Capitulo 4

5.5K 520 7
                                    

Su marido en su habitación, reflexionaba también sobre lo que acababa de suceder. Nunca había sentido su piel erizarse por un mero contacto, ni su deseo estallar en aquella bomba que le había dejado con las piernas flojas y el corazón palpitándole como los cascos de un caballo desbocado. Nunca se había perdido tanto en la pasión, ni había gozado tanto. Ni siquiera con Lady Ocam cuando se convirtieron en amantes, ni cuando ella le enseñó cómo darle placer.

Pensar en su amante le hizo sentirse culpable. Él había disfrutado de su mujer, mientras ella apenas soportaba a su marido. Cuando Elizabeth le buscó, él se resistió a pesar de lo mucho que la amaba. Cuando ella le suplicó con lágrimas en los ojos, que necesitaba quitarse de su piel el asco que sentía por el tacto de su marido, no pudo resistirse.

Empezaron una relación clandestina y discreta, que muy pocos conocían, sin embargo después de diez años de relación, eran pocos en Londres, los que desconocían dicha relación.

De repente se sintió culpable por pensar en su amante cuando acababa de consumar el matrimonio con su esposa. Una mujer que se le había entregado sin reservas. Su vanidad masculina se inflamó al pensar en cómo la había seducido con sus caricias hasta desterrar el miedo. El tacto de la piel de Rose le despertó el deseo en los dedos, deseos de tocarla de nuevo.

De nuevo, le asaltó la culpa por haber disfrutado con su esposa hasta olvidarse por completo de Elizabeth. Recordó la promesa que le hizo a su amada, de pensar en ella cuando tocara a su esposa, una promesa que no pudo cumplir desde el momento en que sus labios entraron en contacto con la piel de Rose.

Se sirvió una copa de brandy para tranquilizar su conciencia que aquella noche estaba especialmente activa. Odiaba sentirse vulnerable ante los sentimientos de los demás, pero así era él. Un hombre que trataba de hacer lo correcto y que cuando podía, intentaba evitar causar dolor a los demás. Y el dolor que imaginaba estar causando a ambas mujeres le estaba volviendo loco.

En aquel momento su memoria le trajo el momento en que le había comunicado a Elizabeth su decisión de casarse.

Tendida en el lecho y abrazados después de haberse amado de forma tranquila, se lo dijo.

─ He decidido casarme.

─ ¿Has conocido a alguien?─ la pregunta la esperaba, pero no así el grito ni el empujón que casi lo sacó de la cama. Elizabeth nunca perdía los nervios, como él, por eso es que se entendían tan bien.

─ Necesito un heredero.

─ Supongo que aunque Ocam muriera mañana, no te casarías conmigo.─ Nunca la había visto tan furiosa.

─ Por supuesto que lo haría. Prefiero vivir contigo sin hijos, que sin ti.─ Ambos sabían que estaba mintiendo. Ella llevaba casada once años y no se había quedado embarazada en ese tiempo, ni de su marido, ni de Edmund.─ Pero estando casada y gozando su marido de una salud de hierro, debo estudiar el resto de las opciones.

─ Eres joven. Puedes esperar.

─ Ya está decidido.─ su voz sonó lo suficientemente grave para hacerla comprender que nada podía hacerle cambiar de opinión.─ Mi matrimonio no cambiará nada entre nosotros.

No pudo explicarle que su decisión estaba basada en su deber de tener hijos para el título, hubiera sido demasiado humillante para ella. Algo que era importante para él. La única mentira que recordaba haberle dicho nunca.

Él era testarudo, cuando tomaba una decisión nadie conseguía que se retirase un centímetro de su trayectoria, ni los reclamos, ni el llanto de Elizabeth lo consiguieron. Se lo debía a su padre.

Redhouse- Saga Los Horton 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora