigos que me quedaban vivía en esa ciudad y todas las noches me rescataba de establecimientos de licor mientras me tambaleaba para salir. Aunque últimamente estaba un poco harto de tener que hacer lo mismo todos los días.

Por lo que esa noche nadie iría a rescatarme y posiblemente dormiría en alguna esquina en algún lugar.

Me levanté de la silla y sin querer golpee uno de los sujetos que estaban cerca.

- ¿Cuál es tu problema? -grito pero yo sonreí y como pude intenté disculparme pero mis palabras eran un manojo de balbuceos ininteligibles -. ¿Quieres pelear?

Se abalanzó sobre mi y yo me defendí como pude, alguien intentó ayudarme pero fue golpeado también. Entonces, descargue la botella de vodka en la cabeza del sujeto y le hice una enorme herida, pero no suficiente como para quitármelo de encima.

Me quitó lo que quedaba de la botella rota que sostenía en mi mano y la empuñó en mi abdomen, empujándola varias veces, luego la saco bruscamente y me levantó por la camiseta hasta arrojarme a la acera.

Mi cuerpo cayo con un golpe seco y me retorcí del dolor un par de veces.

Pero el alcohol y el dolor eran una mezcla muy extraña y poco a poco perdía el conocimiento al sentir como un líquido cálido salía de mi abdomen mientras lo apretaba con fuerza.

Entonces sentí unas cálidas manos que tocaron mi rostro y apartaron mi cabello. Escuche una dulce voz decir mi nombre pero era casi un murmullo y tras enfocar mis ojos para ver a quién le pertenecían, sólo pude contemplar la más azul de las miradas antes de desmayarme.

Segunda chanceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora