11. Espejos, pirámides y príncipes

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ÍBAMOS CASI CORRIENDO DETRÁS DE Payne para seguirle el ritmo. Entramos por la puerta del museo, Payne saludó al guardia uniformado, éste inclinó la cabeza y pasamos como si nada. No conocía bien el museo, nunca había ido antes, pero estaba casi seguro que se tenía que pagar para entrar.

Tal vez ser un dios azteca te garantizaba la entrada gratuita a un museo dedicado a su cultura.

-¡Payne, espera! -pidió Mich.

-¿Sí? -Preguntó sin detenerse. Estábamos cruzando el museo sin parar a ver ninguna exposición, pero alcancé a distinguir esculturas, murales y cerámica dedicada a los dioses. Incluso una maqueta de cómo se supone que debió haber sido Teotihuacán en pleno apogeo.

-¿A dónde te habías ido? ¿A qué hora llegaste? ¿A dónde nos llevas?

-Ya les había dicho. Fui con el padre de Rodrigo. Llegué hace quince minutos. Y los llevo a la Calzada de los Muertos.

Era mi turno de preguntar, aunque sólo tenía una pregunta.

-¿Para qué ibas con mi padre?

-Asuntos de los dioses. Lo siento Rodrigo, no puedo decirte.

Solté un bufido. No era posible que mi padre y mi mejor amigo se contaran secretos sobre mí y no me dijeran nada con la excusa de "Asunto de los dioses".

Patrañas.

Llegamos a la parte trasera del museo. Daba a un lugar con plantas y árboles, y caminos de arena.

-¿Listos? -Preguntó Payne.

-¿Listos para qué? -Le preguntó Mich en forma de respuesta.

Payne puso una sonrisa de complicidad en su rostro.

-Para ir a la Calzada de los Muertos.

Revisé un mapa del sitio que tomé en la recepción.

-¿No estamos ya aquí? El mapa dice que a cien metros, llegaremos a la calle principal, la Calzada de los Muertos, dónde se elevan unas de las construcciones arquitectónicas más importantes de Mesoamérica...

La sonrisa de Payne creció aún más.

-Nunca confíes en un mapa. Y menos si estás con un dios.

Nos tomó a ambos de las manos y cruzamos el umbral de la puerta.

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Creo que lo más adecuado para describir lo que sentí es vértigo.

La verdad es genial poder viajar grandes distancias en un instante. Imagínense, estar en medio de la nada, y en unos segundos ya estás en París, en Madrid, o en Hong Kong. Te podrías ahorrar mucho dinero en combustible. ¡Genial! pero si ya lo hubiera hecho antes, no hubiera vomitado. No había comido nada en muchas horas, así que lo que solté fueron puros jugos gástricos.

-Iugh -exclamó Payne.

Habíamos aparecido en mitad de la Calzada. Teníamos enfrente la imponente Pirámide del Sol. No la había visto antes, por lo que entenderán que después de haber vomitado me quedé sin palabras. Tenía varios metros de altura. Era escalonada, a diferencia de las egipcias. Color café, erosionada. Tenía varios descansos, los restos de un templo en la punta.

Era, en una palabra, asombrosa.

-¿Cómo demonios llegamos desde el Museo hasta acá con sólo cruzar una puerta? -Dijo Mich casi gritando y tratando de recuperar el aliento, sacándome de mi ensoñación, al mismo tiempo que me daba un Clínex para limpiar mi boca. Mich sí que es multitareas.

La Trilogía Azteca 1: El Sexto SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora