10. De serpientes, camiones, prófugos y billetes falsos

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LA CABEZA DEL OSO CAYÓ sobre el asfalto con un ruido sordo, y después rodó unos cuantos metros. El cuerpo azotó y se desintegró en humo negro de inmediato. El viento se llevó casi toda evidencia de la existencia del telcalipoca, sólo dejando un par de colmillos de tamaño descomunal.

Mich se transformó de vuelta en humana. Tenía sus manos sobre las rodillas, se notaba que estaba cansada. Su espalda subía y bajaba rápido.

Yo volaba a unos cuantos centímetros sobre el suelo. La xiuhcóatl volvió a convertirse en serpiente y estaba enroscada en mi brazo. Al parecer se quedó dormida.

-¿Te encuentras bien? -Le pregunté a Mich mientras descendía del todo sobre el suelo. Las alas me colgaron en la espalda.

Ella respiraba con un poco de dificultad.

-Sí -dijo entre jadeo y jadeo-. Estoy bien. Cansada. Pero bien.

Se puso derecha mientras daba una inhalación profunda.

-¿Y tú?

-Bien. Creo. Sigo pensando en esto -dije señalándome las alas-. ¿Un colibrí? ¿No podía ser un águila? ¿O un fénix?

-Tienes suerte de que tu nahual no sea una lombriz o una hormiga -rodó los ojos mientras lo decía y soltaba una risa cansada-. Los colibrís son bonitos. Y es el animal sagrado de tu padre. Puedes usar todo su poder al máximo.

-¿Voy a sacar el néctar de las flores con mi boca?

Rodó los ojos de nuevo.

-Eres un tonto, ¿lo sabías? Los colibrís son rápidos. Mucho. Tal vez puedas usar eso. Y las alas, ¡puedes volar Rodrigo!

Bien, bien. Tenía un punto a su favor. O puede que fueran dos.

-¿Pero cómo me deshago de ellas? No pudo ir a todos lados con las alas colgándome.

Lo pensó un segundo antes de responder.

-Yo lo que hago es pensar en volver a ser humana. Casi siempre me funciona para no atascarme en forma de jaguar.

Me concentré pensando en mi espalda. En que era una espalda normal, común y corriente. Y que no tenía unas alas de colibrí brotándome de los omóplatos.

Sentí una especie de ardor, como si me quemaran la espalda, pero la sensación desapareció rápido.

-¿Funcionó? -Pregunté a Mich.

-Sí -dijo tapándose la nariz-. Pero ahora hueles a plumas quemadas.

Volteé a verme la espalda. De donde me habían salido las alas, tenía dos agujeros en la playera. Se veía como si me los hubiera hecho con fuego.

-¿Las alas se quemaron?

-Eso parece, sí. Se quemaron desde las puntas hasta tu espalda. Fue algo rápido, como si fueran de papel chispa, con la diferencia de que sí huele a quemado.

Desearía haber traído suéter, pero me di cuenta de que hubiera tenido el mismo destino que la playera. Así que se me pasó.

Volteé a ver los colmillos del oso gigante.

-¿Qué hacemos con eso? -Dije mientras los señalaba.

-Quedárnoslos. Son trofeos de guerra. Algunas bestias dejan algo de sí cuando son destruidas. Con estos colmillos puedes alardear que asesinaste un telcalipoca.

-Pero estas cosas son enormes. ¿Cómo se supone que lo voy a llevar?

Mich se agachó para intentar agarrar uno de los colmillos. En cuanto lo tocó, el colmillo se encogió hasta ser de unos veinte centímetros de largo. Lo sujetó y lo metió en su bolsillo. Ella me miró y se encogió de hombros.

La Trilogía Azteca 1: El Sexto SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora