ARATH PODRÍA SER DESCRITO EN una palabra: abrazable.
Mis brazos rodeaban su cintura. Me encontraba demasiado pegado a él, más de lo que hubiera deseado en un principio, pero para entonces no me importaba. Me gustaba estar abrazado a él por dos simples razones:
1. Era cómodo y parecía que su cuerpo hubiera sido hecho con el único propósito de ser abrazado.
2. Si aflojaba tan solo un poco mis brazos, lo más probable sería que saliera volando debido a la fuerza del viento que rugía a nuestro alrededor y la velocidad con la que avanzaba el quetzal.
Además, Arath olía demasiado bien: una mezcla entre petricor (ese aroma que todo mundo identifica con la tierra mojada después de la lluvia), perfume Seoul (de Zara) y tarta de fresa. Tal vez esos tres olores no quedaran tan bien combinados, pero en él olían espectacular. Con ese aroma, no volvería a soltarlo jamás. Estaba pensando en adoptarlo cuando una hoja me golpeó la cara a 200 kilómetros por hora.
Sacudí mi cabeza. ¿En qué rayos estaba pensando? Apenas conocía a Arath y ya estaba pensando en llevármelo a mi casa con la intención de cuidarlo (y estaba bastante seguro de que podría patearme el trasero si lo hacía enojar, ya sabes, con eso que es un Guerrero del Sol).
Pestañeé un par de veces, tratando de concentrarme, pero la mezcla de olores que desprendía era embriagante. Estaba tan cerca de su cuello. El cabello lo llevaba un poco largo, y se agitaba con el viento. Tenía un cuello delicado. Sólo necesitaba acercarme dos centímetros más y podría plantarle un beso en la nuca. Tal vez podría estirar mis manos y sujetar las suyas, que se veían suaves, de dedos largos y finos, como los de un pianista, podría entrelazar nuestros dedos. No quería terminar el abrazo.
¡Basta!, me reprendí, tienes que controlarte.
Esos pensamientos no eran míos. O puede que sí, pero ese no es el punto. Quería hacerlo, pero sabía que mi yo normal no lo haría. Vamos, el día anterior había estado pensando en Mich, en cómo podría resolver el pequeño problema el triángulo amoroso. Y ¡boom! Llega Arath y me hace querer secuestrarlo. Estaba casi seguro de que su padre tenía que ver con esto. Intenté recordar el nombre.
Xochipilli. Ese dios era su padre. Pero no lograba recordar de qué era dios. O si era un dios, y no una diosa. Estaba un poco oxidado en materia de la mitología azteca.
Y de pronto lo recordé. Él era el dios del amor. Él y su hermana gemela Xochiquétzal eran los dioses del amor. Además de las flores y mil y un cosas más. Pero Xochipilli era el dios de algo más. Era el patrono de los homosexuales. Lo que indicaba, en gran medida, porque me sentía así. (Okay, me gustaban también los chicos, pero Michelle me gustaba más.)
Al darme cuenta de quién era en realidad su padre, solté un gran suspiro. Tal vez lo hacía de forma intencionada, tal vez lo hacía de forma inconsciente, pero Arath estaba provocándome una enorme y poco sana atracción hacia él. Quería hacer cosas con él, cosas que no debería mencionar aquí.
Una vez resuelto por qué pensaba así, sentí que el hechizo se rompía. Arath me seguía pareciendo lindo y toda la cosa, pero al menos sabía que no me gustaba. Mich era quien me gustaba. Ya no olía a Seoul, ni a petricor, ni a fresa. Puede que siguiera oliendo a Seúl, pero el aroma ya no era tan intenso. Ya podía pensar con claridad. O eso creía.
Noté que seguía demasiado pegado a él, lo que hizo que me ruborizara. Sentí las orejas calientes. Intenté apartarme un poco.
-¿Te encuentras bien? -Me preguntó con su melodiosa voz. Demonios, su voz era aún más hechizante que su cuerpo. Al oírlo casi caigo de vuelta en la maldición que acababa de romper. Para mi buena suerte, la mayor parte de su hechizo era arrastrado por el aire.
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La Trilogía Azteca 1: El Sexto Sol
AdventureRodrigo Garcia creía ser un chico normal. Y lo era, hasta el día de la muerte de su madre. Pero a partir de ese día, todo a su alrededor empieza a cambiar. Rodrigo descubre que sus mejores amigos no son lo quiénes creía: Mich Walker se puede tr...