La noticia de la muerte del agregado de la embajada francesa y de la célebre cortesana Madame Celina, apareció en todos los periódicos. Los cuerpos habían sido encontrados en la cama de esta última y todo indicaba que se trataba de un crimen pasional. El mismo periódico sensacionalista daba a entender que se sospechaba del amante de la cortesana como el autor del doble crimen. Ella había muerto estrangulada, presentaba múltiples heridas y magulladuras por todo el cuerpo, decían los diarios.
Lord Charles Horton, se enteró de las noticias mientras esperaba en Tatterhall al conde de Ocam. Comprendió entonces las miradas de desprecio que había estado recibiendo durante su paseo por el parque.
─ Hace unos días me visitó tu padre.
─Lo imaginaba.
─No puedo acogerte en mi casa. No sólo por Elizabeth, mi casa ya no es segura.
─Lo entiendo.
Durante aquella conversación Charles no se mostró como el caballero indolente y aburrido que todos conocían.
─¿Qué piensas hacer?.─ preguntó el conde.
─Me esconderé por un tiempo. Quizás me embarque hacia América, imagino que la familia de mis primos no habrán recibido la orden de destierro.
─Alguien debería saber lo que estás haciendo.
─Sabía en lo que me estaba metiendo. No te preocupes por mí. Además lo saben las personas que tienen que saberlo.
─Cuídate muchacho.
─Lo haré.
Ambos hombres se despidieron a la salida del famoso establecimiento, mientras Charles se encaminaba hacia las sombras y la pestilencia del Londres más sórdido, el conde de Ocam se encaminó a la casa de su amigo. El marqués de Surrey.
A pesar de los últimos escándalos que habían llevado al destierro familiar de Charles, le recibieron como un miembro más de la familia. Le llevaron al salón, donde tomo el oporto que le sirvieron mientras conversaba con las cuatro hijas del marqués, de nada en particular. Sentía una especial predilección por la más pequeña, quizá porque siempre había sido la más descarada, trepando a sus rodillas, para acabar dormida en su regazo. Ahora tenía quince años, y cuando se miraban, ambos sentían que habían perdido el contacto, pero no el cariño.
Cuando las conversaciones de las mujeres se centraron en la moda y los complementos, el marqués de Surrey se llevó a su amigo al estudio. Le ofreció una bebida más fuerte y ambos se sentaron en dos butacones. Relajados y con las piernas cruzadas sobre los tobillos. Permanecieron unos minutos en silencio, disfrutando de la compañía.
Ocam lamentaba tener que renunciar a todo aquello, a su amistad de tantos años que le había llevado a ser parte de esa familia, pero ni siquiera la sensación de pérdida consiguió desviarlo de su propósito.
─Ha llegado el momento de que sepas quien soy.─ dijo Ocam, parecía buscar las palabras adecuadas.
─Lo de Charles es definitivo. – Atajó el marqués.─ Por supuesto no creo ni por un momento que la cortesana fuera tu esposa, sobre todo estando tú allí. Pero...
─ Pues era Elizabeth. Créelo.
─Por Dios, Ocam.─ exclamó horrorizado.─ Puedo entender al cabeza de chorlito de mi hijo, incluso puedo entender a "esa mujer", pero, ¿cómo demonios pudiste permitirlo?
─ Por ti, por supuesto.
─ ¿Por mí?
El marqués se incorporó en su butaca, y miró a su amigo tratando de adivinar si estaba bromeando por su expresión.
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Redhouse- Saga Los Horton 1
Historische RomaneEdmund concerta un matrimonio de conveniencia con la hermana de su amigo Virgil con objeto de tener un heredero para el título. Pero no podía ni imaginarse de que su novia podía ser tan bella, y cuando sellan su matrimonio con un beso se percata de...