1. Deberías estar muerta.

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1. Deberías estar muerta.

En el pasado Adalynn, de catorce años e hija de Gregory y Martha Thorpe, había cometido muchos errores, sobre todo durante su adolescencia, dando paso a que muchos de sus amigos se alejaran de ella y comenzaran a considerarla "una mala persona". Fueron unos pocos los que se quedaron a su lado por un tiempo, pero aun así sucedió lo mismo que con los demás. Adalynn estaba tan sola, tan triste. Sus padres continuaban a su lado, incondicionales, pero esto no parecía ser suficiente para ella. Quería recuperar a sus amigos, volver a ser la buena y gentil Lynn (como solían apodarla) que alguna vez fue.

–Mamá, papá, quiero cambiar. –fue lo que dijo una noche, durante una cena con sus abuelos.

Ellos no podían estar más felices. Sin pensarlo dos veces, felicitaron a su hija y le brindaron todo el apoyo posible. Lamentablemente esto no sirvió de mucho para levantar los ánimos de su hija los siguientes días en que se presentó a la escuela y fue a hablar con quien alguna vez fue su mejor amiga, Beth. Al oír las palabras de Adalynn, ella estalló en carcajadas y comenzó a decir muchas cosas hirientes, repitiendo muchas veces la frase "después de lo mucho que nos heriste, lo único que te mereces es morir".

Y así fue como una maña del 3 de septiembre, durante una clase de Educación Física, Adalynn se acercó al profesor.

–Necesito una soga –dijo–. Mientras los chicos juegan al quemado, yo y las demás saltaremos.

El profesor, inconsciente de lo que Adalynn realmente haría, le entregó las llaves del armario donde guardaban el material para la clase y anunció al delegado del curso que supervisara a los demás mientras dejaba unos papeles en la dirección.

En una repisa que estaba sobre una caja con pelotas, había una soga colgada. Adalynn la miró con ojos cristalinos. Un rato después, se encontraba sobre el escenario, enganchando un extremo de la soga en una de las vigas. Apenas la vieron, sus compañeras se reunieron y murmuraron cosas, mientras señalaban hacia donde ella se encontraba.

–¡Profesor, profesor! –gritó el delegado, desesperado.

–¿Qué sucede? –preguntó, colgando el silbato en su cuello y dejando sus gafas sobre una mesa.

–Es... es Adalynn Thorpe –dijo el muchacho, se veía asustado–. ¡Se ha ahorcado!

Ingresaron al gimnasio corriendo. El profesor frenó de repente y sintió que se le formaba un nudo en la garganta al presenciar tal escena: sus alumnos se encontraban reunidos frente al escenario, señalando hacia arriba, donde una soga se enredaba alrededor de un delgado cuello. El cuerpo de Adalynn se mecía en el aire.

–¡Profesor, debe ayudarla! –gritó, para sorpresa de todos, Beth.

El profesor llegó justo a tiempo y logró desatar a Adalynn. Ella continuaba respirando. Llamaron a una ambulancia, la cual tardó demasiado tiempo en llegar, y Adalynn fue trasladada al hospital público de la ciudad. Sus padres llegaron allí apenas recibieron la llamada del director, diciéndoles que Adalynn había intentado ahorcarse.

Recuperó la conciencia alrededor de tres horas más tarde, siendo su madre la primera persona que vio en la habitación. Después de los abrazos y desesperadas preguntas de sus padres, siguieron los regaños.

–¿Por qué hiciste eso? –Preguntó su madre–. Nos encontramos a Beth muy preocupada diciendo que habías intentado ahorcarte, estaba llorando.

–Beth lloraba –repitió Adalynn, recostada en su camilla y con la mirada fija en la pared–. ¿Y por qué, si ella fue quien dijo que yo debía morir?

Le dieron el alta a Adalynn unas semanas después, cuando terminaron de comprobar que estaba bien y anteriormente no se había causado ningún daño (como una sobredosis de pastillas o algún corte).

Sus padres consiguieron el número de un psicólogo de confianza y allí la enviaban dos veces por semana. Adalynn iba mejorando con el tiempo, el consultorio se había vuelto uno de sus lugares favoritos en el mundo. El viaje solía durar una hora y media, en la cual se dedicaba a leer y escuchar música.

El consultorio del doctor Wagner se encontraba en el cuarto piso de un enorme edificio similar a un hospital, donde tambien trabajaban otros especialistas. En los pasillos había asientos, como una especie de sala de espera, donde Adalynn siempre encontraba ancianos o niños menores de diez años y se sentaba a charlar con ellos. Compartían entre sí las razones por las que se encontraban allí, reían un rato y luego ella se marchaba hacia el consultorio del Doctor Wagner. Se sentía bien poder hablar con gente que no se asustara al decir "mis padres me enviaron porque intenté suicidarme".

The proxy symbol. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora