Capitulo 27

3.6K 369 4
                                    

Lady Rose Cortwind estaba trabajando en descifrar los mensajes que le había entregado Lord Stirling, había conseguido transcribir la mayoría de ellos, tenía bastante claro en qué consistía el plan que se estaba tramando. A pesar de ello, decidió no decir nada hasta que regresara su padre, quien había tenido que volver a Oxford para recoger algunos de los nuevos libros de claves en los que había estado trabajando Rose cuando regresó de su luna de miel.

A pesar de la admiración, que tanto su marido como su suegro, parecían haber sentido por ella cuando descubrieron que era Redhouse, había detectado que las pocas veces que había aventurado una opinión, era amablemente ignorada. La escuchaban, pero no dedicaban ni un minuto a reflexionar sobre su punto de vista, no debería haberse sorprendido, pues durante toda su vida había sido tratada con la misma condescendencia. Esa fue la razón de que trabajara a la sombra de su padre. Reconocía la condescendencia y el interés que se obligaban a prestarle, al fin y al cabo, ella era Redhouse, pero parecían pensar que aquello era una especie de anomalía de su cerebro, y que aparte de los códigos no era capaz de entender la información que estos contenían.

Era realmente desalentador, que después de las muestras de admiración y reconocimiento que había recibido de los jefes de ambas redes, tanto su suegro como Lord Stirling habían olvidado rápidamente su cerebro y solo veían en ella, la fragilidad de una mujer embarazada.

El asesinato del conde Ocam ocurrió el mismo día en que su padre llego a la ciudad. La amistad del conde con la familia de su esposo, obligó a Redclive a ofrecerles su ayuda y estos la aceptaron.

La muerte de Ocam convulsionó a la alta sociedad al ser uno de sus miembros más relevantes, y con la conmoción, se extendió el rumor, cada vez más insistente de que el asesino era lord Charles Horton, se había sospechado de su participación en la muerte de una cortesana y su amante, y la muerte violenta del conde le señaló también como asesino. Esta vez, dada la calidad de la víctima, no sólo se le cerraron las puertas de la familia, sino de toda la sociedad.

El marqués de Surrey, le pidió al conde de Carrick que se encargara del entierro y funeral del conde. Debido a las sospechas que tanto los diarios como los chismosos de la alta sociedad dirigían como flechas ardiendo hacia su hijo Charles, le pareció que sería, no sólo de mal gusto, sino que solo servirían para aumentar las habladurías sobre el tema.

Esa sospecha, que el mismo hubiera tenido si su gran amigo no hubiera decidido abrirle el alma antes de morir. En aquel momento comprendió, que quizá Ocam intuía lo cerca que estaba de dejar este mundo.

El conde entendió perfectamente su dilema, a pesar del desagrado que le inspiraba la viuda, se ocupó de los preparativos soportando a duras penas a la mujer. Mientras repasaba el escritorio del conde para tratar de ordenar la documentación referida a sus propiedades, facturas, etc. La condesa había mandado llamar a la casa a dos de las mejores y más exclusivas modistas de Londres con el fin de que la prepararan un vestuario de luto completo.

Hubiera podido pasar por alto la vanidad que encerraba el gesto, si hubiera mostrado respeto y pena, aunque hubiera tenido que fingirla, por la memoria del hombre que había sido asesinado. Y cuando mostró su dolor durante el entierro del conde en el panteón familiar, lo hizo colgándose del brazo de su hijo.

Durante los tres días anteriores al entierro, había sentido deseos de golpearla, pero cuando la vio apretarse contra el costado de Edmund, frente a Rose, no pudo evitar sacársela a su hijo de los brazos, y con una expresión que desmentían su actos, acogerla entre sus brazos para sostener la teatral desesperación de la mujer.

La familia del marqués de Surrey, había preferido no asistir al entierro, aunque sí lo hizo el duque de Gloucester. El sol resplandecía por encima de sus cabezas, reflejándose en el mármol del panteón.

La condesa viuda de Ocam se mantenía rígida y furiosa bajo el brazo del conde, que la tenía prácticamente inmovilizada. Rose y su padre habían ocupado un lugar entre la multitud, y si el conde no hubiera desalojado de los brazos de

Edmund a la condesa tan pronto como lo hizo, seguramente ella lo habría hecho. Durante un rato estuvo fantaseando con la idea de arrancarle a la viuda el velo que la cubría el rostro y arrastrarla por los pelos hasta el panteón y enterrarla a ella también. El acto fúnebre termino antes que su fantasía, despertó cuando su padre le llamó la atención. ¬Despierta Rose, nos vamos.

A pesar de sus deseos de mantenerse al margen, el marqués fue convocado por los abogados del conde de Ocam para proceder a la lectura del testamento. Los intentos de la condesa viuda para que los abogados procedieran de inmediato a la apertura del mismo, fueron inútiles.

Estos la explicaron que debían proceder de acuerdo a las instrucciones que el propio difunto había redactado. Y que el testamento no podría abrirse hasta que no estuvieran presentes todas las personas que se mencionaban en el mismo, incluyendo los criados de todas las propiedades del Conde.

El luto había llevado a la condesa viuda de Ocam a un estado de aburrimiento mortal, había enviado varios mensajes a Charles para que fuera a visitarla, y había intentado lo mismo con Edmund y algunos de sus amantes, pero sólo uno contestó. Fuera cual fuera el contenido, hizo que la condesa rompiera en pedazos el papel y lo lanzara a las llamas, las lagrimas asomaron a sus ojos, no de pena, sino de rabia.

Sólo las damas de la alta sociedad acudían a compartir aquellos momentos, que suponían de dolor por parte de la viuda, parecía que los caballeros mostraban su lealtad al difunto conde manteniéndose lejos de la cama de su viuda, lo que curiosamente no habían hecho durante su vida.

Dos semanas después, el mayordomo entró en la sala donde Lady Elizabeth trataba sin éxito de entretenerse con un libro.

─ Un hombre desea expresarle sus condolencias.─ el rostro del mayordomo mostraba claramente el desagrado que le producía la visita.

─ ¿De quién se trata?─ preguntó animada. El desagrado del criado, hizo que confiara en que se trataba de alguno de sus amantes.

─ No quiso decir su nombre, milady.

─ ¿Cómo es?

─ No sabría decirle, milady.

─ Hágalo pasar.

El mayordomo acompañó al visitante al salón. Una vez que el hombre entró en la sala les dejó solos. El visitante observo divertido el examen que la viuda hizo de su persona.

─¿Le gusta lo que ve?

─Bastante. ¿Cuál es el motivo de su visita?─ Su voz y su actitud eran las de una gata ronroneante.

─He pensado que podría sentirse sola, y he venido confiando que ambos podamos satisfacer nuestras necesidades presentes y futuras.

Ella le miro de manera lasciva, a pesar de que el hombre no era exactamente el tipo de hombre que solía gustarle, su cuerpo era ligeramente orondo, y tenía varias cicatrices en la cara, secuelas de una pubertad llena de granos, dedujo la mujer. Pero necesitaba el consuelo de la piel y el desahogo de la pasión.

─ No acostumbró a ayudar a desconocidos. ─ Y tampoco sé en que podría ayudarme?¿Quién es usted?─ Su actitud varió ligeramente, algo en la mirada del hombre la atrajo y la repelió al mismo tiempo.

─ Algunos me llaman Polifemo. Ese nombre debería ser suficiente para usted.

─ ¿Trae algún mensaje para mi?


Redhouse- Saga Los Horton 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora