Capitulo 24

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Una vez que salieron del pueblo, Edmund se sentó junto a Rose y la abrazó contra su cuerpo, apoyando la barbilla sobre su cabeza. Aunque sólo fuera en su pensamiento, las dudas le estaban convirtiendo en alguien mezquino.

Sabía que tendría que enfrentar los sentimientos de Rose, él tenía pruebas de la honorabilidad de su esposa, y sabía que esta no le habría permitido mantener relaciones con Mortimer aunque le amase. ¿Era eso lo que ella sentía, amor por su antiguo pretendiente? Cuando el médico quiso reconocerla, pidió que trataran a Mortimer primero, y no vio en sus ojos el odio que debería sentir una mujer arrancada de su casa, detecto cierta ternura en ella hacia su secuestrador, ¿Qué sentía Rose por aquel hombre?. El no deseaba saberlo, pero sabía que hasta que aquella cuestión no estuviera resuelta, no podría recuperar la paz.

Por suerte para ambos, Rose cayó en una especie de letargo del que apenas se despertaba. Cuando se detuvieron a pasar la noche en la posada, ella ya estaba despierta.

─Lamento mucho lo que ha pasado.─ dijo ella.

─Tú no tienes ninguna culpa.

─Lo sé, pero no puedo evitar pensar que quizás podría haber hecho algo para evitarlo.

Durmieron abrazados, y aunque Rose hubiera deseado que Edmund le hubiera hecho el amor, él no parecía desearlo, a pesar del calor y el consuelo que le daba el cuerpo de su marido, prevalecía la sensación de soledad, la distancia entre ellos parecía insuperable. Ni siquiera se atrevió a tomar la iniciativa, la idea de que pudiera rechazarla era algo que no podría soportar. ¿Estaría dolido por lo que James había dicho de Lady Ocam?

Cuando Rose comprendió que se dirigían directamente a Londres, sus miedos mordieron su corazón, dejándolo desgarrado y en carne viva. Lo único que podía haber en Londres era

Elizabeth, la tristeza se apretó en torno a ella como un corsé demasiado apretado. Cuando llegaron a la mansión del conde de Carrick, agradeció que su padre se encontrara allí, se fundieron en un abrazo, y Rose dejo escapar el manantial de lágrimas que había estado conteniendo durante todo el tiempo.

Aquella noche Edmund no durmió con ella. Fue a verla y después de darle un beso tan liviano que apenas alcanzo la carne de los labios, se marchó. Rose tuvo la certeza de que Edmund estaría con ella. Amándola, quizá necesitaría que ella le negase lo que James había dicho. El desanimo se apoderó de ella.

Por su parte, Edmund deseaba a su mujer como nunca antes había deseado nada en el mundo. Si hubiera sido sólo deseo físico hubiera cedido a la tentación de amarla con su cuerpo, de satisfacer, al menos, su deseo en parte. Pero necesitaba su alma, su amor. No podía conformarse con que ella cumpliera con su deber. Compartían una pasión que era verdadera, pero la pasión y el amor son dos mecanismos distintos. El quería ambos o su matrimonio quedaría cojo y el se sentiría incompleto.

Pero la idea de perder a su esposa, le había llevado hasta la locura, y el demonio de los celos le mantenía en ella. La imagen de Rose con Mortimer rumbo a Jamaica, lejos de él y resignada a ese destino, de la misma manera que había terminado por resignarse a él, le hacía temblar de rabia.

Sabía que era injusto, él había consentido en aquel matrimonio de conveniencia, era él quien se había comportado de un modo detestable, quien había estado a punto de ignorar el tesoro que había ganado al casarse con Rose, y ahora, se sentía herido y traicionado por las acciones de un hombre que amaba a su esposa, ella era inocente de toda culpa, pero no conseguía enjaular al demonio de los celos.

Se dirigió al club donde esperaba encontrar la distracción suficiente para dejar de lado aquella ansiedad que le estaba volviendo loco. Encontró amigos y conocidos, bebió con ellos, y jugo a las cartas hasta que la noche empezó a clarear. Entonces volvió a casa.

Redhouse- Saga Los Horton 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora