Capítulo N° 19 - Madre Vampiro

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Dimitri comenzó a tenerle pánico a las tormentas. De bebé lloraba desconsoladamente cada vez que comenzaba a tronar el cielo, el único lugar donde se sentía a salvo era entre mis brazos, tal como lo tuve ese día que caí rendida sobre la nieve, exhausta y temblorosa por toda la fuerza psíquica que había hecho para trasladar aquellas pesadas cajas.

Los humanos creen mucho en los ángeles y en los milagros, los vampiros no. Pero a partir de ese día comencé a creer en los ángeles guardianes,  y esos ángeles tenían forma de lobos.

 Abrí mis ojos lentamente y me sobresalté al instante. Para mi gran alivio y tranquilidad, Dimitri estaba a mi lado dormido. Me incorporé un poco en la cama y pude percibir que no estábamos solos. Me llevé la gran sorpresa de que a nuestro alrededor, dormían varios lobos con las orejas en alerta y otros dos un poco más allá junto a la puerta de centinelas muy atentos a todo.

Al observarme emitieron un suave gruñido y todos despertaron al instante. Se sentaron sobre sus cuatro patas y se incorporaron en la habitación mirándome fijamente. No me salían las palabras en esos momentos, pero no tardé en darme cuenta que aquellos seres le habían salvado la vida a Dimitri. Me levanté suavemente para no despertar al pequeño y comencé a caminar por entre medio de mis nuevos amigos acariciándoles las orejas dulcemente al pasar a la par de ellos. Los dos lobos que se encontraban vigilando la puerta duplicaban el tamaño de los demás lobos que se encontraban desplazados por el dormitorio. 

Al acercarme agaché la cabeza en forma de reverencia y agradecimiento.

— Levanta la cabeza, eres una Condesa — dijo uno de los lobos con una voz tersa que me resultaba bastante familiar. Al levantar la vista, ambos lobos se habían convertido en dos hombres esbeltos, con grandísimos músculos y mucho pelo sobre el pecho y los brazos. Uno de ellos era el que se presentó afuera de mi casa esa noche que cuidó de mí toda su manada de una posible emboscada de Panzyers. Sus gruesas cejas y sus profundos ojos verdes me miraban con complicidad haciéndome sentir segura rodeada de todos ellos. Volteé automáticamente para ver si los demás lobos también se habían convertido pero para mi sorpresa continuaban siendo animales.

—  De no haber sido por ustedes Dimitri hubiese muer...

—Sh... — dijo entre dientes — venga con nosotros. Hay mucho de que hablar. Ellos se encargarán de cuidarlo, no olvide que los animales tienen mejor instinto materno que muchos humanos.

Esa última frase hizo sentirme un tanto ofendida, definitivamente carecía de instinto materno y tampoco era un animal, por ende no sabía en que categoría encuadrarme. Salimos sigilosamente de la habitación mientras echaba un último vistazo al bebé que reposaba sobre mi cama y un par de lobos se recostaban junto a él para darle calor. Por alguna extraña razón sentía que ellos lo mantendrían a salvo y no que se lo devorarían en cuestión de segundos, después de todo, si eso querían podrían haberlo hecho mucho antes.

—Smith —dijo el hombre esbelto de ojos verdes — tráele a la Condesa una copa de la sangre que guarda en el refrigerador. No queremos que se desmaye en medio de la charla, necesita estar bien despierta.

Hablaba como si yo no estuviera presente, pero aún así clavaba su mirada en mí a cada segundo mientras bajábamos las escaleras y nos dirigíamos al sótano. Supongo que ese era el lugar más seguro de la casa para poder hablar sin que nadie nos escuche. Un gran alivio invadió mi ser al ver que todas las cajas de leche que había movido con tanto esfuerzo ahora yacían a lo largo de todo el living y por lo que pude notar ya habían alimentado a Dimitri mientras yo continuaba inconsciente. "Serian buenas madres" pensé y sonreí. El hombre volteó a verme y se quedó sorprendido por mi gesto.

—¿Le parece algo gracioso? — preguntó con una voz casi gutural. Sus cuerdas vocales parecían ser sacadas del mismísimo núcleo de un volcán.

Reivindicación de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora