26. Teorías de conspiraciones

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LAS CAMAS HECHAS DE PURO AIRE no eran, ni de cerca, tan cómodas como podrías pensarlo.

El aire giraba y se revolvía debajo de mí, demasiado rápido, para lograr mantenerme en el aire. El viento pasaba por partes de mi cuerpo que no deberían estar tan airadas. Empecé a castañear por el frío. Agitaba mis brazos y mis piernas de forma frenética, intentando agarrar algo sólido dónde sostenerme. El aire escapaba de mis pulmones mientras gritaba por el pánico que sentía, para unirse al remolino que me envolvía. Los oídos se me habían tapado por toda la presión a mi alrededor. Mi pulso había acelerado, y lo sentía en los tímpanos.

-¡Rodrigo! -Mich, Arath y Víctor gritaron mi nombre al mismo tiempo. Aunque el grito se escuchaba demasiado lejano, sabía que no podían estar a más de tres metros de mí.

-¡Rodrigo, te voy a bajar suavemente sobre el lomo de Delta! -Gritó Eliza haciéndose oír sobre el rugido del aire que rozaba mis orejas-. ¡Trata de abrir las piernas!

Intenté asentir, abrí mis piernas lo más que pude estando en una caída libre pausada en el momento. Arath maniobró para detenerse un metro debajo de mí. Delta aleteaba más rápido de lo normal, tal vez nerviosa por el remolino formado a mi alrededor, pensando que tal vez podría succionarla.

El quetzal de Eliza estaba sobre mí, y ella tenía el brazo estirado hacia mí. Tenía la frente perlada con sudor. Los otros quetzales volaban en círculo a su alrededor. El viento empezó a ir más despacio. Sentí como bajaba poco a poco, pero lo sentía como si bajara escalones saltando. El tornado que me envolvía disminuía su velocidad con una rapidez alarmante. Cada vez bajaba más rápido. Sentía que estaba bajando cientos de metros, pero sólo era uno. Faltando treinta centímetros caí de golpe sobre el lomo de Delta. Me sentía aturdido. Arath tomó mis brazos, los puso rodeando su cintura y sujetando mis dos manos con una suya. Con la otra tenía las correas del quetzal.

Ahora era él quien no me quería dejar ir.

-¡Eres un idiota, Rodrigo! -Dijo Arath. No sabía si lo había susurrado o lo había gritado. Todavía sentía la sangre palpitar en mis oídos. Era un pum irregular y rápido-. Me has dado un susto de muerte. La próxima vez que intentes caer, yo mismo te empujaré.

Okay, lo que dijo no tenía sentido, sin embargo podía comprender que estaba enojado conmigo, pero también aliviado porque ya no estaba cayendo. O eso creía yo.

-Vamos a aterrizar -dijo Víctor volando a un lado de Arath.

Arath asintió y bajamos en picada. Cuando llegamos al suelo, y que Arath me soltó para bajarse, me resbalé por un costado de Delta. Mi cabeza chocó contra el pasto. Gracias a los dioses que había pasto, o mi cabeza se hubiera partido a la mitad como un huevo estrellado. Mi respiración era rápida. Arath caminó hasta ponerse a mi lado. No se decidía si patearme o ayudarme a ponerme de pie.

Se decidió por lo segundo. No sentía las piernas. Tenía la mirada pérdida. Me sentía atontado, lento, inútil. Me apoyé en Delta.

Cuando aterrizaron los demás, Mich fue la primera en desmontar. Corrió hacia mí y me dio un golpe con su puño, justo en el estómago, dejándome sin aire.

-Como vuelvas a hacer algo así de estúpido, yo misma te voy a matar -vaya, dos amenazas de muerte en un día, y en menos de diez minutos. Todo un récord.

Debió percibir mi angustia, porque cambió en dos segundos su cara de enojo por una de preocupación.

-¿Rodrigo? ¿Pasó algo? ¿Por qué caíste?

-Yo... -los demás Guerreros del Sol estaban formando un semicírculo a nuestro alrededor. Tomé aire, tratando de regular mi respiración. Les relaté lo qué vi en la visión durante mi caída. Les dije como había visto a mi madre ser cazada por una bestia. Lo que quería Coyolxauhqui. Y también a las demás personas que vi, las cuales no tenía ni idea de quienes podrían ser, pero sospechaba que tal vez podrían ser semidioses-. Eso fue todo lo que vi...

La Trilogía Azteca 1: El Sexto SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora