Capítulo N° 11 - El ciervo

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Desperté al escuchar fuertes ruidos en el piso de abajo. Alguien tocaba la puerta con insistencia. Sentía que me había pasado un camión por encima, me levante despacio sin comprender del todo donde me encontraba. Me había desvanecido en mitad del pasillo, entre la escalera y mi cuarto. En él, se reflejaba un inmenso halo de luz que entraba por la ventana y se esparcía hacia fuera de la puerta, fue entonces que recordé que la noche anterior la había dejado abierta. "Llego a cruzarme por ahí y me chamusco" pensé. Comencé a tambalearme de un lado a otro hasta que conseguí pararme manteniendo el equilibrio apoyándome en la pared.

Otra vez los ruidos insistentes en la puerta. "¿Quien podrá ser?" pensé. Bajo ninguna circunstancia podía abrir, sea quien sea. Era pleno día y la fuerte resolana que ingresaba por entre las comisuras de las persianas hacían que entrecerrara los ojos. Era demasiada luz para mí.

Bajé lentamente las escaleras con cuidado. Me sentía muy cansada y agobiada como si quisiera dormir eternamente. Mi cuerpo estaba débil y pesado. Nuevamente escuché que alguien golpeaba a la puerta. Cada golpe hacía que me pusiera aún más nerviosa. 

Me senté en el sillón del living a esperar a que ese alguien o algo se fuera, el simple hecho de tenerlo al otro lado de la puerta me ponía histérica. A los pocos minutos el sonido desapareció. Me quedé pensativa mirando la chimenea apagada. ¿Quién habrá sido?¿Cuánto tiempo habré estado tirada en el suelo? Había perdido la noción del tiempo, de los días, de la hora. Refregué mis ojos para no volver a quedarme dormida y me concentré en la chimenea oscura, mis energías se estaban agotando lentamente.

Me temía que ocurriera lo que tanto detesto: Tener hambre. Estaba sedienta, sedienta de sangre. Mi organismo estaba entrando en 2° fase de abstinencia. La primera es agotamiento general, la segunda es cosquilleo por todo el cuerpo y sensación de languidez, y la tercera... Por dios, no quería llegar a la tercera bajo ninguna circunstancia. Es duro convivir con una bestia salvaje dentro que, constantemente, lucha para ser liberada. Por más que me resista, no se bien cuántas horas o quizá días habrán pasado desde que vi mi suero vacío. Desde ese entonces no bebí ni una gota de sangre. Me preocupaba el simple hecho de pensar cómo iba a lograr sobrevivir cuerda las siguientes horas. Mi cuerpo de a poco demandaba energía, demandaba alimento, demandaba SANGRE.

No sé en qué segundo logré quedarme dormida en el sillón, el hambre no siempre nos deja dormir. Mi mente comenzó a enroscarse, sentía como iba cayendo en un túnel sin fondo y todo a mi alrededor estaba oscuro y repleto de sangre. Mi corazón comenzó a acelerarse de manera brusca y mi cuerpo a tensionarse con un cosquilleo incesante. Continuaba dormida pero aún así era consciente de todo lo que a mi cuerpo le ocurría. Mis pies comenzaron a arquearse al igual que mis manos. Mis uñas se clavaron en ambos lados del sillón, mi piel se erizó y un escalofrío comenzó a congelarme cada centímetro de mi espalda que luego recorrió todo mi cuerpo. Una fuerza superior hizo que me despertara en una realidad desconocida para mi. Abrí mis ojos y todo a mi alrededor estaba oscuro, mi mismo living esta vez estaba negro, como si de una película antigua se tratase. Agudicé más la vista y me di cuenta que podía ver a través de las paredes. Empecé a olfatear casi como si fuese un lobo hambriento. Me agaché y coloqué mis manos en el suelo, podía sentir cada hebra de los hilos de la alfombra que se extendía por debajo de mi. Miré mis uñas y me sobresalté al ver que parecían garras largas y oscuras, al igual que las de mis pies descalzos. Podía percibir cada centímetro de mi piel, cada poro abierto y cada pelo que se erizaba en cada respiración.  Cerré los ojos y me concentré, mi espalda se arqueó. Me costaba mantenerme parada, me estaba convirtiendo en una bestia. Mi respiración comenzó a agitarse como si estuviese preparándome para salir a correr una maratón.

Abrí mis ojos y noté que mi casa se veía más pequeña de lo normal, como si la estuviese viendo de una altura más elevada de la normal, miré a mi alrededor y percibí un movimiento fuera de la cabaña, quizá a unos 1000 metros de donde me encontraba. Fruncí el ceño y agudicé los sentidos. Todo continuaba blanco y negro, todo excepto un punto rojo que pude divisar a la lejanía a través de la pared que ahora parecía invisible. Salí gateando de la cabaña casi como si fuese una lagartija, mis garras hacían que tenga un mejor sustento sobre el suelo. Me paré en seco a la salida de mi cabaña y clavé mis uñas en la nieve, me detuve en silencio a observar, escuchar y olfatear. Entrecerré los ojos y me concentré en mirar por entre medio de los árboles del bosque. Finos copos de nieve caían sobre mi cabeza pero eso no impedía que mis sensores continuaran encendidos.  

Reivindicación de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora